En las manos de Dios


Colaboración especial de José Luis Huergo.


Juan Hernández llegó caminando hasta la iglesia. Vestía una camisa de algodón de buena marca con el cuello desgastado, pantalón de casimir lustroso y zapatos de ternera con las suelas rotas. Caminaba de prisa, empujando a los pobres pero cediendo el paso a los bien vestidos. Hacía tiempo que su andar era encorvado y la mirada, aunque fuerte y déspota, reflejaba mucha tristeza, espejo de su frustración. Antes de entrar en el templo, tiró su cigarro a la banqueta y lo pisó escrupulosamente con la punta del zapato.
—Bueno —se dijo—, nunca he sido un buen cristiano, pero creo que con lo que he pasado ya pagué todas mis culpas y malo, malo no soy. En fin.
            El Cristo de la iglesia tenía fama de milagroso, por lo que el lugar estaba repleto. Tras un mostrador viejo y carcomido, una viejita neurótica vendía veladoras, herramienta indispensable para la solicitud de milagros. Hasta ella se acercó Juan, abriéndose paso como pudo, y compró la primera cera de su vida con esa seguridad propia de los novatos en esos menesteres, ciertos de que su aprieto es mayor que el de cualquiera de los ahí presentes, que así lo había de entender el crucificado y que, en menos de una semana, portento concedido, su problema sería parte del pasado.
—¡Puta madre! ¡Pinche gente! Ni hay lugar para hincarse —de inmediato, acuciado por las enseñanzas del catecismo, se arrepintió de este pensamiento, pidió perdón a Dios por su falta de humildad y se arrodilló en el limitado espacio. Apenas podía leer la oración escrita con letra gótica sobre la enorme alcancía metálica. Tratando por todos los medios de concentrarse en la plegaria y no en las nalgas de la morena parada en frente suyo, oró en silencio.

Oración al Señor de las Maravillas

            ¡Oh, Jesús a quien contemplo caído bajo el peso de la cruz! Vengo con el corazón lleno de arrepentimiento a llorar mis culpas, por cuya expiación sufriste las burlas… —¡Pero qué culo tan rico tiene esta jija de puta! Carnita de monte, ni hablar, pero sabrosa, y se ve que está dura como piedra de río. ¡A ésta sí me la comía con todo y ropa, aunque me pase un mes cagando trapos! Hacerle el amor como loco, ponerla en todas las posiciones, saborear despacito ese cuerpazo… Como Lupe; ¡qué sabroso fornicaba esa mujer! Creo que no dejé ninguna fantasía pendiente con ella… ¡Ya, Juan, carajo, que Dios no te va a escuchar en esta actitud!— …y desprecios de los pérfidos judíos y permitiste que te llevaran de tribunal en tribunal como reo, que te escupieran tu Santísimo rostro que es fuente de maravillas… —Estuvo abundante mi desayuno, pero no estaría mal una buena comilona. Siquiera medio kilo de carnitas, unas chelas y un buen postre, pero en abundancia… Qué sabrosos eran los lechones al horno… Extraño esas atascadas de comida, camarones, escalopa de ternera… ¡Vuelve la mula al trigo, Juan!— …que te trataran como reo de burlas y te presentaron ante Pilatos desde el balcón del pretorio al pueblo enfurecido.
            Te suplico humildemente, postrado a tus plantas… —Este pinche mugroso me pasó a traer con el guarache y ya me ensució la ropa... ¡Carajo! Con las cantidades de dinero que movía, ya parece que me iba a venir a arrodillar a este piso cochino, rodeado de apestosos. Yo, con mi capacidad y mis habilidades. Yo, que siempre he sido tan chingón para hacer las cosas. Yo… Me cae de madre que merezco el mejor coche y una residencia. ¡Viajes…! Yo no soy para caer tan bajo, pero ya Dios se tendrá que dar cuenta de su error y corregir mis problemas. ¡Señor, escúchame! ¡Soy superior a todos estos! ¡Devuélveme la posición a la que tengo derecho…! ¡Juan, ya no mames!— …perdones mis pecados que, reconozco, fueron la causa de tu dolorosísima pasión y muerte. Me pesa, Señor, haberlos cometido, y propongo, ayudado de tu Divina Gracia, no volverlos a cometer.
Por los azotes que sufriste en casa de Anás, que te envió atado a la casa del pontífice Caifás, por el oprobio de haber sido propuesto a Barrabás… —Pinche viejita estafadora; ¡cinco pesos las veladoras! ¡Carajo! Gastando y luego ni pa’ los pasajes tengo. Me cae que si se me hace este milagrito y le pego al Melate, todo el dinero al banco y sólo para satisfacer mis caprichitos. El que me pida dinero, lo tendrá que pagar al módico diez por ciento. Me cae que voy a ser uno de los más ricos de la ciudad… ¡Aguas, cabrón, otra vez!— …por las burlas que recibiste en la casa de Herodes, que vistiéndote de burlas te volvió a Pilatos, te pido, amoroso y pacientísimo Jesús de las Maravillas… —¡Coño! Si mi socio no hubiera sido tan tranza conmigo, otro gallo me cantaría. ¡Cómo lo odio! ¡Con qué gusto le rompería la madre! Quisiera verlo más hundido que yo. ¡Pero qué pinche coraje nomás de acordarme de él! ¡Se había de morir de una buena vez! Maldita rata coluda; ¡en mala hora fui a confiar en él…!¡En la madre, Juan!— …me concedas la gracia que hoy confiadamente solicito, si es para mayor gloria y bien en mi alma (se hace la petición).
En ese momento Juan cerró los ojos y, envolviendo una mano con la otra, reclinó la cabeza, recargó la nariz entre las manos, hizo un recuento de todas sus calamidades hasta llegar a las lágrimas e hizo su solicitud.
—Señor, permite que le pegue al Melate. Tú mejor que nadie sabes lo que he sufrido. Ayúdame, por favor. No desprecies, Señor, mi humilde y confiada petición. Concédeme, Señor, una más de tus maravillas.
            “Confiando en tu infinita misericordia me despido, ¡Oh Jesús de las Maravillas!, pidiéndote ante todo la gracia de servirte con mayor fidelidad... —¡Carajo! Con el Rolex de ese güey salgo de deudas y hasta de carro me hago, y aquí está el cabrón pidiendo, como si no lo tuviera todo. No entiendo por qué otros tienen tanto y a mí ni madre que me toca. Se ve inculto ese cuate; no parece merecer lo que tiene. Para acabarla de chingar, llegó el novio de la nalgona. Pinche naquito. ¡Y con qué cariño lo mira! ¿Por qué a mí ni una miradita? ¿Por qué todo mundo parece estar mejor que yo…? ¡Chingá contigo, Juan!— …y amarte con mayor fervor para merecer el cielo que tienes prometido los que hoy postrados ante vuestra divina imagen imploramos tus maravillas.
            “Así sea.
            “Bueno, ¿con qué la acompleto? ¿Un misterio del Rosario? ¡No, qué hueva! Por cierto, tenía que ir a buscar trabajo y por levantarme tan tarde ya no hice nada. Bueno, pero está rica la cama, aunque pasen puras babosadas en la tele. Nada como el placer de quedarse acostado casi toda la mañana. ¿Iré a buscar saliendo de aquí? Nel, ya es tarde. Mejor mañana. ¿Y el rezo? ¡Por fin! ¿Un misterio? No, es mucho; Dios lo que quiere en la oración es calidad, no cantidad. Con un Padre Nuestro, un Ave María y una jaculatoria es más que suficiente.
“Padre Nuestro que.... ...por los siglos de los siglos. Amén.
Acto seguido, se levantó y se dispuso salir del templo, no sin antes dedicarle una de sus peores miradas a la viejita de las velas. Una vez en la calle, luego de encender un cigarro, se dijo.
—Ahora sí: ¡chingue a su madre! A confiar y esperar. Total: ya puse mis problemas en las manos de Dios. ¿Ahora qué? ¿Qué hago? ¿Me iré al cine de aquí cerca a chingarme una porno? No, eso es gacho saliendo de la iglesia. Mejor le hablo a los cuates a ver qué desmadre.
Y así se encaminó al teléfono mas cercano, sin acordarse siquiera de comprar el dichoso boleto del Melate.


Publicar un comentario

Copyright © Pillaje Cibernético. Diseñado por OddThemes