La vi pasar el otro día.
Es fea, sí. Más de lo que pensé cuando la miré de lejos. Pero ese día la
vi caminar por un pasillo y descubrí que la envidia es mujer y está loca. Supe que era ella
porque me hizo sentir mal, incómoda, como si quisiera salir corriendo luego de
mirarla fijamente a los ojos y darme cuenta de que su mirada no tenía fondo.
Estaba hueca. Como si no pudiera llegar nunca al final porque había caído en un
abismo.
Algunas veces hui de
ella y lograba sentirme a salvo, pues no es una sensación con la que quiera
vivir. Es detestable pensar que ocupas espacio en su mente macabra, que vives
allí como en una cueva en la que la humedad hará que te llenes de fango.
Durante mucho tiempo la vi caminando, mirando a otros e
ignorándome a mí, y estaba bien, de verdad. Pero un día, la envidia decidió
estacionarse en mí, así nada más, buscando mis cualidades para desbaratarlas, o
al menos para intentarlo. Y nos miramos a los ojos y yo no vi fondo, y sentí
vértigo porque supe que me había convertido en su nuevo blanco, en su víctima,
para la que había entrenado durante años con otras personas, anidando telarañas
en su mente que es más neurótica que brillante.
¿Qué hice yo? Mirarla fijamente, explorar esa mirada que no tiene fin porque
no hay nada por dentro. Y entonces pude observarla despacio y darme cuenta de
que no usa maquillaje, de que es mujer, de que tiene miedo, de que es explosiva
y simple como un globo al que le bastaría el piquete de un alfiler para eliminarlo.
Las cosas no se detuvieron con esos encuentros. La última
vez que la vi sentí una profunda compasión, porque ya les dije, la envidia es
mujer, y también yo. Entonces la entiendo, hay una parte de mí que la
comprende, que quisiera decirle que no hace falta, que para qué, que encuentre
el fondo, que sí existe, que está allí, detrás de su facha, debajo de todo lo
que le sucedió. Quisiera decirle que se vaya, que no se engañe, que pare ya,
que no me mire, no porque le tenga miedo si no porque lastima, porque me
incomoda.
Hace poco la vi de nuevo, sin maquillaje. Y no lo usa porque
no le hace falta, porque la envidia no puede cubrirse o taparse, no puede
disfrazarse de nada, siempre se revela frente a nosotros como lo que es: una
cara malvada con mirada sin fondo y mente preocupada por la vida de los demás.
Creo que esta vez ella me vio a mí también y descubrió que
le tengo compasión y eso sólo la hizo enfurecer. Se enojó porque vio que no
tengo nada, pero que soy algo, que mi mirada sí tiene fondo, que no hay abismo
ni espiral ni nada , esta vez la del vértigo fue ella y se quedó callada y ese silencio
me dio frio, como todo estos días desde que estoy cansada, caminando entre
muertos que se creen muy vivos.
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