Yo, el perro

3. Yo, el perro

Como podéis ver, mis colmillos son tan puntiagudos y largos que a duras penas me caben en la boca. 
Sé que me dan un aspecto terrible, pero me gusta. En cierta ocasión, un carnicero dijo observando
 su tamaño: —Caramba, esto no es un perro, es un jabalí. Le mordí de tal manera en la pierna que sentí en la punta de los colmillos la dureza del fémur allá donde terminaba su grasienta  carne. Nada resulta tan placenter o para un perro como hundir los
dientes en la carne de un repugnante enemigo con una furia y una pasión que te vienen de dentro. 
Cuando se me aparece una oportunidad así, cuando una víctima digna de ser mordida pasa 
estúpidamente ante mí, la mirada se me oscurece de puro placer,siento un doloroso rechinar de dientes
 y, sin darme cuenta, de mi garganta comienzan a surgir esos gruñidos que tanto miedo os dan. 

Soy un perro y vosotros, que no sois criaturas tan racionales como yo, os estáis diciendo que los
 perros no hablan. Pero, por otro lado, dais la impresión de creer en cuentos donde los muertos hablan
 y los héroes usan palabras que jamás sabrían. Los perros hablan, pero sólo para el que sabe escucharlos.
Erase una vez hace mu chísimo tiempo, un predicador insolente llegó desde su ciudad de provincias a 
una de las mayores mezquitas de la capital de un reino, bien, digamos que se llamaba la mezquita 
de Beyazit. Quizá fuer
a mejor ocultar su nom
bre y llamarlo, por
ejemplo, el maestro Husret, y, para
qué seguir mint
iendo, lo cierto
es que ese hombre era un predica
dor de cabeza dura
. Pero por poco
que tuviera en la cabeza, sí tení
a, alabado sea Dios, un inmenso
poder en la lengua. Cada vierne
s inflamaba de ta
l manera a la
comunidad, les hacía gimotear de
tal modo, que había quien lloraba
hasta que se le secaban los ojos,
quien se desmayaba y quien caía
enfermo. 
 
 

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