Los tacones de la prostituta





Por mi habitual forma de observar a la gente para saber qué están pensando, hace unos minutos que saciaba la necesidad de comer, observé cómo, en torno a un hombre que entró al restorán acompañado por un transgénero o alguna de las muchas variedades sexuales que tenemos en la tierra, se generaba un tipo de ambiente hostil. En palabras vulgares: Cuando comía en un restorán, vi entrar a una pareja que podrían ser homosexuales, a juzgar (que es todo lo que podemos hacer en estos casos), por la apariencia de ambos.
Pero esto no es lo importante. El hecho de que una persona -que aparenta ser mujer-, mida 1.90 de estatura y que porta tremendos caderones que es casi imposible que una potranca pueda poseer, no significa nada, a menos que sea una neoyorquina de lucha libre estadounidense. Tampoco quiere decir que hubiere sido contratada por el hombre para algún "servicio", a decir por la diferencia de edades; no quiere decir que ella (o él) sea prostituta y estén yendo a comer juntos antes de pasar a menesteres más calientes. No quiere decir nada, pero lo dice. Que me sea disculpado el uso del término "potranca" en alusión a una mujer. No lo hiciera, para no herir susceptibilidades, si no fuera porque a los humanos los veo tal y como lo que son: Animales racionales. Y la comparación de la mujer con la yegua me hace sentir caballo.
Y la gente lo escucha porque lo ve, nos referimos a aquello que se grita con la imagen, en este caso de la mujer que observamos. Como el mesero que al ver a la pareja, sonríe. Sonríe con malicia y con burla, contento del espectáculo que mira. Y busca la mirada cómplice de su compañero que, oh sorpresa, también sonríe. Lo que yo hago, desde mi lugar (obviamente después de haber visto si estaba bien vestida nuestra protagonista), es buscar la mirada del mesero, identificar, como si yo no supiera, qué es eso tan divertido que lo tiene tan entretenido. Y cuando capta mi mirada y yo busco lo que él segundos antes miraba, se da cuenta de que ahora me percato de que se está riendo de la  prostituta protagonista. Y quizá hasta del hombre que, sabiendo éste que es un hombre aquél que tiene en frente, sabrá dios por qué se engaña a sí mismo. Claro, esto, siguiendo nuestra teoría de que, al menos, tienen una relación entre ellos dos. Porque, aunque esto no es obvio, se huele. Lo gritan y lo escuchamos. Porque nos interesa, porque nos da morbo, porque su vida no la entendemos para saber por qué un hombre travestido que casi toca el techo con las manos usa tremendos tacones.  Y también nos preguntamos por qué un hombre se engañará creyendo que ella es mujer. Cuando una de las respuestas podría ser que en realidad no se engaña, que son amigos y van a comer juntos, que el travestido tenía muchas cosas que contarle. También puede ser que sí sea sexoservidora (el género femenino y masculino lo uso según me venga a la mente porque no supe si era transgénero, travesti, prostituto o una mujer robusta), y que el hombre sea su cliente. En cuyo caso el cliente lo que necesita es a una mujer con pene. Lo cual no suena tan descabellado partiendo de la base de que los penes los tienen la mayoría de los hombres pero hay mujeres que también y hombres que no. Quizá ese hombre goza del sexo anal pero como le gustan las mujeres prefiere estar con uno que lo parece  -que parece mujer- pero que también posee el material para satisfacerlo. La materia prima: La verga.

Bueno, para no entrar en detalles de las razones por las que están juntas esas dos personas, lo que queremos explicar es que preferimos contarnos historias en torno a una situación que simplemente dejarlas ser. Ni los meseros ni yo conocemos las circunstancias sobre las que están aquellas dos personas. Quizá el vestido de mujer está actuando o perdió una apuesta o simplemente le viene en gana ponerse unos tacones (por cierto espantosos), y salir así a la calle. Pero nos hace ruido porque partimos de la base de que hay hombres y mujeres y caballos y caballas. Nada más. Todo lo demás es efímero, enfermo o antinatural. Al niño no se le dice nada por querer ser Superman. Pero que no quiera ser princesa porque se le amonesta. Y si lo hace ya desde pequeño le truncamos la carrera: ¡Uy no, ese pinche jotillo va a terminar sidoso! (Exageré la situación para adaptarla a la realidad porque es más culera). Creemos que tenemos el don de saber qué exactamente es natural y qué cosa, sobre la faz de la tierra, no lo es.



Todo esto sería una broma si no fuera porque en algún lugar del mundo un homosexual está siendo muerto. Y de todas las maneras posibles: Aventado de un edificio, apuñalado, envenenado, balanceado, etc. Pero el tema no solo abarca a los homosexuales o a los travestidos o a las minorías en general. No estamos hablando de un asunto de racismo tanto como de ignorancia. Escuchamos todos los días noticias de niños decapitados, de mujeres asfixiadas por sus propias familias por no ser vírgenes, de mujeres echadas a las hienas a que sean presas de comida por no servir a sus hombres. Musulmanes, católicos, chamulas, hindúes, árabes, alemanes, gringos, mexicanos, todos están luchando por imponer sus leyes, de dios, de costumbres o de tradiciones, basados en la teoría de que las cosas tienen dos polos, en lugar de ser un infinito de posibilidades dentro de esos dos polos. Como la cantidad de tonos de piel que existen entre las pieles oscuras y las pieles claras. Adoramos a los animales como son porque ellos no se diferencian en los colores. Y obedeciendo esta premisa de que sólo hay dos caras, bien y mal, frío y calor, luz y oscuridad, no reconocemos las tonalidades de la vida, la diversidad de lo que, como hombres, somos.
Y es que me parece que somos algo más importante que lo que sólo se cierne en torno a nuestra sexualidad. El valor que le damos a la virginidad, al acto sexual y en general a las características que nos describen como humanos, la centramos en la capacidad de reproducirnos antes que en discernir entre el deseo, el bienestar, la disciplina, el orden y el recato, tan necesarios para la construcción de una sociedad de la que somos partícipes.  No necesitamos reglas de ser, porque estaríamos dejando de serlo. Necesitamos reglas de estar, porque para poder ser necesitamos estar. Pero lo que somos lo somos porque así nos fue dado. ¿Por qué hay personas que piensan que los homosexuales no deberían vivir? ¿Por qué los musulmanes (algunos) creen que los que no son fieles a Alá deben perecer? ¿Por qué EEUU hace guerra en Iraq?

Sencillo: Porque queremos imponer nuestra forma de ver las cosas, nuestra manera de hacerlas. No importa qué tan equivocados estemos. Por una simple razón: primero juzgamos y en torno a eso decidimos, en lugar de observar, analizar y en función de una respuesta en la que la mayoría salgamos ganando, se actúe. Porque son más importantes mis reglas que las tuyas, porque tu vida será analizada con el lente que se ha venido formando en mi vida, a pesar de que quizá no tenga yo el filtro adecuado para observar lo que veo, para ver tu vida. Lo juzgo y actúo. Ya veo a un químico generando una reacción entre sustancias sólo por valorar una de ellas con el simple color, sin ir más allá. Deviene una catástrofe.



Pero la catástrofe ya está escrita. Miles de años recaen sobre la historia de la humanidad, en unas persiguiendo negros, en otra homosexuales, actualmente persiguen albinos (en una comunidad de África). En Haití matan brujas. En San Juan Chamula no les puedes tomar fotos porque les robas el alma. O te cobran por la foto, con lo que yo considero que recuperan el alma.

El punto es que siempre es más importante la vida vista desde tus ojos, cuando en realidad tus ojos solo son un grano de arena de todos los mares de todos los tiempos. Lo mejor es que fueras grano de arena del mar que somos todos y no sólo piedra.  Pero somos piedras. No sé de qué otra manera describir la diferencia entre un ser inanimado y otro que sí lo está, que está animado, que en teoría posee vida y consciencia pero que no hace acopio de ella para buscar lo verdaderamente importante: su bienestar. Y que el único camino que existe para ello es el bienestar común, donde no existe rechazo ni valuación de personas. Pero esa es una premisa que no puede preceder a ninguna realidad, porque en la evolución del hombre, apenas estamos dejando de ser bárbaros. Nos falta mucho camino, mucha historia y, quizá, hasta extinguirnos, porque no lo conseguimos. Estamos a punto de chingarnos la tierra, el único lugar que tenemos por el momento para vivir, quizá sea una muestra de que no lo hemos aprendido. Y me parece que la falta de respeto por el otro, es la base de la desgracia en la que estamos sumidos. Perdón que ande medio negativo.

Voy a tener que fumar mota.


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