Hace tiempo…

Hace tiempo, leyendo uno de los cuentos peregrinos de García Márquez, me encontré a mí misma y se me subió el ego. No es que yo sea la musa de nadie (Dios coja confesado a quién se atreva) ni que yo haya tenido la suerte de conocer a este hombre. Tampoco es que me parezca en mucho a la protagonista del cuento, de la que se habla en tercera persona, como si de un fantasma se tratase, pero esa mujer del cuento no sabía hacer mucho más con su vida que dormir y soñar, que son básicamente mis dos aficiones y no se me dan nada mal.

Duermo todo lo que el tiempo me permite y siempre recuerdo mis sueños; algunos ni los distingo de lo que es real porque se me repiten tantas veces que he llegado a pensar que son una prolongación del tiempo que paso despierta y que incluso los personajes que salen en ellos me acompañan durante el día, esperando impacientes a que me vuelva a dormir.

No tengo problemas para conciliar el sueño, excepto el calor húmedo que se me pega a los huesos, tal como dicen las ancianas de mi ciudad cuando hablan del frío en invierno, al estar como estamos, rodeados de mar, pues vivo en una isla del Mediterráneo donde los "bajo ceros" sólo son habituales en las madrugadas o en las zonas de montaña. Lo mismo pasa con el calor: no se alcanza los cuarenta grados centígrados, pero se siente como si fuesen más debido al alto nivel de humedad.

Uno de esas noches en que se interrumpió mi apacible sueño por culpa de una ventisca caliente y pegajosa que entraba por la ventana, recuerdo al despertar haber estado soñando que me levantaba porque tenía calor y enseguida lo relacioné con la realidad. Como cuando sueño que bebo agua y me despierto con mucha sed y supongo que es la misma sed la que me hace soñar para avisarme de que despierte y beba. Pero en este caso no estaba sola en mi habitación en mi sueño; había alguien que me ayudaba a levantar de la cama, pues llevaba la pierna escayolada hasta la rodilla. Algo también relacionado con las tres veces en que me fracturé los ligamentos del tobillo izquierdo, aunque ninguna de ellas necesité más ayuda que la de un par de muletas.

No le di más importancia a mi sueño hasta que llegué al cuarto de baño con la intención de darme una ducha y en el espejo me pareció ver la sombra de alguien detrás de mi propia imagen, lo que me hizo girarme sobresaltada. Comprobé que no había nadie y me di la ducha tranquila, pensando que al estar medio dormida mi imaginación me estaba jugando una mala pasada al sentir aún la presencia del personaje onírico que me había acompañado hacía apenas cinco minutos.

Cuando regresé a mi cama intenté no pensar más en el episodio del espejo y traté de dormirme de nuevo, pero no lo conseguí. Seguía teniendo calor además de notar mi pierna izquierda muy pesada y un ligero picor en la rodilla. Alargué la mano para rascarme y pude notar la fría y áspera escayola. Asustada, encendí la luz para comprobar que, efectivamente, mi pierna estaba tapada por aquella pasta seca cubierta por una especie de venda amarillenta que la protegía. No podía creer lo que me estaba pasando y empecé a sospechar que lo que había soñado no era que me despertaba una noche de verano porque tenía calor, sino más bien todo un año y medio hacia adelante desde la misma noche en que me torcí el tobillo en una aparatosa caída y acabé saliendo de un hospital con los ligamentos rotos y enyesada hasta la rodilla.

¿Cómo había podido soñar tanto en sólo una noche? ¿Y cómo recordaba con todo detalle lo que había acontecido en mi vida durante esos últimos dieciocho meses que nunca habían existido?

De repente el calor sofocante se convirtió en un escalofrío por todo mi cuerpo que yo interpreté como miedo hasta que una luz que iluminó todo el cielo y que se dejó ver a través de la ventana abierta, seguida de un estruendo que pareció partir ese cielo en dos, me hizo por fin reaccionar, incorporarme sobre la cama y coger las muletas que estaban apoyadas en la pared. Me levanté y me acerqué a la ventana para cerrarla cuando ya la lluvia había empapado parte del suelo de mi habitación. Y sólo entonces empecé a sentir frío de verdad. Estaba helada, pues no llevaba puesto más que un ligero pijama de tirantes, mientras la ropa que cubría mi cama me recordaba que era invierno.

Me vestí como pude y volví al cuarto de baño, esta vez para buscar una toalla y secarme los pies, y al pasar frente al espejo la vi, no a la sombra de antes, sino a mí misma desnuda y sudorosa, recogiéndome el pelo con un pasador y dispuesta a ducharme, justo detrás de la otra imagen de una mujer de rostro expresando terror, pálida y muerta de frío, que también era yo en el momento presente, apoyada en un par de muletas y sin saber si estaba despierta o dormida.

Salí del baño temblando y me metí en la cama tapándome hasta la cabeza y suplicándole a Dios o no sé a quién permitirme despertar. Creo que esa fue la única vez, desde que era pequeña, que hice algo parecido a rezar, porque me escuché a mí misma repetir en voz alta mientras lloraba: Por favor, por favor, por favor.

Y a esa plegaria alguien respondió con una voz parecida a la mía: -Oye, ¿quieres que te ayude a levantarte?-. Y sin esperar mi respuesta sentí sus manos que agarrando mis brazos tiraron de mí. Cuando abrí los ojos ya no había nadie conmigo y había dejado de llover y los rayos de un sol de mediodía hacían más llevaderos los pocos grados de enero del que creí entre sueños que era el invierno pasado y no el verano actual.

Me reí al recordar la pesadilla de la noche anterior y poco a poco fui olvidando cada una de las vivencias que creí haber tenido a lo largo de más de un año, exactamente hasta hoy, y que parece ser que sólo soñé.

Hace tiempo, leyendo un cuento de García Márquez, cuyo título es “Me alquilo para soñar”, leí este hermoso y desconcertante final:

"-Usted no habría resistido la tentación de escribir un cuento sobre ella.

-En concreto- le precisé por fin-: ¿qué hacía?

-Nada, soñaba".

Hermoso porque de principio a fin el cuento lo es; desconcertante porque justo debajo de la fecha en la que fue escrito ese cuento hay otra fecha escrita a bolígrafo y no es otra que en la que yo me rompí los ligamentos y me escayolaron la pierna. Y lo más curioso es que ese libro era de mi abuelo y lo rescaté de sus pertenencias no hace mucho, no tanto como un año y medio. Quizás hace unos meses y hacía calor porque recuerdo que lo leí en la terraza. Y la letra es inconfundible porque nunca he visto a nadie escribir la e inicial minúscula de enero diferente a la siguiente e. Eso sólo lo hago yo y es mi propia letra. O la de la mujer del espejo que iba a tomar una ducha, porque yo nunca he tenido costumbre de escribir fechas en los libros. Quizás empiece a hacerlo a partir de ahora.

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