Ni un peso

Colaboración especial de Erasmo W. Neumann con Angélica Álvarez



Sabrá el lector que a menudo, para minimizar el valor de alguna cosa (o persona), los mexicanos decimos que “nadie da un peso” por ella. Pero quizá se entere con sorpresa que esta frase bien podría tener su origen en una centenaria tradición católica. En el mundo hispano, San Antonio de Padua es célebre (aunque infame sería otro adjetivo adecuado) por fungir como benefactor de las jovencitas y no tan jovencitas que, desesperadas, buscan novio. Si bien colocar su imagen de cabeza o hurtar al niño Jesús que lleva en brazos son los métodos predilectos para invocar su favor, los más versados en esos menesteres señalarán que es por igual indispensable depositar en su urna trece monedas, mismas que la interesada debe obtener de trece desconocidos. No hace falta ser un Einstein para deducir que el milagro radica en la convivencia derivada de esta actividad, mas puesto que nunca faltarán las señoritas que, al cabo de pedir aquí y allá, terminen con las manos vacías, generaciones atrás se observaba que eran sus casos tan irremediables que “nadie daba un peso” por ellas. Y aunque uno pensaría que esta práctica es tan anticuada que seguro no sobrevive de ella sino la expresión, lo cierto es que ésta persiste hasta hoy en diversos lugares que llevan el nombre del santo, como la colonia San Antón, en Cuernavaca, cuyos vecinos son testigos de la devoción con que las chicas solteras acuden a la parroquia durante la feria patronal, celebrada el 13 de junio de cada año.



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