Colaboración especial. Texto del Prof. Enrique Taboada Pérez
Encontré en la literatura una posibilidad de
evocar aquella enseñanza superior,
para habitar de nuevo el reino de los
lenguajes infinitos, al cual, sólo el lúdico ejercicio
de escribir podría devolverme.
Julieta Lomelí
evocar aquella enseñanza superior,
para habitar de nuevo el reino de los
lenguajes infinitos, al cual, sólo el lúdico ejercicio
de escribir podría devolverme.
Julieta Lomelí
Las primeras lecturas que realicé fueron en una biblioteca, olvidado de mis once tíos en el cuarto que servía de habitación, taller de costura donde la abuela iba a remendar cuanta prenda roída encontraba, lugar donde se sacaban las penas, hospital… pues ahí nací.
Curiosamente, ahí comencé a escribir poemas inútiles para Rosario, una niña que cumplía años el mismo día que yo y de la cual jamás volví a saber nada. Me encontré con el Pedro Páramo, Siddhartha de Hess y muchas desveladas esperando que el reloj de la torre de la iglesia tocara las doce campanadas.
Hace tiempo (no sé cuándo se publique esto, así que dejo la interrogante de si es mucho o poco) volví de vacaciones a Nanacamilpa. Reencontrarme con mi cuarto, que estaba con muchas modificaciones, me dio una honda nostalgia. No sé si era porque ya había crecido o porque ya no estaba la biblioteca, o la ausencia de la abuela que ahora estaba en el cementerio; muchas cosas se aglomeraron, lo único que no cambiaba en ese lugar era mi cama, el cuadro de un Cristo –regalo de mi padre– y una repisa con una botella de vino, símbolo de la hermandad de mi hermano y un tractor comprado por mi madre para una fiesta. Comprendí que volver a veces nos duele; no es el vacío, quizás es vernos como hemos cambiado.
Día 3 en Nanacamilpa
He conocido la letra de mi abuelo, a quien no conocí; una letra manuscrita firme. En esa libreta se encontraba el nombre de algunos de sus hijos, su fecha de nacimiento, cuando se bautizaron y quienes fueron sus padrinos, yo no tengo hijos pero escribo...
Recuerdo la Odisea y la necesidad de Odiseo por volver a su patria, volver a ver a Penélope y su hijo. Me sentí traicionado porque nosotros ya no somos aquella generación que se llena de nostalgia, ni mucho menos la que no le da la importancia a las cosas, somos una generación perdida (no de perdición, sino de no encontrar su lugar en el mundo), una generación… o, al menos en mi caso, yo siento que no pertenezco ni al origen ni mucho menos al futuro. Volver no siempre es bueno. Volver. Ese terrible hábito, parte de esa necesidad por error al querer encontrar algo que nunca existió. Al volver me sentí un errante, un escritor en búsqueda permanente.
Y a pesar de todo, sé que volveré, y quizás lo que deje pendiente se volverá un vacío más. Pero si ya volvimos al futuro, ¿por qué no volver al pasado?
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