No es que fueran a una velocidad
exorbitante, lo que pasa es que a 80 kilómetros por hora, que se te revienten
dos neumáticos, casi es seguro que colapses.
Antes de eso, la princesa le dijo a su
compañero:
-Presiento que nos están siguiendo.
-Tranquila- le respondió-, ya te
encontrarás con Ernesto y podrás decirle lo que quieras. Vengo observando los
autos que nos siguen y no he notado nada.
Pero no pudo. Ni Ernesto ni nadie
supieron nunca acerca de lo que la princesa sabía. Y que era urgente que lo
supiera. Cuando los neumáticos reventaron, el auto viró sobre su eje impactando
de un costado contra la pared del túnel para posteriormente volcarse varias
veces y terminar chocando de frente con el otro muro. Los dos pasajeros
murieron. La princesa estaba muerta. Y nadie supo nada, excepto…
Corrían las personas de un lado a otro
buscando respuestas y llevando mensajes, Matilde, que tenía los ojos
hinchados de tanto llorar desde que recibió la noticia, no podía salir de su
habitación y hacía el intento de no llorar apretando sus puños, pero era
imposible. Habían matado, como bien le había dicho que iba a pasar, a la única
persona que ella había querido: la princesa. Matilde era su asistente de
cartas, por eso la princesa le dictaba y le enseñaba a enviar mensajes,
invitaciones, felicitaciones, y Matilde, que había amado a la princesa hasta allá donde duele
el deseo, había hecho de su mano la mano de la princesa y los
pensamientos de una eran los de la otra. Por eso Matilde no podía salir de su
habitación. No porque se fuera a quedar sin trabajo, o porque tuviera que
seguir viviendo ahí en otras funciones, no salía porque lloraba y no quería que
el resto de la servidumbre y compañeros vieran el grado de dolor que ella
experimentaba, sobretodo porque la princesa siempre le pidió que cuidaran de no
aparentar empatía y su trato en público siempre fue cordial pero frío.
Los funerales serían al día siguiente, en
la plaza pública y donde el pueblo pudiera pasar a ver a la princesa que lucía
espectacular de muerta. Festín para necrófilos.
Después de secar bien sus ojos y poner un
poco de maquillaje, salió directo a la calle, sin anunciar su retirada. Después
de todo, su jefa estaba muerta y en tanto no se reorganizaran los papeles de la
princesa, ella debía atender los últimos pendientes y hacer un recuento de lo
que dejó la muerta. Pero antes de eso, quiso hacer lo único que pudo antes de
que fueran silenciadas las personas involucradas en el asesinado de la
princesa. Porque eso había sido, y tanto la princesa como Matilde lo sabían. No
sólo tenían las sospechas fundadas sino además la seguridad de que ese era el
paso siguiente, sólo que cuando uno cree que alguien lo puede matar, le parece
irreal hasta que lo matan. Obviamente sin darse cuenta, o quién sabe, un
segundo antes de morir, como el hombre de Crónica de una muerte anunciada, que
antes de morir dice; me jodieron.
¿Habrá pensado la princesa, me están
matando justo ahora o sólo se preocupó por agarrarse bien del auto y ya no supo
más, como la misma pregunta para los periodistas que matan en México por parte
de los grupos de poder o del Gobierno, sabrán que los están matando o no alcanzan a entenderlo?

Matilde fue a buscar a Ernesto, hijo
mayor de la princesa con quien siempre tuvo mucha afinidad y para con quien
ella iba justo cuando tuvo el accidente. Pero Ernesto no sabía nada y, cuando
Matilde solicitó la venia de verlo personalmente por un tema muy delicado y con
la solicitud de que fuera exclusivamente en privado, éste, entendiendo que
quizá su madre le habría dado información, la citó en el club. Dos semanas
después, donde él hacía tenis, ella llegaría como entrevistadora autorizada y lo
entrevistaría justo en la cancha. Él le entregó la grabación y los documentos
de lo que debía mostrar en la entrevista que, por cierto, salía una semana después en la revista de Caras, ella sólo lo necesitaba por si alguien en
algún momento se lo solicitaba. Ya lo había arreglado él todo, por medio de
algunos amigos de la universidad. Y al final sólo los del club vieron la cara
de la entrevistadora.
Con micrófono apagado en mano, Matilde
dijo:
-Tu madre sabía que la querían matar. De
hecho se iba a ver contigo para decírtelo.
La cara del príncipe se desencajo un poco
pero recobró la compostura, no fuera que alguien llegara a retirar a la
entrevistadora por inquietar al señor, a diferencia de su madre, él no tenía un
auxiliar o ayudante o amigo o compañero con quien hablar.
-¿Por qué si lo sabía no lo dijo antes?
¿Por qué hasta ese día?
-Porque sus conjeturas no fueron a
tiempo. Ella siempre buscaba el lado bueno de las cosas y tenía la esperanza de
estarse equivocando, pero no fue así.
-Y ¿quién se supone que la quería matar?
-Tu abuela, la reina-, el príncipe no se
inmutó, más o menos esperaba esa respuesta, pues, aunque su abuela siempre fue
muy cariñosa con él y lo complacía en lo que fuera, nunca sintió que hubiera
química entre ellos. Ella era afable y elegante, y le hacía caricias pero la
forma en la que miraba a la princesa, era tal que hasta a él, la abuela le daba
miedo. No sólo al resto de las personas que él conocía, sino a todos. Todos le
tenían miedo y la única persona que podía haberla conocido y entendido estaba
muerto: su hijo, padre del príncipe y con quien casaron a la princesa, una niña
que había nacido en una casa de ricos, sólo con un poco de amor por su madre y
la servidumbre con quien siempre se sintió empática. Jamás conoció la pobreza y
cuando alguien mencionaba a los pobres, se les tenía por bárbaros que no
querían educarse, que seguían viviendo en las cloacas o en los desiertos y
junglas cazando serpientes y jabalíes con un taparrabo. Tenía 15 años cuando
vio por primera vez a un negro y sintió tanta curiosidad que lo primero que iba
a hacer y no le fue permitido, era tocarle la mejilla, sonriendo. Pero sus
sonrisas siempre fueron apagadas. Era una flor que había nacido para un florero
hermoso, lleno de brillantes y abundante de agua y tierra, de la cual un día,
cuando ya no fuera más necesaria, sería cortada.
-Tu madre solo fue vientre para ustedes.
Necesitaban príncipes varones que pronto restablecieran la imagen del
matrimonio, y por eso quieren que te cases ya.
-¿Quién quiere que me case?, ¡eso es una
locura!
-Aún no estás enterado pero pronto lo
sabrás. Ya tienes, de hecho, a la esposa. Es Lucrecia, ella tampoco está
enterada. Sólo tu madre, la reina y los padres de Lucrecia lo saben. No me
preguntes cómo lo supo tu madre, nunca me dio las fuentes para no ponerme en
riesgo a mí ni a ninguna de las personas que, dijo, la habían ayudado. El caso es
que con ella en medio no se podía restaurar el matrimonio que tan bien les
sienta como modelo de la sociedad, no sólo la de oriente y centro sino la de
occidente. Parece que las atrocidades que comenten no sólo es en un país en
específico. Y tú, si pudieras saberlo, lo sabrías hasta que cumplas 40 años, que es la regla que establece que
hasta esa fecha se les bautice con la sangre.
-¿Sangre?
-Humana, por cierto. Hay rituales que
hace la reina…
-¿De qué estás hablando?
-Es probable que saliendo de aquí, si
alguien me siguió la pista o alguien sabía que tu madre y yo compartíamos
información o que éramos amigas…
-¿Amigas?
-Amigas, y algo más. Y no me refiero a
una relación. Ella confiaba en mí porque necesitaba confiar en alguien. Eso no
es importante, quieres oír lo que tengo que decir o prefieres que me vaya a ver
si no me matan.
-Continúa.
-Y te pediría que no me interrumpieras
porque es mucha información como para resumirla. Sólo te daré más generales
porque se nos está acabando el tiempo. Según tu madre, llegados a los 40, el
cuerpo sufre una transformación que si se somente a ciertos rituales en los que
son asesinadas personas para comerlas, el cuerpo se regenera y resurge la
fuerza de la juventud. No sólo beben sangre de bebé o comen niños servidos en
bandejas brillantes como una muestra de respeto (que más bien me parece de
repudio) a la vida, porque creen que por medio de la boca entra la energía que
nos habita y nos da vida. Y el caso es que todas las personas que conocemos que
podrían estar dentro, verdaderamente conservan muy buena salud para la edad que
poseen. Entre las prácticas que hacen es desprenderle los ojos a la persona
para comérselos, pero no deben estar dormidos porque la mirada estaría apagada
y no daría el acceso al brillo de la mirada y no proporcionaría los beneficios
de la visión, por lo cual la persona a la que le desprenden los ojos,
mayormente gente sabia o intelecutales, es inevitable que vean lo que les
están haciendo. Y eso es sólo una parte de lo que dijo. Me habló de otros
mundos y de estados de la materia que no conocemos pero nunca pudimos ahondar porque
además tampoco para ella era muy claro. Y solo me decía una cosa: Cuando lo vea
le diré: Sólo vale la pena la vida si sientes un poco de amor. El resto es una
historia ya contada. No camines a otro lado que no sea ese, aunque cueste la
vida, porque al final, la vida es sólo eso, el amor que experimentamos mientras
estamos vivos.
-Suenan a palabras de ella… Gracias, Matilde.
El tiempo se había acabado, Matilde no duró mucho trabajando para la Realeza, por fortuna no la mataron. Muchos años después, el príncipe probó la carne humana y pensó en su madre, un recuerdo vago y empañado que carecía de peso y que no servía para la vida que él llevaba. Si tan solo nunca hubiera muerto...
El tiempo se había acabado, Matilde no duró mucho trabajando para la Realeza, por fortuna no la mataron. Muchos años después, el príncipe probó la carne humana y pensó en su madre, un recuerdo vago y empañado que carecía de peso y que no servía para la vida que él llevaba. Si tan solo nunca hubiera muerto...
Publicar un comentario