Charlemagne:
by the sword and the cross fue el primer álbum de
metal sinfónico de Christopher Lee. Como el título bien lo señala, está
inspirado en la vida de Carlomagno y se presenta como una ópera rock dividida
en cinco actos, cada uno precedido por una breve narración que explica en qué
punto de la vida del monarca transcurre la acción. A continuación presento la
transcripción y traducción de cada uno de estos pasajes, escritos por
Marie-Claire Calvet y capturados en la voz de Christina Lee. Puesto que estos
fragmentos fueron concebidos para leerse de manera dramática sobre una pista
musical, me tomé algunas libertades mínimas para ajustarlos a un contexto más
literario. Por increíble que se lea, no hay en el Internet una sola transcripción
de estos pasajes, ni de la totalidad de las letras del álbum, en inglés.
Acto I: Rey de los francos
Es el año 814 de Nuestro Señor y Europa
comienza a surgir del oscurantismo, el caos y la ignorancia que dejó la caída
del Imperio Romano unos cuantos siglos atrás. El escenario es el palacio
imperial de Aquisgrán, situado hoy en Alemania. Allí, un gran y viejo rey
guerrero yace moribundo en su cama, rodeado por su noble familia, su corte,
académicos notables y hombres de la Iglesia llegados de toda Europa. Este rey
ha librado numerosas campañas militares, tan cruentas como brillantes, ha
alcanzado la, para entonces, avanzada edad de 72 años, y morirá no en el campo
de batalla, sino en su lecho. El monarca moribundo es el rey Carlomagno, primer
Sacro Emperador Romano, rey de los francos, un rey guerrero cristiano. Mientras
la vida abandona, lenta, su aún magnífico pecho, el rey llama a Eginardo, su
oficial de mayor confianza…
Acto II: La corona de hierro de Lombardía
Poco después de la captura de Aquitania, su
hermano Carlomán cayó de manera imprevista en el reposo eterno. Con él lejos de
las ansiedades de este mundo, Carlomagno se convirtió en el único e indiscutido
gobernante del unificado Imperio Franco. El matrimonio arreglado entre Carlos y
la hija del rey de Lombardía para crear lazos diplomáticos y estratégicos con
el norte de Italia fue anulado después de un año. El rey Desiderio, furioso con
Carlomagno por haber despreciado a su hija, recibió en su corte a la viuda y
los hijos del difunto Carlomán y apoyó el reclamo del joven príncipe por la
fracción que le correspondía del reino franco. Roma, mientras tanto, se
encontraba en medio de una contienda entre poderes que deseaban imponer su
supremacía uno sobre los otros. Adriano, obispo de la ciudad, apeló al rey
Carlomagno para que honrara el acuerdo entre su padre y el difunto Papa Esteban
II de que protegería las tierras papales en Italia. A poco de que Carlos se
embarcara en la primera de muchas campañas contra el antiguo enemigo de Francia
en Sajonia, un nuevo brote de hostilidades llamó su atención justo al centro
del reino de los lombardos…
Acto III: El sangriento veredicto de
Verden
A lo largo de su vida, el rey Carlomagno
se enfrascó en constantes batallas con sus vecinos y los pueblos más allá de
ellos, y fue en las campañas contra la gente y las tribus del este que se impondrían
sus proezas como estratega militar y su fortaleza como soldado de la
cristiandad. Una revoltosa e independiente raza a la que conocemos como los sajones,
al noreste de los territorios francos, probó ser en particular testaruda y no
se sometería al gobierno franco sin numerosas y sangrientas luchas. Durante
treinta años se prolongó la guerra contra los paganos de Sajonia, intercalada
con breves periodos de paz y campañas en otras áreas del reino. Pero cada que
las fuerzas militares de Carlomagno estaban ocupadas en alguna otra parte y los
sajones sentían que era seguro atacar, el rey franco los sorprendía con su
pronta respuesta: cabalgando hacia la batalla al frente de sus escoltas
armados, y con su espada, la Joyosa, en mano, el rey perseguía a sus enemigos
de vuelta hasta territorio sajón, ligero, certero y brutal, una y otra vez. El
resultado para los revoltosos sajones era, sin falta, la absoluta humillación y
derrota, un precio demasiado alto, dirán algunos, para las pocas libertades que
ganaban en el proceso. Y peores cosas les aguardaban... Carlomagno estableció
un conjunto de reglas que castigaban con severas penas a cualquiera que fuera
sorprendido en prácticas bárbaras o que faltara al respeto a la paz del rey, y
esto reavivaría el conflicto. En el año 782, el jefe sajón Viduquindo dirigió
una revuelta contra el gobierno franco. Atacó y saqueó iglesias y atacó también
a los conversos al cristianismo. Esto derivaría en una de las más brutales y
sangrientas matanzas en la historia carolingia, conocida como la Masacre de
Verden. Se dice que el rey ordenó la decapitación de más de cuatro mil sajones
a los que se encontró en prácticas paganas tras su conversión al cristianismo.
Él les ofreció una última oportunidad de renunciar a sus primitivas culturas,
pero al percatarse de que esto no ocurriría decidió darles una lección clemente
y sangrienta a la vez: ordenó a sus hombres que decapitaran a cada uno de los prisioneros
masculinos frente a sus familiares…
Acto IV: La era de la unidad cimentada en
la diversidad
Mientras los cuerpos de los sajones
decapitados regaban sangre sobre los pastos y las llanuras aledañas al río
Aller, de la tierra y el agua nacían miles de nuevas formas de vida, e incluso
mientras la hierba crecía sobre una tumba —un epitafio a esos cuatro mil
sajones— las cosas para Carlomagno habían regresado a la normalidad. O cuando
menos eso parecía: los horrores de aquel día en Verden perseguirían a
Carlomagno el resto de su vida, sin embargo, muchos opinaban que sus acciones
eran cada vez más salvajes, al igual que la manera en la que trataba a los
sajones. Como su sabio amigo, el académico Alcuino de York, comentara: “Mi señor,
tened presente que los sajones son una raza orgullosa y desafiante que no se
acobardará ante la fuerza. Es tan evidente como cierto que la violencia sólo trae
más violencia”. El rey, manchado de sangre, se consoló con la idea de que
genuinamente estaba salvando almas, e incluso participó en bautizos masivos de
sajones nobles y plebeyos por igual, en ríos y otras fuentes de agua pura. Ante
los ojos de algunos, sin embargo (y no sólo de sajones rebeldes), el rey franco
y su iglesia eran vistos, odiados y temidos como un mecanismo de control. Su
dios no era uno compasivo ni clemente, sino un dios implacable y vengativo que
imponía su voluntad sobre el pueblo sajón mediante la violencia y la intimidación.
Pero Carlomagno no se perturbaba con facilidad: consiente de que muchos grandes
gobernantes y líderes también fueron grandes asesinos, el rey apenas e hizo una
pausa para reflexionar sobre sus hechos presentes y pasados. Motivado acaso por
un furioso y pragmático sentido del destino y un deber cuasi-fanático hacia su
Señor, o por la creencia fatalista de que algún día se encontraría y haría las
paces con su creador, Carlomagno persistió en la expansión de su imperio y
reforzó su mandato sobre sus súbditos recién conquistados …
Acto V: Luz de las estrellas
Es un tiempo de paz y estabilidad, y tras
numerosas batallas Carlomagno se toma un momento para reflexionar acerca de sus
logros. Con su esposa Hildegarda a su lado, ambos miran adelante, hacia un
tiempo en el que sus hechos serán conocidos a lo largo y ancho del mundo, hacia
un tiempo en el que el nombre de Carlomagno brotará de los labios de todos los
reyes de esas tierras y más allá para celebrar las andanzas del visionario
líder, del rey cruzado. Su amada esposa y reina, Hildegarda, esa hermosa
princesa que en sus siguientes doce años de matrimonio dará a luz a nueve
niños, entre ellos sus herederos, tomará a su esposo de la mano y lo acompañará
en sus muchas campañas. La obediente y devota, aunque de ninguna manera sumisa,
Hildegarda estará presente para compartir las nuevas victorias de los francos.
Pocas cosas deleitan al rey como el compartir su gloria con sus seres amados, e
incluso en sus campañas estas victorias las coronará el nacimiento de una nueva
vida: un hijo. Mientras comparten el momento, los dos miran adelante, hacia un
largo y feliz futuro, a un tiempo en el que los habitantes de las grandes
naciones de Francia vivirán en harmonía y prosperidad, incluso mucho tiempo
después de que ellos se hayan marchado; a un tiempo en el que la fuerza y la
ambición de su justo gobernante, cuyo nombre sembraba el miedo incluso en
aquellos más curtidos por la batalla, cuyo heroísmo en el campo de batalla y
cuyos actos de clemencia hacia el enemigo serían una y otra vez el símbolo, la
victoria y la gloria de su gente y de su imperio…
Publicar un comentario