Hacia 1713, Antonio Vivaldi estrenó un
concierto para violín y cuerdas en Re mayor rematado con una peculiar
dedicatoria: “a la solemnidad de la santísima lengua de San Antonio de Padua”. El
entusiasta poco versado en menesteres religiosos puede preguntarse a qué
obedece esta anotación y a ello traigo respuesta: esta obra, identificada hoy
con el número 212 en el Catálogo Ryom (y que tiene un tercer movimiento
precioso), fue escrita en honor de una de las más peculiares reliquias que
encontramos en la historia del catolicismo.
Antonio de Padua, cuyo nombre verdadero
era Fernando Martim de Bulhöes e Taveira Azevedo, fue un sacerdote portugués
del siglo XIII que llegó a convertirse en uno de los santos más populares del
rito católico; es rara la iglesia de esta denominación que no cuenta con una
figura suya, y los fieles latinoamericanos le atribuyen toda una variedad de
fantásticas cualidades: entre otras cosas, se dice que una oración dedicada a
él ayuda a encontrar lo que se ha extraviado, que su “novena” hace milagros y
que colocar una imagen suya de cabeza, o bien, arrebatarle al niño Jesús que
lleva en brazos, puede traer el amor. Asimismo, se lo considera gran aliado de
las solteronas desesperadas y se dice que solamente él puede conseguirle pareja
a aquellas mujeres que se han colocado un vestido de novia ajeno. Sin embargo,
esta asociación de San Antonio con el amor es más bien reciente, pues en
realidad él solía ser mucho más conocido por asistir a quienes se dedican a la
palabra; en vida él fue un gran orador, y era tan virtuoso que, cuando exhumaron
sus restos varios años después de su
muerte, sus seguidores descubrieron que todo en su cuerpo se había corrompido
salvo por la lengua, que presuntamente se conserva hasta hoy en la basílica que
lleva su nombre, en Padua. Esta reliquia, al igual que otras tantas que
proliferaron en Europa, fue objeto de considerable veneración los siglos
siguientes, y puesto que Vivaldi fue un sacerdote activo en la cercana Venecia
durante el siglo XVIII, es casi seguro que compuso su concierto con motivo de
la fiesta del santo, que se celebra lo días 13 del mes de junio, y podemos
tener la certidumbre de que esta obra se interpretó alguna vez en Padua, ante
el altar que alberga su lengua.
Bueno, ahí lo tienen: este concierto está dedicado, literalmente, a una lengua. Recomiendo escucharlo en la
grabación de la Orquesta de Cámara de Verona La Risonanza, con Juan Carlos
Rybin en el violín.
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