Acerca del conejo ovíparo pascual

La Pascua es la fiesta central del cristianismo apostólico, única rama que merece el título de religión por haberse fundado sobre la autoridad que Jesucristo entregó a sus discípulos para que llevaran la Buena Nueva a todos los rincones de la Tierra. Sin embargo, como de ordinario acontece, con el cambio de los tiempos y la mentalidad consumista que poco a poco se ha apoderado de la humanidad, el misterio que encierra la Salvación del género ha sido opacado porque mercantilmente apenas puede consolidarse como una fiesta universal. Mientras que la Navidad puede revestirse de regalos y luces, la Pascua, momento culminante de un largo período de reflexión, arrepentimiento y penitencia, aunque supone el fin del peregrinar y el triunfo de la vida verdadera sobre la muerte, no vende igual, no se corresponde por su adustez y rigor teológicos al mariconismo actitudinal que hoy agrada tanto, por lo que su existencia de a poco se ha relegado a las conciencias que no se dejan empapar del reduccionismo material y el irresponsable ateísmo pro-comodidades que campan a sus anchas.

No obstante, hubo una época en que el Occidente cristiano aún celebraba con asiduidad la Fiesta de las fiestas y era tal la expectativa que se sembraba entre chicos y grandes que se consolidó con una ritualización tan especial que incluso podría equipararse con la Navidad en primavera. De este feliz período surgió un personaje que, sin el mínimo temor ni respeto, podía ver a los ojos a Papá Noel y escupirle en la cara si quería: el Conejo de Pascua.

Pero, ¿por qué un conejo? Y ¿por qué deja huevos en lugar de zanahorias u otro vegetal representativo de esta especie? Bueno, sin duda la lógica natural no aplica en el universo de los ancianos con sobrepeso que sobrevuelan el planeta trepados en un trineo tirado por renos voladores, así que tampoco tendría que extrañarnos la existencia de un lagomorfo ovíparo. Mas el asunto, como de ordinario acontece, no es simple fantasmagoría creativa —como ahora pretenden muchos ignorantes que se quieren hacer pasar por cultos, regodeándose en su flagrante analfabetismo en materia de sistema de creencias y Humanidades—, al igual que la figura de Santa Claus, el conejito pascual está estrechamente emparentado con la mitología germana.

Francine Ferland, en un amigable libro infantil que explica el origen de muchas fiestas tradicionales anglosajonas, junto con lo que ella llamaría la “verdadera” identidad de sus personajes más representativos, cuenta que los antiguos sajones adoraban a una diosa de la fertilidad llamada Eastre, a quien celebraban en primavera. Las fechas en que se le rendía culto, cristianizadas luego, conservarían en las lenguas celto-germanas un rastro del nombre de la divinidad pagana (así, por ejemplo, Pascua se dice Easter en inglés e islandés, Ostern en alemán, Ouschteren en luxemburgués, etcétera), aunque se revestirían con los significados propios de la tradición judeocristiana. ¿Qué pinta el conejo en todo esto? Bueno, el animal consagrado a Eastre era la liebre, que sirvió de inspiración para que más tarde los alemanes festejaran la fiesta recordando elementos propios del cambio de estación, muy especialmente la abundancia de nidos de pájaros. De suerte que en las regiones centroeuropeas y nórdicas la Pascua se celebraba con una simpática elaboración de nidos, que se dejaban afuera de la casa durante la noche del Sábado Santo para que a la mañana siguiente estuviesen repletos de huevos de colores, traídos, que no puestos, por la fiel sierva de Eastre.

No es novedad que las tradiciones, al popularizarse y extenderse por diferentes regiones, adquieran matices propios y en ocasiones devengan en otras muy distintas. Esto pasó precisamente con la liebre de Eastre, que poco a poco fue convirtiéndose en un conejo, quizá por la abundancia de dicho animal en otras partes del mundo. También señala Ferland que, por ejemplo, en las regiones del Tirol no es un conejo quien lleva los huevos, sino que los pone una festiva gallinita, mientras que en Suiza es un pájaro cuco. Por su parte, José Carlos Lozano, en un estudio sobre las tradiciones y festividades de Nuevo Laredo, apunta que el personaje es femenino, es decir, una coneja, y que es quien pone los huevos, que no son de chocolate sino que están rellenos de confeti, para reventarlos mejor. Este curioso sincretismo entre la tradición anglosajona del conejo de Pascua y el carácter carnavalesco mexicano, además de ser el colmo del mal gusto, en cierta medida revela que la tradición aún tiene vigor en algunos sitios.

Sin duda esta temporada no está exenta de curiosidades.

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