La paloma mensajera

Entré en la cocina para no sé qué y vi algo moverse en lo alto del mueble, sobre el escurridor de los platos. Era ella, blanca como la luna excepto por unas marcadas líneas grisáceas en el pico y en medio del pecho. Me miraba con sus ojillos negros de botón, ladeando la cabeza de vez en cuando con repentinos espasmos, como inspeccionando sutilmente la zona. Parecía una paloma vulgar de no ser por la tranquilidad que emanaba, inalterable, en un lugar extraño y cerrado y repleto de humanos.

Pensé, en un principio, que estaba herida; fui a buscar mi escalera de tres peldaños y subí sólo hasta el segundo, suficiente para quedarme cara a cara con ella y poder examinarla. Pero al acercarle mi mano salió volando y se golpeó la cabeza contra el techo de mi cocina. No pareció inmutarse, y lejos de salir huyendo se posó en la barandilla de la galería que da a la calle. Allí se quedó mientras yo la observaba detenidamente: parecía llevar algo atado a una de sus patas.

Estaba claro, y aunque extraño en estos tiempos, que se trataba de una paloma mensajera. Y ese mensaje debía ser para mí, de lo contrario no habría venido a mi casa ni estaría instalada en mi galería, habiendo tanto cielo por explorar.

Acerqué despacito mis manos a su cuerpo, haciendo ademán de tomarlo entre ellas para que no se asustase y echara a volar antes de poder quitar de su pata el papel doblado, en el que seguro estaba mi mensaje desde quién sabe dónde. Pero empezó a agitarse y a arrullar, y mis manos se quedaron quietas debajo de ella, esperando al momento oportuno de capturarla.

De pronto levantó el culo y dejó caer un chorro viscoso y blanquecino, y después salió volando.

Traía el pajarraco, efectivamente, un mensaje para mí. Me gustaría saber quién fue el simpático remitente para darle las gracias.

Publicar un comentario

Copyright © Pillaje Cibernético. Diseñado por OddThemes