Este artículo es una transcripción de un video que puedes encontrar en nuestro canal de YouTube.
Ya todos sabemos que buena parte del
discurso político de Donald Trump se enfocó en México, en el muro que pretende
construir en la frontera y en los cambios que piensa imponer en las relaciones
comerciales entre su país y el nuestro. ¿Pero se han preguntado por qué pareciera
odiar tanto a México? Se me ocurren un número de motivos que deseo abordar de
manera breve. Primero, es importante aclarar que su desdén por nuestro país no
es algo nuevo: en las últimas entregas de los Academy Awards ha dicho que
México le robó a Estados Unidos sus premios y al parecer está resentido por
malos negocios que ha hecho acá y por los cuales incluso ha recibido demandas.
Pero no nos sintamos privilegiados: él también ha hecho latente su desprecio
por los inmigrantes latinoamericanos, los homosexuales y los musulmanes. Desde
que anunció su deseo de contender por la presidencia de los Estados Unidos ha
quedado claro que Donald Trump es un hombre racista y xenófobo, además de
misógino, fanfarrón, narcisista, incongruente y mentiroso. Muchos de estos
tratos los trae de familia: su padre, Fred Trump, fue un empresario de bienes
raíces a quien se vinculó con el Klu Klux Klan en su juventud y quien, además,
fue perseguido en los 70 por el Departamento de Justicia por negarse a rentar
sus propiedades a gente de color, un escandalo en el que el propio Donald salió
embarrado, aunque el hombre es un genio para negar todo, lavarse las manos y mejor
hablar de lo magnífico que es en cuanto hace. No me es difícil imaginar que su padre
compartía la creencia de los antiguos esclavistas del sureste, quienes consideraban
a las personas de color como una raza inferior, desprovista de alma y cuyo solo
destino era servir a las familias blancas toda su vida.
Ahora, uno de los
principales problemas de Trump con México es la migración, un tema que para él se
traduce en falta de empleo, inseguridad y narcotráfico. Es cierto que los
migrantes, no sólo de México, sino de toda América Latina, han cambiado por
entero la vida en diversos puntos de los Estados Unidos, sobre todo a lo largo
de la frontera sur; estos cambios molestan en especial a los sectores más
conservadores de la sociedad, sin embargo, es importante señalar que estos
mismos sectores no aspiran a ocupar los trabajos que cubren los inmigrantes:
trabajos reservados para ciudadanos de tercera clase. Vicente Fox dijo esto
mismo años atrás aunque con una muy pobre selección de palabras. Los
inmigrantes no llegan a ocupar puestos gerenciales o ejecutivos en cómodas
oficinas, a veces ni siquiera en las líneas de producción de una fábrica, sino
que se los ocupa en el campo, en la construcción, en áreas de limpieza y
mantenimiento, en urbanización, y otras tareas que a menudo implican esfuerzo
físico. Para numerosos ramos, los migrantes ilegales se han convertido en mano
de obra indispensable y, por qué no señalarlo, de bajo costo. Por supuesto que
es ilegal emplear a indocumentados, pero pienso que la economía de Estados
Unidos se ha beneficiado mucho de ellos. Incluso, es probable que también los
edificios de Donald Trump en Nueva York, Chicago o Las Vegas. Sin embargo, para
él y sus seguidores los trabajos realizados por los inmigrantes bien podrían
asignarse a personas nacidas en el país, y aunque eso es verdad debo insistir:
ellos mismos no quieren ser lavaplatos, albañiles, jardineros, basureros, recolectores,
conserjes, cocineros en McDonald’s y demás. Por supuesto que no todos los
inmigrantes se dedican a esto, pero hablar de indocumentados recién llegados es
hablar de este tipo de trabajos. En la limitada visión de Trump, echar a los
migrantes es un paso para hacer a América grande otra vez, lo cual es una gran
ironía si consideramos que sus abuelos fueron inmigrantes alemanes y que dos de
sus tres esposas también lo son. Lo que es más: su actual primera dama,
Melania, apenas y puede pronunciar bien el inglés.
Trump, sin embargo, ve
la amenaza en ambos lados de la frontera. Otro de sus discursos comunes es el
relacionado con el Tratado del Libre Comercio de América del Norte, TLCAN o
NAFTA por sus siglas, el cual, asegura, le ha costado a su país miles de empleos
y le ha ocasionado pérdidas millonarias. En sus propia palabras, México está
estafando a los Estados Unidos con este acuerdo, y el discurso ha venido
acompañado de amenazas arancelarias contra los productos mexicanos y contra
empresas trasnacionales que maquilan en México y luego envían sus productos al
otro lado de la frontera, sobre todo ensambladoras automotrices, pues parece
ser la única industria que conoce. Es verdad que muchos fabricantes han
aprovechado este tratado y la posición estratégica de México para ingresar a la
mayor economía del mundo, ¿pero saben quiénes son los más beneficiados por
ello? Las empresas estadounidenses que gracias a la reducción de costos son más
competitivas y sus propios consumidores, quienes gracias a tratados como el TLCAN
obtienen muchos productos a precios bajos. Creo que es natural que algunos fabricantes
estén preocupados por el discurso proteccionista de Trump, pero pienso que en
el largo plazo las empresas estadounidenses que se dejen amedrentar se llevarán
la peor parte. Carrier, por ejemplo, no solamente venía a Monterrey para abatir
costos de mano de obra, sino porque muchos de sus proveedores ya están allí;
para ellos, fabricar en México se traduciría en costos y tiempos de producción
inferiores a los de Indianápolis. Trump presume haber rescatado setecientos
empleos, una cifra insignificante para el tamaño de la economía de su país,
pero lo hizo a cambio de sacrificar impuestos, es decir, ingreso para el
gobierno, sin mencionar que Carrier se dará de topes cuando sus productos no
puedan competir con los de otras marcas que fabrican en China o Brasil a menos
que Trump blinde el mercado con restricciones, lo cual generará inflación
—inflación que afecta a los consumidores— y, si nos vamos a un caso extremo,
incluso podría derivar en carestía. Muchos de sus simpatizantes argumentan que
no tiene nada de malo que un país defienda su industria y sus empleos, y tienen
razón, sin embargo, su propio mercado exige productos a precios que su
industria no puede proporcionar. Si de hoy a mañana el iPhone se fabricara en
Estados Unidos, éste costaría mucho más de lo que cuesta hoy, y eso, se los
garantizo, generaría descontento. Y eso no es todo: fiel a la incongruencia, Donald
Trump comercializa una línea de trajes, accesorios y corbatas que llevan su
nombre, los cuales se maquilan en China. ¿Cómo puede hablar de salvar empleos
domésticos cuando él mismo, como empresario, no los fomentó? ¿Cómo puede halar
de restringir las importaciones y cancelar tratados comerciales cuando él mismo
ha hecho dinero gracias a ellos?
Y en lo que a ese punto
respecta no solamente voy a señalar a Trump, sino también a los propios
mexicanos que condenan a Ford por cancelar su inversión en México y llaman a no
comprar sus vehículos como represalia. Para empezar, en el sistema económico en
el que vivimos nadie está obligado a producir o invertir donde no quiere o
donde no le conviene, y Ford, al ser una empresa estadounidense, seguro que
preferiría fabricar en su país y dar empleo a su gente. Yo pregunto: ¿Por qué
nadie alza la voz contra las empresas mexicanas que prefieren cerrar sus
plantas e importar de China con un mayor margen de ganancia? ¿Por qué nadie
alza la voz para que consumamos lo hecho en México aunque nos cueste un poco
más? ¿Por qué nadie alza la voz para exigir al gobierno que fomente la
inversión local, que apoye a los empresarios nacionales en lugar de
desangrarlos con impuestos, y así no
tengan que venir Carrier y Ford a dar empleo a la gente? El boicot a Ford o, en
su defecto, a los productos estadounidenses, me parece una hipocresía cuando
desconocemos y despreciamos a la industria nacional.
Por último quiero
hablar sobre otra de las amenazas que el fenómeno Trump percibe en nuestro
país: el narcotráfico. Es verdad que la frontera norte es una puerta para las
drogas hacia Estados Unidos, y no sólo las sudamericanas, sino las que se
producen aquí porque, repito, el país ofrece ventajas de manufactura y
logística… tanto para los rubros legales como los ilegales. Hay que señalar, sin
embargo, que México no es su único proveedor de estupefacientes: organizaciones
criminales de Medio Oriente y Asia también generan muchísimo dinero inyectando
drogas a la sociedad estadounidense y no veo a Trump y los Republicanos
llamando a construir un muro en la Costa Oeste. Además, siempre me ha parecido
absurdo acusar a países como México de las problemáticas ocasionadas por el
narcotráfico cuando Estados Unidos ha probado ser incapaz de controlar la
demanda al interior de su país. Cuando un camión cargado de marihuana o cocaína
cruza la frontera, los kilos o toneladas de droga no aparecen por arte de magia
en las manos de los niños, adolescentes y celebridades; alguien recibe los
cargamentos y los distribuye y comercializa por un territorio inmenso. Al otro
lado de la frontera también hay productores, también hay capos tan poderosos y
peligrosos como los de México y Colombia, ¿entonces por qué los grandes
cargamentos solamente se confiscan de este lado? ¿Por qué allá los únicos
golpes que se asestan al narcotráfico implican la detención de menudistas y
consumidores? Trump llama a los mexicanos narcotraficantes sin darse cuenta de
que su país es tan adicto que si no obtiene las drogas de México las obtendrá
de alguien más, de que su problemática de salud pública pasa cuotas de sangre y
violencia a las ciudades mexicanas. En este tema él no propone sino el muro, y
con éste o sin éste su ciudadanía continuará envenenándose.
En mi opinión, el discurso de odio de Trump hacia
México es un producto que le vendió a sectores de la población que se sienten
defraudados por un sistema económico que a fin de cuentas su propio país ha
impulsado. Su movimiento consta de gente conservadora, visceral y no muy
brillante que, al igual que él, ha preferido culpar a alguien más de sus
problemas, ha optado por no escuchar las opiniones que no le agradan, y que
tiene un concepto muy retorcido del éxito; después de todo, para muchos de sus
votantes, Trump estaba calificado para ser presidente sólo por ser muy rico —o
cuando menos decir que lo es— y aparecer en la televisión. El hombre
prácticamente rebajó el nivel de la política de su país al de México y otros
países en los que las celebridades pueden ocupar cargos públicos por el mero
hecho de ser celebridades. La consternación que han manifestado los
estadounidenses desde su envestidura como presidente están justificadas, y es
que con Donald Trump en la Casa Blanca no está lejos el día en que un imbécil
como Kanye West pueda contender por la presidencia de un país capaz de hundir
al mundo en otra Gran Depresión o una guerra nuclear.
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