De mamalinismos y desgracias: invectiva

No se habla desde hace una semana de otra cosa que no sea el sismo del 19 de setiembre.

Doquiera que se mire uno puede estar seguro de que, lo quiera o no, habrá un ejército de mamalines publicando sus heroicas proezas como esforzados voluntarios que, dejando de lado todo egoísmo, se han lanzado a socorrer a los hermanos caídos en desgracia, en tan flagrante y hollywoodesco patriotismo que no puede uno sino admirarse de la gran unión que indefectiblemente liga para la eternidad hombro con hombro a mexicano con mexicano, todos como ese ideal de nación que desde 1821 no había podido consolidarse sino en los sueños de esos difusos héroes que nos dieron patria.

Todo ello está muy bien. Ha ocurrido una desgracia y es de hombres, que no de bestias, el socorrer a los vulnerables y desprotegidos. Desgraciadamente este movimiento esperanzador y optimista dista mucho de ser, en efecto, el ejemplo de unidad, justicia y organicidad nacional que tanto se esmeran en pintarnos los medios y, más que ellos, los mamalines que andan por las redes pregonando a voz en grito que a partir de ahora todo será diferente, que la clase política será desterrada de la ciudad que es médula y modelo del país entero, que aunque el cuerpo se canse el espíritu y la voluntad no se doblegan y que pronto llegará, como si de la Jerusalén celestial se tratase, ese México paradisíaco en el que el bruto pace junto a la oveja sin siquiera añorar el gusto de su carne, ese Edén que si la corrupción traída desde fuera, desembarcada con Cortés y sus huestes de bellacos y truhanes, tornó putrefacto hoy habrá de levantarse nuevo, límpido como el estado libre que gozó primero. Triste parteaguas de turno que la inteligencia de pacotilla de algunos no alcanza a dilucidar.

Y sin embargo, en este utópico México sin males, donde todos cuidan de todos y nadie mira por sí mismo si no es para seguir mirando por el otro, el odio campa a sus anchas: se odia a los políticos, se odia a los desposeídos que aprovechan la confusión para por fin hacerse justicia por mano propia, se odia a los militares y marinos si yerran en algo, se odia a los medios de comunicación porque hay que odiarlos, se odia al que no le mama el esfínter a la chingada perra rescatista, epítome de todas las dignidades zoecéntricas que habrán de venir con este nuevo mundo; se odia al que no anda de mamador y al que, harto de tanta hipocresía, se atreve a reconvenir a los esforzados voluntarios que meten las manos hasta los codos en sabe Dios qué, pero las meten y meten y vuelven a meter con la esperanza de rescatar un chihuahueño, un loro o el cadáver de un niño —y el cadáver no es gratuito, sino grato, porque recuerden que estos héroes le confieren más dignidad a un cuadrúpedo y a un ave que a un individuo de su misma especie, al que prefieren llorar antes que arropar con vida— y en este México de libertarios, de héroes y de hermanos, a final de cuentas, se odia como siempre al que no les compra el mame y no se lo tatúa hasta lo hondo del tuétano.

No voltean a mirar al lado oscuro de la tragedia, que la vuelve aún más dolorosa: violaciones, robos, engaños, muertes. La falta de atención a los crímenes tradicionales, merced de la preocupación por rescatar gente y organizar a la población que acude a trompicones a ayudar, ha servido de manto protector para las escorias sociales que siempre buscan salida para sus bajas inclinaciones. Esto también es consecuencia de la debacle, pero pareciera que ello con una mentada de madre y con no publicar mucho al respecto se borra de la superficie perfecta del México que será, que aprenderemos a ser a fuerza de hashtags y de exclusión si no comulgas, porque en este paraíso caben todos los que piensen como un puñado de mediocres e ignorantes, eso sí, bienintencionados hasta los huesos. Entre tanto sudor, polvo y, sin duda, sangre, orgásmicamente tapan el sol con un dedo e insisten que las cosas no van a seguir igual, pero yo me pregunto cuánto tiempo durará la consigna, cuántos segundos contabilizarán la eternidad de este nuevo ombligo de la Luna.

Ya sienten, no obstante, en plena ebriedad onanista los pasos en la azotea estos putillos de atención, porque es verdad que en la marejada de publicaciones y de tuits, algunos ya comienzan a decir «que sigamos unidos», «hay que mantenernos así», «creemos claves para recordarnos esto y seguir así». Muy loable pero igualmente fútil su incitación a no romper la pretendida hermandad que una desgracia ha venido a inspirarles. No se van a mantener así por una sencilla razón: nunca han estado unidos genuinamente con esos a los que ahora llaman hermanos. Se llenan la boca con palabros de amor fraterno, pero en el fondo siguen siendo los mismos apáticos egoístas. Pueden invocar que han laborado, que han dejado días y lágrimas en el trabajo voluntario, que han apoyado con todo y más incluso, pero esto de lo que tanto se regodean es una reacción natural al desastre. Ha pasado una catástrofe, por eso están tan animosos, como lo estuvo la sociedad en el 85, como en todas partes del mundo, cuando pasa algo, los habitantes se esfuerzan por sobrellevar y superar la desgracia.

Pero, ¿dónde estaban estos generosos paladines de la hermandad entre connacionales antes del terremoto? ¿Dónde sus donaciones para ayudar a los once millones de pobres extremos que viven en el país? ¿Dónde su rescate a Oaxaca y Chiapas tras el sismo previo? Hasta que no les tocó a ellos, no movieron un dedo. En su cortedad de visión, en la que su generación es la única que ha pisado la faz de este planeta y por ende a sus diecitantos años lo saben ya todo, la tragedia es la piedra de toque que les hacía falta para despertar, para escuchar esa llamada libertaria y mesiánica cuando no milenarista, ¡como si antes no hubieran existido desgracias que podían haber servido de mortero para construir esto que falazmente juran haber edificado! Yo les vuelvo a preguntar a esas hordas de payasos mediáticos dónde estuvieron antes de que el sismo dejara tan maltrecha a la Ciudad de México; tanto alaban la obligada ayuda extranjera, y ellos dónde estuvieron en 2011 cuando el tsunami provocó tanta muerte y desolación en Japón como ahora este terremoto aquí, dónde un año antes cuando la mina San José se tragó vivos a 33 mineros chilenos, dónde toda su puta vida cuando México se ha empobrecido cada vez más. Estaban ahí riéndose de los memes generados ex profeso para burlarse de estas situaciones. Estaban ahí creyéndose intocables, perfectos, cagados de risa merced de su superioridad moral.

No faltará la pendeja opinión que me diga que es muy fácil opinar de lejos, como si yo no viviera en este país, como si yo no fuera parte activa de la sociedad, como si no me preocupara por el otro y no pusiera en práctica la doctrina social que profeso y que consiste en apoyar en la medida de mis posibilidades a mis connacionales, no a raíz del terremoto, sino a raíz de que comprendo nuestra vulnerabilidad humana. A esas voces enanas solo les puedo decir que es muy fácil montarse en el macho de la superioridad moral e ir por ahí, gritando a los cuatro vientos, que meten las manos, que ayudan hasta que el cuerpo desfallece, que a diario se calzan las botas y el casco. Cálcense antes de que el piso les tiemble a ustedes, desfallezcan antes de que el dolor les llame a la puerta, hagan todo eso en silencio y sin mamar antes de que el techo se les caiga encima y entonces sus arengas cibernéticas tendrán sentido, entonces y solo entonces serán legítimos sus esfuerzos, pero ya sabemos que no va por ahí, ¿no es cierto?

México se va a levantar porque también es naturaleza que pasado algún tiempo las heridas sanen, las enfermedades mengüen y el organismo se restablezca, pero no va a ser diferente, doscientos años de histórica verdad nos lo demuestran. El cambio no comienza con iniciativas hipócritas, sino desde la participación genuina, la que no considera que la democracia es votar a lo estúpido, la que propone desde la sociedad civil maneras de avanzar hacia un fin común, la que no culpa al político, al cura o al militar de las desgracias sino que mira desde su propia trinchera dónde hay que comenzar a subsanar los vicios heredados por sistemas anteriores. A como vamos, esto no se quedará sino como una simple nota de aliento, entre tanto, seguirá el mame…

Vale.

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