Poképost: Pokémon de Satán

Hoy, 26 de marzo, nuestro bienamado @ConstantineVick cumple años y como se hizo tradición desde el año pasado, le vamos a dedicar su Poképost.

En esta ocasión vamos a recordar un episodio muy interesante que además estrecha las relaciones semióticas entre el universo Pokémon y el de Constantine: el caso de los Pokémon satánicos.

Por ahí del año 2001, dos años después del estreno en México de la serie de anime producida por 4Kids, el fenómeno Pokémon había inundado el mercado y las mentalidades infantiles. Juguetes, juegos de cartas, figuras de plástico, camisetas estampadas, álbumes de estampitas y demás imaginería poblaba las calles, los escaparates y los hogares de miles de niños aficionados a la serie y, las menos veces, también al clásico videojuego de Game Boy.

Itero, pues, que la afición principalmente tenía buena fortuna entre los niños y, por supuesto, entre los adolescentes gamers, porque este hecho, como suele acontecer con aquello que el vulgo no comprende, supuso el escándalo y el terror entre la población adulta. ¿Qué tenían esos extraños personajes de nombres tan raros que encantaban a los pequeños? ¿Por qué les gustaban sus aventuras carentes de lógica? ¿En qué radicaba ese éxito tan inopinado? Como es natural que suceda en sociedades atrasadas como la mexicana, todo lo que tuviera un ascenso inmediato y aparentemente espontáneo no podía deberse a un bien planificado modelo de marketing ni al esfuerzo conjunto de compañías productoras de diversos giros por colocar sus marcas, no, por supuesto que el éxito no se alcanza a base de trabajo (porque los mexicanos, aunque lo nieguen, son güevones e imbéciles por naturaleza) sino que necesariamente debe ser resultado de alguna perversa intervención sobrenatural.

Un cura hidalguense, preocupado por la fijación de los niños en estas criaturas, y educado bajo la dogmática concepción que imperó durante décadas en lo tocante a la televisión mexicana de que las caricaturas asiáticas promovían el satanismo, decidió revivir las viejas y santas llamas del Oficio en el atrio de su parroquia y el 12 de febrero de 2001 convocó a los fieles a quemar las efigies de los monstruillos, alegando que eran representaciones demoníacas. El caso fue sonado en el centro del país, varios sitios noticiosos lo refirieron e incluso una nota apareció en Hechos, el noticiario de TV Azteca. A los pocos días el sacerdote canceló este paródico auto de fe precisamente porque temía que la gente lo relacionara con las prácticas inquisitoriales del Medioevo (algo que no tiene nada de malo, pero en su momento había que mantener contento al público).

Sin embargo el furor por equiparar a Pikachu con el mismito Lucifer no paró ahí. En diferentes medios se emprendió una fanática campaña para alertar a la población de que nuevamente el Diablo había encontrado la manera de penetrar en los hogares, esta vez bajo la apariencia de una inocente caricatura. Se hicieron famosas las supuestas etimologías de los nombres de los Pokémon, que significaban cosas como “Mil millones de veces más poderoso que Dios” o “Adorador de Satanás”. La información fidedigna era escasa y el fanatismo desbordante.

Sin embargo el asunto tiene una arista peliaguda y complicada. En 2000 llegaba a buena parte de los cines del mundo la primera película animada de Pokémon: Mewtwo contraataca. El filme fue satanizado también en Europa, sin embargo en abril de ese año el Vaticano se pronunció oficialmente con respecto de dicha película y su marca. La Conferencia Episcopal Italiana por medio de Sat2000, su canal satelital, anunció que nada había de réprobo en la serie, la cinta o los juegos, muy por el contrario eran formas de entretenimiento que invitaban a usar la imaginación para resolver problemas y primaban virtudes casi olvidadas como la lealtad, la camaradería y el amor desinteresado por los demás. Buen número de medios interpretó esto como una bendición papal para la exitosa franquicia (aunque el Sumo Pontífice nunca bendijo oficial ni explícitamente ninguno de estos productos, sin embargo es probable que diera el visto bueno en conjunto con la Conferencia Episcopal).

¿Habría sido ésta la razón por la que el cura hidalguense decidió dar marcha atrás al proyecto de quemar las imágenes de los Pokémon? Es difícil saberlo y es temerario aseverar cualquier cosa. Tampoco parece un caso demasiado sensible como para que la jerarquía eclesiástica amenazara a uno de sus sacerdotes por invitar a un acto que en última instancia velaba por la salud espiritual de la comunidad.

En la actualidad, Pokémon sigue siendo un fenómeno masivo, aunque con cada nueva entrega de los juegos se hace patente que su vigor no es igual al de hace casi dos décadas. El más reciente juego para móviles, Pokémon Go, no se ha librado de ser emparentado con los poderes del averno. En 2016 el obispo de Sicilia condenó el juego por “convertir en zombis” a los jugadores. Aunque esto en realidad no supone una ligación con el satanismo, la proclamación del jerarca ha servido para que otros fieles le imputen cualidades demoníacas a la aplicación.

Con tanto ahínco para desterrar al demonio de nuestro plano existencial, no estaría demás preguntarle a Constantine si en efecto los Pokémon han salido del abismo para arrebatarnos el alma o si, por el contrario, son mera elucubración creativa de un japonés adicto a los hongos.

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