Panteón al futuro de México y a su nuevo y malogrado puerto aéreo


Pasea la Huesuda por Texcoco
en busca del laguito desbordante
que un viejo macuspano, necio y loco,
salvar con una encuesta delirante
propúsose —¡espantajo! ¡Bestia! ¡Coco!—
en seña de un chairísimo desplante;
mas ve la Parca apenas un pocillo
que lleva el apellido de Carrillo
e infelice pregunta do está el lago,
do quedaron los peces y las garzas,
do está ese mentiroso viejo vago
que del abyecto hocico tantas zarzas
falaces expelió y que trago a trago
el vulgo consumió con otras farsas,
pues no hay más que un conato de portada
de una obra triste que nació abortada.
«Pues como el lago es falso y es mentira
que haya aquí un ecocidio», se resuelve,
«el loco que lo dijo y quien lo admira,
o el necio que lo aplaude y que lo absuelve,
por la guadaña sentirá mi ira».
Y en movimiento más legal revuelve
que la consulta mentirosa y falsa
las bolsas y valores y va al alza
el dólar, con que muere Economía;
los inversores, vueltos esqueletos,
en vez de lana, lápida dan fría;
y los obreros, morenacos tetos,
ya pagan su pejista felonía
quedando de hambre prietos sin aprietos;
el jocundo y pueril Futuro Patrio
al tajo de la Flaca igualadora
queda segado y llano cual un atrio,
pues ya no habrá mañana desde ahora.
«Al de ultratumba suelo te repatrio»,
dice la Hedionda ufana y triunfadora,
«que Texcoco no será aeropuerto
sino campo do yace un país muerto».

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