Parécele al viajero cansado que llega a tierras norestenses que la gastronomía, por lo cárnica, es necesariamente más sabrosa que en cualquiera otra parte del país. Yerra en grado sumo quien piensa que esto es verdad, y es que la auténtica comida del Noreste no se degusta en los celebérrimos restaurantes que se promocionan en la carretera libre de Apodaca a Monterrey, ni mucho menos puede alcanzar su ganancia para que se coloquen panorámicos que anuncian sus bondades y finezas. Los platos norestenses son igual o más abyectos que los de Tizayuca y su innoble cocina económica y hoy vengo a relatarles una de esas tristes realidades.
Aconteciome ha escasos días que, viniendo yo para Guadalupe, tuve la necesidad de salir de casa sin haber almorzado. La priesa me evitó siquiera prevenir alguna fruta o galleta que hiciera las veces de tentempié cuando no de desayuno, así que me vi obligado a visitar uno de los localitos que pretenden servir de restaurante en las inmediaciones de la plaza principal.
A mi llegada al sitio lo primero que noté fue que no tenían encendido el clima. Un gran minisplit ornaba, como en las tabernas de los valerosos nórdicos la cabeza de un alce, la pared central de ese establecimiento blanco en esencia, pero recubierto por una especie de película mugrosa que deslustraba el color. Y bueno hubiera sido que, igual que el alce, el armatoste hubiera estado muerto, pero funcionaba, funcionaba excelentemente mas por no gastar más luz de la necesaria le dejaban apagado, para escándalo de mi ser que ya resentía el infernal calor de la cocina.
La mujer que me atendió dijo que a esa hora solamente tenía gorditas, así que sin mucho miramiento accedí a pedir una orden. ¡Cuál sería mi sorpresa al escuchar que se vendían por pieza! Terminé pidiendo tres, porque pensé que serían plato nutrido según costaba la unidad, ¡doce pesos!
Cuando llegó el plato apenas podía creer la visión delante de mí: tres envoltorios de masa que, si habían de recibir el nombre de “gordas”, era porque debieron serlo y mucho en su juventud, según estaban hoy de anoréxicas perdidas de tanto bullying como imaginé que habrían sufrido en sus años mozos, cuando habrían salido de la cocina y no del basural que a leguas se notaba las habían extraído hoy.
Pedí un limón, esperando que su acritud bastara para opacara el amargor de haberme visto en tan penosa comida y engullí aquello rogando que no terminaran mis entrañas más vacías después que antes de darle paso a esas gordas flacas. Y aún tengo hoy por milagro no haber muerto luego de ese día.
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Cuitas de cocina económica ☞ Edición Noreste
Por Tuzo Pillo Hora 00:00 0
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