Como expliqué al final de mi entrada anterior, pienso que por algún motivo que aún desconocemos, los sentidos de que disponemos nos impiden percibir el tiempo de forma distinta a una línea que va desde el pasado hasta el futuro mientras estamos despiertos y conscientes, no así como en nuestras experiencias oníricas, ya sea durante la fase REM o en otra, en las cuales sí se puede apreciar que el tiempo no transcurre de la misma manera, pues a todos nos habrá pasado alguna vez que durmiendo tan solo media hora, en nuestro sueño pueden haber transcurrido días, semanas e incluso meses. Qué extraño, ¿verdad? Más que extraño a mí me parece sospechoso.
Si digo que hace poco leí un libro escrito por un ingeniero aeronáutico llamado John William Dunne, cuya primera edición se publicó en 1927 y que trata del tema de los sueños y de la atemporalidad de estos, lo más probable es que se relacione mi convicción con la teoría que se pretende exponer en ese libro y con el experimento que el mismo Dunne realizó durante más de un año con personas que se prestaron voluntarias y con él mismo durante prácticamente toda su vida. Pero yo, al contrario que él, no estoy dispuesta a perder mi precioso tiempo inexistente e ilusorio en escribir todas las mañanas mis sueños en una libreta ni tampoco contrastar esas anotaciones días, meses o años más tarde con acontecimientos que puedan estar relacionados, más que nada, porque no veo ninguna utilidad en eso, ya que si ni él estaba equivocado ni yo tampoco, conocer esa relación no sirve para nada en absoluto, suponiendo que no podemos diferenciar un recuerdo pasado de otro que pertenezca al futuro hasta que percibimos ese futuro como el instante presente y en caso de poder diferenciarlos de alguna manera, tampoco sería posible interferir en él ni modificarlo, teniendo que asumir entonces que cualquier acontecimiento de nuestra existencia está sujeto únicamente a un destino predeterminado que no dependerá nunca de nuestras acciones, pues el principio de causa-efecto podría interpretarse de igual forma invertido (retrocausalidad), lo que nos obligaría a creer en cualquier otra teoría sobre universos paralelos o “planes ocultos”del universo para evitar una paradoja temporal y eso es algo que suena a ciencia-ficción tanto o más como mi explicación sobre lo que está sucediendo mientras soñamos.
Intentar comprender y aceptar la posibilidad de que el tiempo no exista de la forma en que lo entendemos es algo bastante complicado para cualquiera.
Recordemos que incluso para Albert Einstein, las probabilidades de encontrar una respuesta a lo que conocemos como entrelazamiento de partículas se volvían nulas una y otra vez cuando cualquier explicación a un hecho que él mismo estaba comprobando se contradecía con parte de su teoría de la relatividad, la cual se intenta unificar actualmente a través de recientes investigaciones con la aún hipotética, pero no absurda teoría de las Supercuerdas, lo que supondría, de ser cierto, haber dado con la tan esperada TOE, cuyas siglas en inglés significan Teoría del Todo.
Si partimos del punto de que los sueños se pueden estudiar a nivel cerebral, en la conclusión que resulte de esos estudios no se deben excluir los que refieren visiones o experiencias relacionadas con acontecimientos del futuro y siempre y cuando se pueda demostrar que esos sueños han tenido lugar en un momento anterior y su recuerdo no sea simultáneo al momento en que sucede el acontecimiento. Con esa exclusión, el estudio sería incompleto.
Que los sueños sean una representación cuántica de nuestra realidad no deja de ser una posibilidad, como la de que nuestra realidad sea una representación en versión macroscópica de nuestros sueños y en este caso también podemos pensar que lo real no es lo que vivimos desde nuestra percepción del mundo, sino lo que se experimenta a nivel subatómico y que las leyes físicas que allí no se cumplen, sí las cumplimos nosotros por la única razón que las estamos inventando.
Home viejitos pero buenitos Sueños - parte II
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