y de que el fastidio que carcome tu carne
escurre tenue viscoso
por las comisuras estrechas de tus labios
cuales lágrimas ciclópeas
rabiosas
hediondas a la desolación que me atormenta.
Ya ni la mentira que repetiste tantas veces
—no sé si para convencerme
o
para tranquilizarte cuando querías arrancarme la piel
y el alma—
pronuncias más que forzada como impelida por la costumbre] [añeja
y no por el molino de las voluntades.
Se extinguieron de tus ojos la interrogante
y acaso el dejo de confianza y de lúcido recelo
arden ahora escupiendo llamaradas.
Me doy cuenta de todo pero solo quiero acurrucarme.
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