Les dijeron que estaban en su casa

La migración es un fenómeno natural, ha ocurrido entre las diversas especies animales desde antes de que apareciera el ser humano y, probablemente, seguirá ocurriendo cuando se haya extinto. Sin embargo, desde la invención de las fronteras, el acto de irse de un lugar para establecerse en otro ha dejado de ser una simple manifestación del movimiento. La conciencia de la escasez, principio que motiva el egoísmo del hombre, es la razón principal que impide que migrar sea nada más una ocurrencia. En la actualidad, no obstante, ciertos grupos inconscientes, a todas luces afectados por el buenismo o bonachonismo que desde hace poco más de una década se ha instalado como directriz esencial de la escala de valores del mundo occidentalizado, propugnan que ningún ser humano es ilegal y que las fronteras deberían morir, una actitud no solamente irresponsable, sino carente de noción de la realidad internacional, merced de la cualidad común central de quienes la defienden: la improductividad.

Con la llegada de la mal llamada Caravana de migrantes a México, la pseudo opinión pública, que ahora se ventila sin miramientos en el espacio que han conformado las redes sociales, ha hervido exigiendo que se reciba a quienes la constituyen, que no se les trate con racismo y que bajo ninguna circunstancia se les obligue a cumplir la ley. El argumento de esta postura surge de la larga relación migratoria del país con su vecino del norte, EE. UU., famoso además por tratar a los mexicanos con redoblado desdén. Se trata, por ende, de una defensa que nace desde las entrañas, sin el mínimo de racionalidad involucrada. Prueba de ello es el hashtag #TodosSomosMigrantes, cuyo empleo, supuestamente en clave solidaria, solamente acentúa que quienes defienden el paso libre de los migrantes sin que medie el menor filtro legal evalúan la situación desde la comodidad de su hogar, que además debe ser suficientemente privilegiado para contar con algún aparato que se conecte a Internet y pueda usar Twitter, más la consabida conexión, que aunque es más democrática que antes, sigue siendo un bien de lujo.


La manera en que la sociedad actual concibe el bien es superficial e irracional al mismo tiempo. No se basa en la corrección ni en la rectitud, sino llanamente en la sensiblería melificada de un discurso incapaz de proponer, porque está diseñado para coartar el pensamiento y evitar que se generen reflexiones efectivas. Todo intento por cuestionar sanamente el fenómeno o sus consecuencias es tachado indefectiblemente de xenófobo, racista e incluso trumpista, porque las generaciones actuales no son capaces de concebir una actitud de autopreservación como la natural respuesta a una amenaza potencial, para esta progenie de babosos bienintencionados la amenazas son cuentos infantiles para manipular el comportamiento humano; es lógico, ellos no han vivido una situación genuina de crisis y piensan que es cosa del pasado o que fue provocada en su momento por esas estructuras que se han inventado para legitimar su discurso mutilador: el patriarcado, el privilegio, el racismo

Ahora, el gobierno de Peña Nieto, en un último movimiento notorio previo al fin de su ciclo, ha emitido el plan Estás en tu casa, que busca ofrecer una postura de conciliación entre la exigencia bonachonista y el respeto a la legalidad. Suena de perlas, es una reacción en pro del desposeído y provino del odiado presidente en funciones, golpe maestro para evitar vituperios de gracia mientras se entra en consonancia con las declaraciones de amistad del papanatas electo. ¿Dónde puede radicar el mal en esta solución de cuento de hadas? En que se abre la puerta a un grupo de migrantes cuya actitud vandálica y perniciosa se dejó ver en la frontera y tras su cruce. Por si fuera poco, se espera que tengan la integridad moral para reportarse ante los módulos de migración y soliciten la regularización de su estatus migratorio. Hay que añadir, asimismo, la ineficiencia propia de la burocracia mexicana, cuya ineptitud ya provocó durante la Segunda Guerra Mundial que nos llenáramos de judíos que al día de hoy explotan a la población y la idiotizan, como han sabido hacer desde hace mucho, desde los medios de comunicación y otros emporios.

Quienes defienden que negar el apoyo a los migrantes es una actitud digna de Donald Trump, en general, son gente sin ocupación o reclusa en el ámbito de las colonias privadas, ahí donde nada pasa sin que una cámara de vigilancia o un guardia poco amable intervenga para evitar que los colonos se sientan incómodos. Es claro que no saben que el migrante, a la larga, se suma a las filas del crimen organizado o se convierte en un mendigo o un ladrón. La solución del empleo temporal, de forma inmediata, puede parecer infalible; pero, ¿qué ocurrirá cuando se acabe la vigencia del permiso? ¿Ya se habrán ido a EE. UU. para entonces? ¿Ya se habrán involucrado en problemas en México? ¿Ya se habrán regularizado? La experiencia nos dice que lo más seguro es que, para entonces, ya tengan tratos turbios y no se quieran ir. Será cuando escuchemos que se pegan otros gritos en el cielo, los de aquellos que los querían dejar entrar y advirtieron su error y los de los defensores de los derechos humanos, que exigirán el trato digno que merece todo violador de la ley.


De momento, habrá hondureños en Chiapas y Oaxaca, estados azotados por las inclemencias del tiempo, abandonados de la mano del progreso y condenados al atraso por un racismo peor que el que acusan los buenistas: el que se practica contra los grupos indígenas nacionales, que solo en el papel son tan mexicanos como las chalupas, pero en el día a día apenas son humanos, y a quienes, a pesar de estar ahí desde siempre, nunca les han dicho que están en su casa.

Vale.

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