El tiempo no existe.

No es que el tiempo no exista, porque el tiempo es solo la medida consciente o división elocuente de sucesos que, si bien nos permite hacer cálculos, también es cierto que es circunstancial en el momento en el que es el hombre es el que atribuye las cualidades con las que lo mide. Sobre todo cuando la ciencia viene a decirnos que el tiempo no es lo mismo para todos y que si te paras en una estrella, si pudieras, envejecerías más lento. 





Lo que existe es otra cosa que, aunque esté contenida por el tiempo (atendiendo que solo es una cualidad asignada por el hombre), representa todo lo que existe, existió y existirá; porque independientemente del tiempo que hace o del tiempo que hablemos, hay una cosa que lo engloba todo, siendo él mismo, ya no en el tiempo que sucedió o sucederá, sino siendo la suma de todo, y en la suma de todo, las partes solo son cifras.


Como las manchas de lama en una cascada por la que escurre agua, que aparecen, crecen, se secan, se pudren, se hacen piedras que por miles de años engendran vida, florecen las flores, todas distintas unas de otras, como los hombres: manchas en el tiempo que lo es todo y en el que flota como una pamesa en el aire: brillante, caliente, efímera y abrumadoramente mortal. 

Que dejará de ser para no ser más. 

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