Era
temprano cuando Johann Sebastian Bach, adusto por la falta de sueño, entró al
Café Zimmermann.
—¡Servidme cuanto antes un café o me
convertiré en cabra!
Con peor nueva no pudieron recibirlo:
¡el café aún no estaba listo! Aguardó, irascible, a que el agua caliente se
impregnara de exquisita amargura, mas para cuando le llenaron la taza era
tarde: sobre la mesa, un macho cabrío balaba tan enfadado como armonioso.
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