Un día, no hubo más medicinas y los hijos de aquellos feroces defensores del príncipe guerrero adornado de guirnaldas y listones comenzaron a morir retorciéndose entre estertores y vómitos sanguinolentos. Al caer la noche a cubrirlos con su piadosa mortaja, entre llantos y gemidos apagados, se oían voces entrecortadas que intentaban corear como al principio: «¡Es un honor…!».
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Piadosa mortaja
Por Tuzo Pillo Hora 00:00 0
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