La cruz /Áureo.

 


La cruz, Áureo, que pende sobre tu pecho y que has bañado de lluvia, de sol, de llanto y de polvo; la cruz, el único valor que viste tu cuerpo, el oro que reviste el caudal de tus anhelos, acompaña este día caluroso el inicio de un largo trayecto; de la búsqueda, del recuerdo y quizá del fracaso. No la sueltes pequeño y que en tu mano como no en la mía, deje huella cuando, caído, hayas muerto sin desasirte de ella. Camina lento y alcánzame la mano para subir la vereda. Allá a lo lejos miro, Áureo, la paz de la neblina, imagino un río seco y uno donde, le dijeran a Platero, el amor hace de las suyas… Hay también, más después de estos, un terreno árido donde tu abuelo siempre quiso sembrar y no pudo. No sueltes la cruz, Áureo… Pero cosechó lo que quiso. Se me ha adherido un huizapol en el vientre, desventura de todos, donde nunca quiso él, yo sin tener otra cosa que me ame como la hierba que doblo a mi paso: Áureo, tu cruz no la sueltes, que ésta es la mía.

 

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