ÁUREO
Descansa, Áureo, mientras la noche nos oprima la espalda, escucha, entre sueños, el murmullo del agua del río. Mientras cuido de ti amigo, qué débil te miro, y luego veo la luna incapaz de incorporarse porque en el río, el agua, la quebranta. Ah… tus huaraches, Áureo, debes tener congelados los pies, deja que te los cubra, no sea que te mueras de pulmonía. Es de mi hermana, Áureo, se lo quite a su chiquillo que sí tiene para comer, menudo ponchito, ya verás cómo cobija.
¡Vaya que lo siento! ¡Está húmeda la tierra!, mas si no caemos esta noche aquí, mañana, tal vez, no miremos el pueblo.
No hagas ruido Áureo, que otros débiles nos asedian, deja descubrir quién viene a por nosotros, a ser juez de nuestro crimen, el que no cometimos. No sueñes, Áureo, respira si quieres, no te muevas como si, en el bello escalofrío del sexo, quisieras postrarte y hacerte piedra, no te muevas como eso.
Escucha Áureo… No, olvídalo, era una lechuza… Escucha las chicharras, el canto del río. ¿Sabes qué me dice el río, Áureo? No te enojes, lo presiento: Que en el pueblo, antigua casa tuya, adonde vamos, no encontrarás sino muerta a la autora de tus días.
Debió morir con la esperanza de verte, Áureo, pero nunca, después de que te seguían, viniste.
Pobre vieja la tuya, igual que la mía, aunque la mía, despierta, haya muerto haciendo tortillas.
Volvamos Áureo a nuestra lucha, lo grita el río, el grillo, la lechuza. Nada encontrarás kilómetros abajo sino abandono. Se ha ido todo amigo, volvamos por donde empezamos.
Pero Áureo, si el camino tiene tantas espinas, ¿Qué más da, cuánto aumenta la cifra, una más para tu corazón, en el pueblo?
Duerme pues, descansa con el viento frío, no dejes de escuchar el río, siénteme a tu lado que ya mañana caminaremos a tu pueblo perdido.
Publicar un comentario