Los heterosexuales no existen.

Cuando hablamos de sexualidad, vienen a nuestra cabeza muchas cosas: Los gustos, los géneros, el acto, la reproducción, las enfermedades venéreas y, en fin, un largo etcétera del que no nos ocuparemos aquí. Todo lo que conlleva una relación implícita con la sexualidad, está, comúnmente, teñido por constructos morales que, lejos de regir la conducta en el hombre, antes bien, la censura. 



Tal es el caso de la sexualidad en sus primeros albores -o la masturbación-; es común que se le censure y se agobie, mayormente a los adolescentes, con las consecuencias que tendrán sus actos. Casi siempre desde un aspecto moral o religioso antes que físico o sicológico. Recordemos la tan famosa frase: “Te van a salir pelos en la mano”.

Para entender la sexualidad humana, sería preciso desproveerle todo atributo moral que nos enturbie la razón, a fin de encontrar lo que buscamos. Así como las plantas se reproducen a través de semillas, así, los mamíferos y el resto de los animales, incluidas las células, nos reproducimos a través de nuestras respectivas subdivisiones; la condición moral al acto de reproducción, le deviene de nuestros pensamientos y de nuestras leyes que forman sociedades, regularmente teñidas de un concepto jurídico-legal que es más importante que la misma naturaleza. 

A saber: La edad adulta en la mayoría de los países es de 18 años, momento en el cual eres legalmente capaz de contraer nupcias, tener relaciones sexuales y otras muchas cuestiones por tu propio pie, sin la intervención de nadie, como el caso del papel que fungen los padres. La edad sexual adulta, sin embargo, se consigue, en el mejor de los casos, poco antes de esa edad. Desde edad temprana, estamos listos para lo que el hombre es capaz de hacer, solo por su propia naturaleza: reproducirse. 

Pero la sexualidad no sólo tiene la función de reproducir al hombre, también es satisfactorio, y, aunque existan algunas grupos (mayormente religiosos) que se opongan a las prácticas sexuales, médica y sicológicamente hablando, estas prácticas se requieren para llevar una vida, cuando menos, equilibrada. Pero la liberación sexual no sucede sólo por adquirir la madurez que se requiere, de hecho, en una sociedad tan aquejada por tantos problemas en torno a este tema, no es sino hasta la edad adulta, que se toma consciencia de lo que significa ser activamente sexual, cuando ya ha pasado lo mejor, cuando la juventud se ha ido. 

Un durazno tierno siempre va a saber a un durazno tierno, y habrá quien guste de duraznos más maduros, pero para quienes gustan de un durazno tierno -que no verde-, preferirán tener uno. Con el hombre y con todo lo demás, pasa igual, tenemos un tiempo dado, para oler bien y para oler mal, para tener la piel de durazno y para tener la piel de naranja. Pero resulta que desde temprana edad nos enfrentamos a dos problemas: Nunca estarás bien con tu piel por muy lisa que se encuentre, porque la imagen que tendrás de ti será muy por encima de lo que eres y, por otro lado, que desde que eres un niño, te es censurada la necesidad de explorar el cuerpo. Con una construcción social de esta categoría, no es difícil entender porqué tenemos tantos prejuicios en torno a lo que somos. Nos atrevemos a asegurar que las cosas son de un modo, pese a que no las entendemos. Hablamos con mucha soltura sobre la homosexualidad y sobre la heterosexualidad. Entendemos qué es eso pero no entendemos ni las causas ni el sentido. Decimos que la naturaleza no se equivoca y queremos dar explicaciones de lo que la naturaleza significa per se, como si dentro del sistema solar hubiese algo que no perteneciera a esto mismo que llamamos naturaleza (sin entrar en detalles de biología o química). 

Y queremos definirnos como personas, como adultos, como pensantes, pero sobre todo, como actuadores, que poseen conocimientos y que piensan. Y cuando descubrimos algo que no entendemos, lo matamos, porque el instinto nos dice que el mosquito que tenemos en frente y que no nos deja ver claro, es menester matarlo. Por eso, por muchos años, se han cometido todo tipo de crímenes, regularmente, por gente que no entendía lo que el ejecutado decía. Porque la ignorancia nos precede en el conocimiento. Por eso queremos que la gente, por sentir atracción hacia determinado género, reciba no sólo un nombre sino, además, un trato. Somos tratados por lo que sentimos, porque lo que nos une a las personas es química pura, que nadie o casi nadie, puede controlar: La aceptación o el rechazo del abrazo son tan instintivos al roce de la gente con la gente, que nadie, me parece, es capaz de decidir lo que siente del contacto con otras personas. No hay forma de mandar en los cuerpos, en lo que los hace compatibles, capaces de hacerse las promesas más locas:

Nadie le debería decir a la naturaleza lo que puede y lo que no puede contener.

Para terminar -y abordar el tema que le dio título a la entrada-, hagamos una analogía: Para hablar de temperatura (y en general, de cualquier cosa), precisamos de dos polos contenedores de la cosa (en este caso la temperatura, entre lo frío y lo caliente), de tal suerte que lo único que nos falta es aquél que lo mide (quien sufre esta temperatura). Podemos decir que el hielo no puede estar templado a fin de que no se derrita, y que el sol, debe estar más cerca del polo de lo caliente que cualquier cosa que conozcamos en persona; y que el hielo no puede estar a la mitad entre lo frío y lo caliente, so pena de derretirse. Sucede lo mismo con todo lo demás: algo está entre lo grande y lo pequeño, con relación a quien lo mide pues no se puede ser solo grande y nada más, sin una referencia; se está entre lo que es bueno y lo que es malo, siempre dependiendo de donde se le mire. La izquierda y la derecha también son polos opuestos como lo son el arriba y el abajo, la luz y la oscuridad, y entre los géneros, el hombre y la mujer de quienes se dice que el hombre posee un pene y la mujer una vagina, pero no se atiende a quienes poseen más de uno de estos, y nos atenemos a conceptos parciales que no abarcan la totalidad de nuestra circunstancia. Entre estos polos contenedores de las cosas, estamos todos, o estás cargado hacia un lado o estas en el centro. E incluso podrías estar en el máximo extremo donde, si midiéramos en porcentajes de cuanta derecha tienes según tu posición, es probable que te de el 100%, no 99, sino 100. 
Y aun ese 100, tendrá mucho del 99 colindante. Porque todas las cosas son así, contenidas entre sus polos, más a un lado o hacia otro, dependiendo no solo de la perspectiva desde donde se le mire, sino también desde la propia naturaleza de quién lo mide. Te gustan los hombres o las mujeres, o los hermafroditas o quien sea que sea persona, y eso estará entre la escala de si eres heterosexual hasta la derecha, o eres heterosexual al 99%. Y lo mismo aplica para los homosexuales, y para los negros respecto de los blancos, una persona es menos oscura o más clara con respecto a otra. La respuesta siempre va a depender de lo que estemos buscando y de lo que tengamos enfrente. Por eso digo que los heterosexuales no existen, como no existen los iluminados o los oscuros o los buenos o los malos o los calientes o los fríos, siempre va a depender de la posición en la que te encuentres. De ahí la importancia moral que pesa sobre el acto carnal (beso, abrazo, roce, saludo, coito, etc.). La sexualidad es una práctica, no es el concepto de lo que una persona es y, mucho menos, siente; por mucho que le atribuyamos estas condiciones. No es casualidad que los millenials traigan ideas más frescas en cuanto a la sexualidad, quizá mas delante se vuelva a cerrar y volvamos a las épocas de oro, donde se quemaba a la gente viva por tener contacto con otros. Matamos por nuestro conceptos. Sobretodo por aquello que no entendemos y que nos parece extraño. 

Que exista una mayoría heterosexual podría muy bien ser solo cultural, o una circunstancia generada por el contexto social, o una medida de la naturaleza para el control de la natalidad, o simplemente una característica de la esencia de las cosas, así como las flores amarillas abundan y así como las flores lilas abundan, así igual, las flores negras no abundan, pero no por ser negras son menos flores; su apariencia ¿exótica? las hace especiales, no para cortarlas, sino para entender que en el vasto universo que nos asiste, hay flores negras. Decir que alguien es heterosexual porque le gusta una persona del género opuesto, es tan innecesario -al menos para definir ese ser y no sus prácticas- cómo buscar una palabra para definir a quien escoge siempre el blanco antes que el negro. O cualquier palabra que describa cualquier preferencia entre dos o más opciones: Inútil, al menos en tanto no se esté intentando describir una situación, por ejemplo: Tuvo una práctica homosexual porque tuvo sexo con una persona de su mismo sexo es muy distinto a decir: es homosexual (por la misma circunstancia). Porque si la circunstancia es aislada y nunca más la tiene, ni le quita lo homosexual que fue ni le regresa lo heterosexual que dejó de ser cuando fue homosexual. No hay caso de revisar esa información, obedece exclusivamente a cuestiones morales o religiosas y no de otra índole. Está bien que busquemos entender cómo funcionan las cosas, pero en tanto no suceda, nos damos a la tarea de catalogarlo y juzgarlo pero sin entenderlo. A eso mismo obedece toda la estupidez que el hombre puede poseer en torno a cualquier tema.

Y bueno, los heterosexuales sí existen, pero es tan innecesario afirmar esto como decir que las flores blancas existen. 

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