De mis actividades femeninas

Colaboración especial de J. I. M. M.


No era difícil tener siempre nuevas. Siempre me han gustado las actividades consideradas femeninas —danza, moda, cosmética—, quizá por superficiales o delicadas o lo que sea, pero puedo asegurar que cuando ya estás ahí no son nada glamurosas: sudas la gota gorda y te mueres por lograr algo fuera de tu alcance, algo sospechoso, de ficción. No puedo decir que logré atisbar el arte oculto que hay en cada una de ellas, pero ahora sé que tienen su chiste. La cosa es que, en aquellos tiempos, andaba con una y con otra, con ese olor a tarima usada y el cielo escabulléndose a raudales por los ventanales, iluminando sus blancas siluetas hasta develar el resquicio más oculto, húmedo e impetuoso. Bueno, no tanto, pero ya se figurarán lo que en el trance de las repeticiones técnicas uno se llega a imaginar.

Todas eran radiantes, sí, (bueno, decir "todas" es una exageración, pero las reminiscencias...) y cada una de un color distinto. Con ese brillo en la mirada de las que no han probado el abandono, o con esos peinados adolescentes tan esmerados en un ideal inexorable que se deshace en el vaivén de los sonidos, o con las manos pequeñas, cortitas de uñas, que hacen de todo (asen, cogen, se sostienen, se entrelazan, hurgan en la oscuridad íntima del cuerpo ajeno, acariciando; dan palmaditas de consuelo, se agitan en alegre despedida y...), en fin… ¿Para qué hacer la lista? Lo que anhelo con más lujuria es el timbre de sus voces, ¡tan agudas y determinadas, tan singulares como los pliegues de la piel, tan distantes hoy!

Pero era un tonto y lo aún lo soy, pues acababa obnubilado por alguna y consagraba mis fuerzas absolutas, durante semanas o meses enteros, a conseguirla; me olvidaba de todo lo demás y sólo pensaba en ella, y quizás por eso las otras, que se daban cuenta, se acercaban y estábamos juntos, y con "estar" me refiero a platicar, deambular y cositas así. Me desgranaban sus días mientras íbamos a la tienda de moda, como cuando Fulanito las invitó a salir y todo valió madres en el instante en el que mostró, sin más, sus húmedas intenciones, "y es que tiene treinta y tantos, ¡qué asco!, y sólo viene a eso porque namás se anda fijando en cualquiera". Me preguntaban qué opinaba de sus cuerpos; que si estaban gordas, que si sus piernas esto o aquello, y yo me regodeaba en mi sinceridad pues las comprendía: son asuntos de sutil importancia. Yo también pienso en la forma de mis piernas y en ser súper flaco (y no repetiré lo que ya dije al principio); sé que la envidia corroe y por eso, quizás, casi instintivamente, les hablaba de las otras que estaban más flacas y más guapas. Entonces, como no era ningún adulador, me querían más. Nos tomábamos de las manos tiernamente y nos abrazábamos como amigas frente a todos los reflejos, y por mientras yo sólo pensaba en mi elegida, mi secreto, pues si algo he aprendido desde muy joven es que revelar lo verdadero hace jirones la realidad que da vida a la fantasía. Por eso atesoro mis verdades; más a aquellas que sólo saben a intenso deseo, a ella, la única, y cuando al fin nos amigamos ¡cuán feliz soy!, ¡cuánto arrojo de mí todo lo demás, incluyendo a las otras!

Lo que sigue me regala mucho tiempo para divagar (naturalmente hoy escribo desde la orilla del lado de acá). Podría hablar del destino, del cambio universal de signos, del ocaso ardiente de viento gélido (y en el fondo el sol es el centro de una rosa de fuego que se consume ante el morado celeste e infinito desde el cual, al otro extremo, se asoman las estrellas primeras sobre sus palcos tramontanos), pero ahorrémonoslo. Volviendo a ellas, lo primero que noto es que todas me parecen muy llenas... De fuego, teorías, órganos, consejos sobre qué puentes no cruzar pues arriba asaltan, dolores secretos a horas secretas... Mas, sobre todo, de olvido pues, si no, no podrían funcionar. Eso me hace sonreír mientras los días se gastan, mientras obtengo lo que quiero. Y cuando al fin la poseo no queda más que alejarnos. Lo hacemos. Me siento triste. No me voy sin más, sino que me complazco en la metafísica masoquista del hay algo. Ella me acompaña a tomar el camión hasta que un día cesan las actividades y ya no hay pretexto para encontrármela. Entonces me deshago poco a poco, escurriéndome a través de todos mis poros, abrumado de estar tan lleno.

Espero, intranquilo, el día en el que al fin quede vacío. Sueño un desierto y soy él.


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