Masha
y el oso es una serie animada para niños creada
por los estudios Animaccord en 2009 y que actualmente se transmite en América
Latina a través de Boomerang. Está inspirada en el cuento popular ruso del
mismo título, aunque en realidad su trama tiene poco que ver con éste más allá
de los nombres de los personajes. Curioso, me decidí investigar de qué iba la
historia original y pronto di con la transcripción que un tal Sheldon hizo para
el sitio Russian Crafts, misma que ahora les comparto traducida al español.
Puesto que se trata de un cuento que ha sobrevivido a las generaciones de modo
oral no existe una versión “definitiva”, como sucede con aquellos que los
hermanos Grimm recopilaron en el siglo XIX, así que es muy probable que encuentren otras
versiones más sencillas o más ricas de esta misma historia. El texto en inglés
del cual partí lo pueden consultar aquí.
Alguna vez vivió una pareja de ancianos
que tenía una nieta llamada Masha. Un día algunos amigos de Masha decidieron ir
al bosque para juntar hongos y moras y fueron a su casa para pedirle que los
acompañara.
—Por
favor, abuela y abuelo —dijo Masha—, permítanme ir al bosque.
—Puedes
ir pero mantente cerca de los demás y no los pierdas de vista, o podrías
extraviarte —respondieron los ancianos.
Masha
y sus amigos fueron al bosque y comenzaron a buscar hongos y moras. Masha fue
de arbusto en arbusto, de árbol en árbol. Sin fijarse, ya se había separado de
sus amigos. Cuando por fin se dio cuenta que estaba sola comenzó a llamarlos,
pero ellos no la escucharon y no respondieron. Masha fue de aquí para allá,
caminó por todo el bosque, y entonces vio una pequeña choza. Masha llamó a la
puerta pero no hubo respuesta, así que la empujó y, ¡sorpresa!, ésta se abrió. Masha
entró y se sentó en un banco por la ventana.
—Me
pregunto quién vivirá aquí —pensó.
Ahora,
en esa cabaña vivía un gran oso que había salido a pasear por el bosque en ese
momento. Ya atardecía cuando regresó a casa, y al ver a Masha allí se sintió
muy complacido.
—¡Ajá!
—dijo—. Ahora nunca te dejaré ir. Vivirás aquí, en mi casa, dócil como un
ratón, me cocinarás la cena y el desayuno y serás mi sirviente, leal y fiel.
Masha
lloró y se lamentó por largo rato pero nada podía hacer, así que se quedó con
el oso y cuidó su casa. Cada día el oso se iba al bosque y, antes de marcharse,
le ordenaba a Masha que se quedara en la choza y lo esperara.
—Nunca
debes salir sin mí —le decía—, pues si lo haces te atraparé y te comeré.
Así
que Masha pensó cómo podría escapar del oso. Todo alrededor no había más que
bosque y nadie a quien preguntar cómo salir de allí. Pensó y pensó hasta que
supo qué hacer.
Aquel
día, cuando el oso regresó del bosque, Masha le dijo:
—Oso,
oso, permíteme ir a mi aldea por un día. Quiero llevarle algo bueno de comer a
mi abuela y mi abuelo.
—Eso
no sucederá —dijo el oso—. Te perderás en el bosque. Pero si me das lo que
quieres entregarles yo mismo se los llevaré.
Eso
era justo lo que Masha quería escuchar. Horneó unos pasteles, los colocó en un
platón y dijo al oso mientras le entregaba una canasta muy grande:
—Pondré
los pasteles en la canasta y puedes llevárselos a mis abuelos, pero ten en
mente que no deberás abrirla en el camino ni comerte los pasteles. Voy a trepar
hasta lo alto del gran roble y vigilaré que no abras la canasta.
—Muy
bien —dijo el oso—. Dámela.
El
oso salió al porche para cerciorarse que no fuera a llover. Mientras hacía
esto, Masha se metió a la canasta y se ocultó bajo los pasteles. El oso regresó
y la cesta estaba lista para partir, así que se la colgó y emprendió la marcha.
“Tramp-tramp”, caminaba el oso entre los abetos. “Clumpity-clump”, caminaba entre
los abedules. Colina arriba y valle abajo siguió su largo y sinuoso sendero, y
caminó y caminó. Por fin se cansó y se sentó a descansar.
—Si
no descanso los huesos creo que moriré, así que me sentaré en un tocón y comeré
un pastel —dijo el oso.
Pero
Masha habló desde la cesta:
—¡Te
veo, te veo! No te sientes en un tocón ni te comas mi pastel. Llévalo con la
abuela y el abuelo, yo te pido.
—Válgame,
qué buenos ojos tiene Masha —dijo el oso—. Lo ve todo.
Cogió
la canasta y continuó su camino. Se detuvo de nuevo y dijo:
—Si
no descanso los huesos creo que moriré, así que me sentaré en un tocón y comeré
un pastel.
Pero
Masha habló de nuevo desde la cesta:
—¡Te
veo, te veo! No te sientes en un tocón ni te comas mi pastel. Llévalo con la
abuela y el abuelo, yo te pido.
—Qué
niñita tan inteligente es Masha —dijo el oso—. Está sentada en lo alto de un
árbol, muy lejos de aquí, pero ve cuanto hago y escucha cuanto digo.
Se
levantó y caminó más aprisa que antes. Llegó a la aldea, encontró la casa en
donde vivían los abuelos de Masha y llamó a la puerta con toda su fuerza.
—¡Toc,
toc! ¡Abran la puerta! —gritaba—. ¡Les he traído algo de parte de Masha!
—gritaba.
Pero
los perros de la aldea olieron al oso y se abalanzaron sobre él desde todos los
patios, gruñendo y ladrando. El oso se asustó, dejó la canasta y corrió cuan
rápido le fue posible sin mirar atrás.
Los
ancianos acudieron a la puerta y vieron la canasta.
—¿Qué
hay en la canasta? —preguntó la mujer.
El
anciano levantó la tapa, asomó y no dio crédito a sus ojos: en la canasta se
encontraba Masha, sana y salva. Los abuelos se alegraron. Besaron y abrazaron a
Masha y señalaron lo inteligente que era, con lo que nuestros lectores seguro estarán
de acuerdo.
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