Hace unas semanas, justo antes de entrar a casa por la noche, vimos mi novio y yo a lo lejos a un gato parado en un jardín. La mirada no fue en un solo sentido ya que, inmediatamente, se acercó a nosotros emitiendo un breve maullido en forma de saludo, no sentía mucha confianza cuando le hablamos y al principio se retiró, sin embargo, luego se acercó, y haciendo otro sonido, más parecido al de una paloma, se metió en la casa que tenía la puerta abierta.
Aquí la Misa en su casita gay que le regalaron. |
Lo dejamos hacer. Olió todo. Y luego, por supuesto, nos pidió comida. Le abrí una lata de atún que devoró gustoso, lamiéndose los bigotes, se echó a descansar. Exploró toda la casa y encontró su cama de donde no se movió cuando ya nos fuimos a dormir. Intuíamos que era una gatita y que no era muy mayor. Casi como si los tres supiéramos ya lo que tenía que pasar, nos preocupó pues que, si le íbamos a dar alojo, debíamos encargarnos de esterilizarla.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué debemos esterilizar a los animales? Porque luego anda la gente atropellándolos o golpeándolos, dicen algunos, con justa razón. Entonces debemos ser injustos para evitar la injusticia. Esto se parece a la paradoja de Karl Popper, que dice que para tener una sociedad tolerante se debe ser intolerante. Intolerante a la intolerancia. Pero en este caso hay que ser injustos no con quienes cometen las injusticias sino contra quienes se cometen.
Con tanto dilema en la cabeza y con las nuevas responsabilidades, decidimos nombrar a "la gata", Misa, porque se nos ocurrió buscar el nombre de la diosa de los animales, dado su porte y la manera en la que posa: Artemisa. Misa para los cuates. Y pronto se adaptó a nuestra forma de vida, o mejor dicho, pronto nos adaptamos a sus reglas, la comida a tales horas, no caricias en ciertas zonas y al cabo de muy poco tiempo, tengo más cicatrices de arañazos y mordidas en unas semanas que en toda mi vida, incluso si le sumamos las mordidas de a mentirillas que se hacen en la cama. Incluso si lo duplicamos esto.
El caso es que hicimos cita para esterilizarla, estaba nerviosísimo, me sentía mal y triste y ansioso, me daba miedo que algo saliera mal, al final de cuentas es una cirugía, al final de cuentas es un animal que siente y, más aún, que nos habíamos entendido bien, con todo y las nalgadas que yo le doy a cambio de los arañazos, o sea que ya éramos como novios. (Entra y sale de la casa cuando gusta, pues le dejamos la ventana abierta y no se va más allá del jardín y parece estar feliz en la zona).
Mis nervios se acabaron con el veterinario, que me anunció, después de darle un sedante, que era macho y que ya estaba castrado. Sentí un profundo alivio de no tener que pasar el terror de las curaciones y me remordió la consciencia de que un animal haya sido cercenado de sus testículos o de cualquier parte del cuerpo solo para que la sociedad "funcione mejor". No es raro que estemos tan locos. Por ejemplo la Misa, ahora es El misa, si queremos asignarle un artículo y género, y de ser una diosa de los animales, Artemisa, pasó a ser un simple mortal: Misael. Misa para los cuates.
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