Colaboración especial de Sergio Salazar
El primero
de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones
presidenciales, acompañado de una mayoría amplia en las cámaras de senadores y
de diputados. Fue una victoria arrolladora que ya se veía venir desde el año
pasado. Hubo mucho escepticismo por parte de la sociedad; muchos pensaban que
iba a ver fraude electoral, cosa normal en este país desde hace treinta años.
Lo extraño fue que no lo hubo. Otros pensaban que algo iba a pasar, al estilo
Luis Donaldo Colosio. Pero la realidad nos sorprendió a todos y más a los
seguidores de Morena que durante doce años se dedicaron a desconfiar de las
instituciones que hoy le dieron el triunfo a su líder.
Para empezar, el contexto es
histórico, no cabe duda de ello, porque la victoria de AMLO está relacionada
con lo que está pasando en el mundo; el escenario político internacional
influyó mucho en el sistema político mexicano en estos últimos años. Es un
cambio que se da a nivel internacional: el fin de la globalización; el
agotamiento de los medios de información que difaman a los gobiernos y líderes
“populistas.” Periódicos como El País,
de España, en donde escriben Mario Vargas Llosa y Fernando Savater, paladines
del neoliberalismo y la globalización, hoy se encuentran en decadencia.
Pruebas del ocaso del neoliberalismo
las encontramos en la crisis económica del 2008, la quiebra de Lehman Brothers
y la crisis inmobiliaria de Estados Unidos. Ya anteriormente, durante los años 90,
hubieron otras crisis, pero ésta fue la que generó un daño irreparable al mundo
y a la sociedad norteamericana. El Brexit en 2016 y la victoria de Donald Trump
son pruebas fehacientes de que el mundo anglosajón (los creadores del modelo
neoliberal en los años 80) ya desechó esa política económica. Retomaron su
nacionalismo y ahora los países con ese modelo se hunden en otras partes del
mundo, como la Argentina de Macri y la Unión Europea.
Ese problema global golpeó al México
neoliberal itamita (gobiernos emanados del ITAM), aquellos que gobernaron el
país desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto, debido a que esa
política económica tiene un mal endémico: la corrupción. El neoliberalismo
fracasó en todo el mundo, básicamente porque generaba mucha corrupción por las
grandes cantidades de dinero que movía. Aunado al agotamiento del sistema de
partidos, la falta de credibilidad en los medios tradicionales, el sistema
político mexicano no supo renovarse y tampoco democratizarse. Prueba de ello
fueron las elecciones estatales de 2017.
Centrémonos en el discurso de los
paladines de la democracia y de la libertad. No se cansaron de repetir, hasta
el hartazgo, que México sería una segunda Venezuela. Tenemos los ejemplos del
Nobel de literatura Mario Vargas Llosa y de la pseudo politóloga Gloria Álvarez.
Aparecen constantemente en los medios de información y en las redes sociales
para transmitir la misma verborrea mostrando su pobre capacidad de análisis y
precisión intelectual. La tesis que presentan es la misma: todo aquello que no
sea neoliberal es populista, y se acabó. Con la cabeza hueca de Gloria Álvarez
lo entiendo, pero en el caso (lamentable) de Vargas Llosa, quien ya salió evidenciado
como un lavador por los papeles de Panamá, no deja de señalar el “populismo,”
la “demagogia” y la “irresponsabilidad” que representa AMLO, como si el
neoliberalismo no fuera demagógico, populista (tarjetas rosas) e irresponsable
también. Hay más parámetros para analizar el movimiento político que duró doce
años en este país. Vargas Llosa deja de lado muchas cosas que han sucedido
desde Vicente Fox y sólo se ha limitado a decir que México ya no es la
dictadura perfecta, que es un país que se mueve dentro de la democracia y que
ha progresado en muchas cosas (sin decir cuáles son). Fue lamentable su observación
sobre el asesinato de periodistas, en el que su persecución se debía a la
libertad de expresión: en otras palabras, ejercer su derecho y su profesión es
la razón por la que los matan. Dentro de México, los medios, ya agónicos, y los
conductores chayoteros no podían ofrecer menos, con un Ricardo Alemán que
incitaba a un crimen de Estado. La pejefobia, tal vez no se daban cuenta, y difamar
tanto tiempo a una persona le dio más publicidad; la gente no va a estar con
los abusivos que tienen el control de la información, sino con las víctimas.
La pregunta que muchos se hacen es:
¿por qué ahora la mafia del poder dejó a AMLO ser presidente? Cuando Humberto
Moreira fue presidente del PRI dijo que en las elecciones de 2006 sí hubo
fraude. De inmediato deslegitimó el gobierno de Felipe Calderón, que en aquel
entonces ya llegaba a su fin. Entonces Andrés Manuel sí ganó la presidencia,
pero simplemente no se la quisieron dar; el fraude funcionó perfectamente con
un 0.6 % de diferencia. Los medios en aquel entonces eran mucho más fuertes que
ahora y la campaña de desprestigio fue colosal, además de los garrafales
errores que AMLO cometió, como el plantón en Reforma y las manifestaciones
masivas, y todo fue debido a que se confió mucho en la campaña electoral. En el
2012 no fue así: ese año se denunció la compra de votos por parte del PRI. AMLO
y el PRD sólo se limitaron a impugnar la elección, pero como siempre, TRIFE no
fue eficiente al investigar la compra de votos. Al llegar EPN a la presidencia
firma el “Pacto (contra) por México”, en el que participaron tanto el PAN con
Ricardo Anaya y el PRD (sin Andrés). Gracias a eso el gobierno por fin pudo
aprobar en la cámara de senadores la reforma energética que Calderón intentó en
el 2009; México se encontraba totalmente entregado a los designios de las
grandes corporaciones norteamericanas y el banco de inversiones más grande del
mundo: Black Rock. Para responder la pregunta del principio: ¿Por qué la mafia
del poder deja llegar a AMLO? Porque Estados Unidos ya obtuvo lo que quería: el
petróleo de México. En cualquier caso, si llega a ver otro intento de
expropiación, el banco de inversiones más grande del mundo sólo tiene que sacar
sus miles de millones en acciones de Citibanamex y se acaba el sexenio. En
otras palabras, al decir que AMLO no vaya a ser un Chávez o un Maduro, entre
líneas le están diciendo que no eche para atrás la reforma energética. En ese
sentido México tendría que ser muy cuidadoso para recuperar un poco de su
soberanía, ya que a un lado tenemos la potencia militar más grande del planeta.
Podría decirse que, después de treinta años en el poder, el gobierno del PRIAN
neoliberal itamita ya cumplió su función para los banqueros de Wall Street.
Aunado todo eso a los problemas sociales y demográficos que se viven en Estados
Unidos, Donald Trump le dio una patada al gobierno de Luis Videgaray, el
verdadero presidente de México. Ahora que AMLO llegó a la presidencia, Luis Videgaray
entrará a trabajar (¿cómo no?) a Black Rock.
Mientras tanto, tengo aquí al lado
la gasolinera BP que causó el peor derrame en el golfo de México. La gente
ignorante que pensaba que al llegar nuevas gasolineras bajaría el precio de la
gasolina por la ley de la oferta y la demanda, vio cómo en el gobierno de Peña
y Calderón éste nunca bajó. Antes de que terminara el sexenio, Peña decretó la
privatización del agua no porque quieran vendérsela a Coca Cola, sino porque va
a servir para el fracking, la fracturación hidráulica que perfora la tierra y
explotar las reservas de gas esquisto que hay en la región norte del país. Tal
explotación requiere cantidades inmensas de agua, por lo tanto, con la
privatización del agua podrán desviar los ríos del sur hacia el norte. Por lo
menos AMLO ya dijo que esa reforma sí la iba a echar para atrás inmediatamente:
no pueden privar a la gente del agua, es un derecho vital.
Muchos mencionan que con AMLO hemos
regresado al viejo PRI y no podríamos quitarles la razón, porque Andrés surgió
del sistema, fue miembro del PRI en su natal Tabasco, pero hay que recordar
algo. Al terminar su sexenio, José López Portillo dijo que él era el último
presidente de la revolución; después, con Miguel de la Madrid, veríamos un PRI
que no era nacionalista, un PRI neoliberal y pro estadounidense que no tenía
nada que ver con el PRI que expropió el petróleo con Lázaro Cárdenas. Antes de
los 80, teníamos gobiernos nacionalistas; autoritarios pero nacionalistas. Andrés
Manuel surge de esa ala del PRI. Ahora, hay que entender una cosa, y es que
esto es una tendencia global. En todos lados están surgiendo los nacionalismos
y los gobiernos neoliberales entran en crisis. Trump es nacionalista, el Brexit
fue nacionalista, Vladimir Putin y el Mandarín Xi en China son nacionalistas. La
Unión Europea a cada rato se quiere desintegrar. En Sudamérica, Bolivia es el
único país que crece a un 6 % anual con un gobierno nacionalista. La Argentina
de Macri devaluó su moneda y se volvió a endeudar con el FMI. Se vive una época
histórica de grandes cambios. Hoy la hegemonía de Estados Unidos va en declive
y comienzan a surgir nuevas potencias mundiales: China en lo económico
financiero y Rusia en lo militar. Lo único que queda es seguir trabajo y no
dejar ser críticos. Un escritor o periodista que no es crítico del régimen se
vuelve un mero propagandista, por no decir chayotero, y demandarle al nuevo
gobierno el cumplimiento de sus promesas es su labor histórica.
Excelente análisis
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