Trinidad divina

¿Qué está pasando?
-Estamos muertos.
-¿Quién eres tú?
-Tú, soy tú, como siempre ha sido, solo que aquí no hay distinción entre lo que eres tú y lo que soy yo, como antes. 


-¿De qué hablas? Yo no estoy muerto.
-Temía el día que llegara este momento, el momento en el que la otra parte no entendiera. Nunca entendí del todo que era eso de la vida, qué era eso de la muerte a la que tanto temías, y en la que ahora nos encontramos. Y resulta que después de tanto, eres tú el que no entiende y a mí al que me queda claro, aunque en realidad soy yo también ese tú qué nunca entendió nada. Me debes explicaciones.
-¿Explicaciones de qué? Si tú no entiendes nada, menos yo, ¿dónde estamos?
-En ningún lado, en tu cabeza quizá, donde siempre estuvimos.
-Pero mi cabeza está muerta, como dices, ¿dónde estamos tú y yo?
-¿Te refieres a mí o a ti?

-¿No dijiste que éramos nosotros?
-Sí, lo que pasa es que yo no me he movido de aquí nunca. Aquí siempre he estado, hablándote, gritándote, muchas veces reprimiéndote y al final nunca llegué a entenderte del todo, acordábamos algo y de la nada resultaba que no sucedía. ¿Ves cómo si me debes explicaciones?
-Pero no te desvíes, no era ese el tema, ¿dónde estamos?
-Te puedo responder todas las preguntas que tengas, todas, absolutamente todas, menos esa.
-¿No te parece estúpidamente conveniente?
-¿No te parece justo? Como un estúpido precio a cambio de saber todo lo demás...
-No sé si quiero saber todo lo demás, sin saber dónde estoy, ¿Qué sentido tiene saber lo que desees si al final no tienes forma de aplicarlo a dónde estás? A ver, digamos que quiero saber por qué morí.
-Por idiota, te bajaste de la banqueta y chocaste con un ciclista, caíste de espaldas y te pegaste la nuca contra la banqueta. De hecho, acaba de suceder apenas hace un par de minutos, cuando hiciste la primera estúpida pregunta y era obvio que estábamos muertos… Por pendejo, siempre mirabas a un lado y otro antes de dar un paso indeciso, venías pensando pendejadas, como siempre.
-¿Qué venía pensando?
-Curiosamente, esto mismo de lo que estábamos hablando, de la muerte, decías que al final de cuentas podía ser una decisión también la muerte.
-Pero yo no decidí morirme.
-Morirnos, te recuerdo, y sí, quizá si lo decidiste, piensa un poco. O, ¿cómo es que llegaste a esa conclusión de que la muerte es una decisión y justo en ese momento te mueres? Las casualidades existen, decías cuando estabas vivo, yo no entiendo qué vergas tenía que ver una casualidad con la vida, a ti te movían esas cosas un poco, les dabas un sentido extraño y a mí siempre me parecieron eventos idénticos a los demás, como tomar una malteada de vainilla... Baboso, ya no vas a poder tomar malteada de vainilla. 
-De todos modos, casi no la consumía.
-Pero ese era el acuerdo, que poco de lo bueno para disfrutarlo, aunque en realidad lo lograste con muy pocas cosas, como la malteada, pero el sexo, ¿qué tal?
-Eso yo no lo pregunté, no tienes que andar aclarando las cosas que no se preguntan.
-¿Te suena familiar?
-Vete a la verga.
-Vete tú, pendejo, esto siempre fue así, siempre tu puta ley, tu puto entendimiento retrasado.
-Retrasada tu madre.
-Cállate baboso, imponiendo tu capricho y tu voluntad, víctima de tu cuerpo y tus malditos placeres y tus vicios y tus miedos y tus absurdas alegrías, sin dedicarle un puto segundo, un puto segundo a todo lo que yo te decía. Siempre estuve, recurriste a mí cuando más ansioso estabas, yo te regañaba, te reprimía, te advertía, acordábamos cosas, me prometías que no sucedería de nuevo y siempre volvía a pasar, nada más veía cómo poco a poco el tiempo pasaba y nos apagábamos como las flores. 
-¡Ya cállate!

-Ok.., me callo. Y luego, ¿qué? El silencio es más doloroso, hazme caso, no querrás experimentarlo, aprovecha que aún estamos juntos, cuando nos separemos quién sabe qué pueda pasar.
-¿Por qué habríamos de separarnos?
-Porque no pertenecemos a la misma sustancia, tarde o temprano yo dejaré de saber de ti y tú de mí. Quizá tú te conviertas en otra cosa y yo, simplemente, desaparezca. 
-Físicamente ¿donde estabas tú? Yo tenía un cuerpo, por ejemplo.
-Tu maldito cuerpo, tu vicio perfecto, tu vehículo inservible, tu camino más corto y el más denso, culpable de esta última hazaña, ¿me concederás, hoy que ya no tienes nada que perder, que no era el cuerpo el verdadero templo que debías cuidar? Yo no estaba en ningún lado, solo aparecía cuando tú querías, en tu cabeza, en tu pensamiento, pero jamás he sentido la materia ni la energía ni todas esas cosas de las que tantas y tantas veces discutimos. 
-¿Qué sigue después de esto?
-Estás en la antesala de las preguntas, adelante vienen las respuestas, solo que no hay retorno, una vez que la pregunta se formula, no hay manera de volver al inicio: Cuando no había sido siquiera concebida la pregunta, eran sus albores.
-¿Por qué?
-Porque la pregunta engendra la semilla de la respuesta, y la verdad, como el fruto, servirá para muchas cosas, lo mismo para hacer pan, dulce, algún textil, qué se yo, que para pudrir el ambiente y anegar el río de pulpa, atraer mosquitos y generar enfermedades que contribuyan a la proliferación de lo que se engendró cuando se hizo la pregunta, trayendo vida, respuestas, pero también muerte y destrucción, ciclos de una misma cosa.
-No me contestaste, ¿no que tenías todas las respuestas? ¿Cuál es el siguiente paso?
-No preguntaste eso exactamente, deberías bajarle a tu altanería, aquí ya no te la voy a tolerar, si quieres respuestas debes ser sutil conmigo, no puedes tratarme como toda la vida, soy quien sabe las cosas y pretendes ser dueño de la verdad que las encierra cuando nunca hiciste nada que contribuyera a su cuidado; y vienes ahora a querer sacar todo de una sin siquiera ser amable, pretendiendo que todo lo concibe la lógica... Así no saldremos de aquí, y el tiempo se acaba.
-¿Cómo sabes que hay tiempo?

-¿En serio quieres saber eso? Bueno, verás, el tiempo en realidad no existe, es una construcción de medida que el hombre le dio a sus acontecimientos, sin embargo, dentro de sus acontecimientos también está el proceso de la muerte. Tenemos unos minutos antes de que yo me apague y tú, simplemente, te vayas a donde viniste.
-¿A dónde? ¿De dónde vine?
-De ningún lado, como el tapete que se tejió con hilos de colores dando una forma a su estampado, siendo tú el estampado que usó el cuerpo, en este caso el tapete, como medio para tu aprendizaje, del mismo modo, la muerte desdobla los hilos, los deshace, pero no destejiendo lo tejido, sino corrompiendo los hilos, hasta hacerlos delgados, tan delgados que un día, luego de mucho, se vuelven vapor de agua y luego, una gota de agua contiene una parte de eso a lo que tu tapete emigró por corrupción, engendrando vida con tu agua, realmente eso no es tan importante, al final no sabemos en dónde estamos, ¡para qué quieres saber qué es el tiempo!
-Vaya, hasta que hablas de nosotros.
-Porque te has tranquilizado y empiezas a ser amable, verás, en realidad no es que llevemos prisa, es que la eternidad es más pesada de lo que crees. 
-Empiezo a sentir su peso, como una ausencia que se hace cada vez más sólida, y densa, y gruesa, y absorbente y aplastante…
-Tan solo el silencio... Cierra tus ojos imaginarios (porque veo que no dejas de pensar como si tuvieras aún un cuerpo y algo que hacer), y piensa en todo el silencio, en toda la ausencia, en la nada tan abrumadoramente añorada, que hoy te abraza, que te sostiene hasta que digas basta, porque el camino así es, un día te bajas y concluye todo, pero inicia otra cosa. Mírate aquí, en la antesala de las preguntas.
-Otra vez tocas ese tema. ¿Cómo es la sala de las respuestas?
-Depende de qué quieras saber, por ejemplo, si me preguntas por qué no pudiste volver a ver a ya sabes quién, te diré que es porque no te quería, -y perdón que te exponga esto, pero eres tú el que quiere preguntarlo-. Te quiso, pero luego ya no, y muy probablemente, si preguntas más, en automático nos vayamos al momento de tu vida en el que se observa esto que te digo, verás cómo fueron las cosas y cómo las tomaste tú, siempre motivado por lo que tu cuerpo te pedía. 
-A mi mente también le hacía caso. No puedes decir que no. 
-Totalmente, que es con quien estoy hablando, la estúpida mente que siempre se hacía caso.
-Pensé que esa te pertenecía.
-Me pertenecía, hasta que empezaron a fallar algunas cosas. Dejamos de soñar y de buscarlo, dejamos de brincar y de usar las manos para otras cosas que no fuera para trabajar. No me entendías cuando te decía que yo conocía mejor el cuerpo tuyo que tú, tanto que hoy mismo crees que yo soy tú y que tú eres tú sin haber sido nunca yo. La negación de todo el tiempo, lo que todo el tiempo te reprochaba frente al espejo, ¿recuerdas el color de tus ojos cómo se reflejaba dándote verdades que no querías saber? Era yo.
-Quiero saber qué pasaría si pregunto, por ejemplo, en el viaje que hice sin avisarle para reencontrarlo, si la sorpresa fue agradable o no. 
-Ni siquiera entiendes el alcance de lo que digo, como siempre. No necesitas preguntar más, ahí lo tienes, mira, una y otra vez, el momento, repetido muchas veces, ten cuidado con lo que preguntas, escucha lo que está diciendo, escucha lo que le estás contestando, esperabas que fuera mejor, pero estaban cansados los dos y no había nada que salvar, tú lo sabías, yo te lo dije cientos de veces, y aun así vinimos, nos trajiste a este lugar sofocado, bonito pero lúgubre, y no se valía, porque el llanto que a ti te aletargaba a mí me mataba, me pusiste cárceles en mis ideas, en mis consejos, me condenaste al sepulcro de tus miedos. 
-¿Cómo nos salimos de aquí? Pensé que sentiría bien ver esta escena y es todo lo contrario.
-Te digo que la eternidad pesa, es como estar al borde del precipicio cogido de una piedra que sobresale del peñasco, con los dedos doloridos, con la fuerza suficiente para sostenerte, pero con la ausencia de fuerza suficiente para estar a punto de caer, la decisión de dejarse caer nunca llega, porque es como el mañana, cuando llega, ya no es mañana, sino que es hoy. En esa misma forma tú serás tú cuando te sueltes y yo dejaré de ser yo. 
“Ya lo ves, estamos aquí recordando cosas sin querer, viendo los momentos que te gustaban, pero ten cuidado porque empezarán los que no te gustaban.
-Empiezo a sentir dolor, pero un dolor extraño, como si, cuando tenía el cuerpo, me estirasen demasiado, como si me acercasen una fuente de calor intensa, no para derrumbarme, o morir, que muerto ya estoy, como dices, sino para experimentar la muerte, ¿Cuánto dura todo esto?
-De ti depende, de cuando decidas irte, quedarte, indagar, puedes ir a ver a tu madre joven –media distorsionada, a través de los recuerdos de otros-, puedes ir a verte a ti de niño, adoptarás la mentalidad que tenías entonces, con la diferencia de que sabrás esto que hoy sabes y por tal motivo todo te parecerá absurdo, todas las decisiones que tomaste no satisfizarán tu paz, porque todas esas decisiones te condujeron aquí y aquí no queremos estar, y, además, recuerda la semilla que atrae mosquitos, a donde quiera que vayas verás lo conveniente y lo no conveniente, tal como acaba de pasar. 
-Siento nostalgia de lo que vi, de lo que sucedió, amé tanto y con tanto desenfreno que no puedo explicártelo porque no lo has entendido nunca, solo me lo echas en cara y nunca me concedes que, en cierta medida, era necesario.
-Lo era, era necesario que lo hicieras, pero no olvidándote de mí. Era como una traición, como si en lugar de querer estar conmigo quisieras estar con él siempre, sin darme tiempo a entenderlo, saber lo que nos pasaba, para poderte decir las cosas que siempre te decía y que de todos modos no me hacías caso, tú te olvidaste de mí, me traicionaste, me dejaste solo, y cuando volviste llorando, de estar yo amarrado, encerrado por tus bloqueos y tus miedos, ya no tenía yo las fuerzas suficientes para meditar y te dije lo único que podía decirte, que todo estaría bien, aunque los dos sabíamos que no era cierto. Y así fueron los últimos años, entre la discordia de tu corazón que jamás entendió un carajo, y mi desesperación de no poderte contener.
-No sé si quiero seguir sabiendo. 
-¿Recuerdas cuando la muerte te parecía la respuesta de todas las cosas? Ahí lo tienes, no son tan necesarias las respuestas, al final de cuentas, solo te hacen saber. 
-¿Y el universo?
-¿Cuál universo? ¿El que ya está muerto? El de las respuestas al que nos están llevando tus preguntas o el de las preguntas al que ya no podemos volver, como bien te advertí.
-¿No hay universo? Y ¿cómo explicas el tiempo, este tiempo que nos acontece?
-En la muerte, para el hombre pasarán dos minutos, que es el tiempo que había pasado desde que morimos, ahora, en nuestro tiempo, ya han pasado milenios en la tierra y aquí no hay tiempo que acabe excepto con tu cordura. Bienvenido al infierno de Dante.
-Dante era un pendejo. 
-Dante te trajo hasta aquí. Deja de decir estupideces.
-Ya me quiero ir, es doloroso esto. Y no quiero saber más cosas. 
-Solo hay dos caminos, el del adiós o el del hola, todo lo demás es doloroso como bien dices. 
-Explícate.
-Bien podemos despedirnos, me apagaré y tú estarás deambulando por ahí sin entender mucho entre tus recuerdos y los momentos de tu vida, sin piensas en algo, como veo que haces, recorriendo todas estas cosas que nos pasaron y que ahora no podemos detener, serás espectador de tu vida, pero sin entender mucho, creerás que te escuchas y le susurrarás al oído cosas, anteponiéndote a lo que sabes que te va a suceder, o, mejor dicho, que nos va a pasar a los tres, como una trinidad divina en una escena trágica. Al cabo de un tiempo te cansarás y el aletargamiento te irá difuminando, te irás apagando y lo sentirás bien. Y todo se esfuma, entre comillas, porque siempre estarás ahí, por ahí. 
-Y, ¿el otro camino?, nada suena alentador.
-El otro camino es que nos acerquemos a la niñez, curiosamente no has preguntado mucho acerca de ella, y qué bueno porque es peligroso, bueno, en esta vida qué no es peligroso, -aunque debería decir en esta muerte-, y es peligroso porque tendrás la consciencia de lo que te acontece, pero no el entendimiento por ser un niño, sobre todo porque en tu cabeza de niño, hay conceptos que aún no se integran. Y no sabrás regresar y te quedarás como un pensamiento en la cabeza de ese niño al que visitaste. Cuando vas a ver una escena de adulto, por ejemplo, como quiera que sea, ese adulto escucha tus pensamientos –sus pensamientos que hoy le llegan de la visita de sus otros yos de su futuro, o mejor dicho, de su muerte, a su presente-, y se queda con la duda de alguna palabra que a esa edad no conocía y exclama: Traigo una palabra en la cabeza que no sé dónde la escuché, y luego la busca en el diccionario. Así la muerte influye sobre la vida y es un evento único sucediéndose todo el tiempo y corrigiéndose así mismo. Bueno, pues si nos vamos al momento en el que somos niños, bien podríamos no regresar y vivir de nuevo la misma historia, contenida en este tiempo infinito que es uno solo constante, consciente de sí mismo, porque no existe otro motivo de la existencia que la consciencia de sí.
-Quiero ir.
-Siempre tan impulsivo, tan acelerado, pero no seré yo quien te detenga, al final, cuando llegues, yo dejaré de estar ahí, empezaré a ser apenas. Si ya lo tienes decidido, hagámoslo, ¿a qué momento quieres ir?
-Al nacimiento.
-Será doloroso.
-Vamos.
-Adiós pues. 

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