Si tomamos en cuenta el ciclo anual y buscamos el día 300 del calendario, irremediablemente daremos con el 28 de octubre. Además de ser la fecha de cumpleaños de dos o tres escorpiones que conozco, por lo demás es un día como cualquier otro, con el fresco de otoño y los albores de las hojas caídas. Pero así como se muestra incólume cada año sin falta, hasta que un día nos haga falta (algo de lo que no daremos cuenta considerando que si un día, uno de los días del año no llega, seguramente nosotros tampoco), también puede ser un buen día para morir. Y aunque lo digo de manera literal, me refiero a otro tipo de muerte: A esa que los enamorados hemos sentido cuando nos falta la droga que tanto bien -o mal- nos hace.
Si tratáramos de definir el amor, yo no encuentro otra forma de decirlo que es una especie de droga que cuando la conoces te hace sentir pleno, satisfecho, te hace pensar que la vida ha valido la pena, que la niñez, con todas sus putas dudas, por fin tiene respuestas. Pero, igual que todos los estupefacientes, cuando ha pasado el efecto de su encanto, el resultado es una cruda de los mil demonios, jodidos del estómago, con dolor de cabeza, con pensamientos enmohecidos de realidad. ¿Quién no ha tenido una borrachera de locos? Los cristianos practicantes, supongo; pero vamos, no los metamos de ejemplo porque se nos acaba el tema. Quitaremos de nuestro análisis a los cristianos, a los testigos de Jehová y a todos los que jamás han sentido una resaca por algún tipo de consumo de estupefacientes. Sin importar la categoría, las anfetaminas, el lsd y algunas otras, tienen un efecto depresivo, después de que durante su efecto todo era vida y dulzura. Por eso creo que la mariguana es la tía dulce de las drogas: sus estragos son menores incluso que el tabaco, el alcohol o las anfetaminas, incluso que el azúcar y la cafeína. Pero no nos desviemos, esto se está convirtiendo en un comercial de drogas más que en un análisis de amor.
El asunto es que, si partimos de que el amor es una droga y que cuando no se tiene caemos en una especie de sopor que más valdría no sentir, podemos decir que la sensación de falta nos hace ver la vida exactamente al revés de cómo la vimos cuanto estábamos deslumbrados por sus mieles.
Pues eso mismo me pasó cuando me mandaron a la chingada en el día 300 del año, cuando me dijeron: No, no te amo, la respuesta más corta a la pregunta más estúpida del mundo, ¡qué digo del mundo, del universo!, porque no conozco otros planetas y otros soles y a otros seres, pero seguro que los putos también se enamoran. Y también formulan la pregunta del millón: ¿Me amas?
¿Qué dios cruel nos creó que con toda la maravilla que resultan ser el cuerpo humano, la estructura de la célula, la composición del sistema solar y, en fin, toda la creación, a los pendejos que se enamoran le es imprescindible preguntar esa babosada? Porque si el amor es una droga exquisita que se busca como la Atlántida o como la piedra filosofal, entonces los más afortunados son los enamorados, pero son afortunados por estar arriba de la rueda de la fortuna, aunque eso represente pagar el precio de la estupidez.
Y es que me parece que todo tiene un precio tan alto como beneficios otorgue; si tienes belleza (no entremos en detalles de relatividad) es probable que, contra todo pronóstico, sea más difícil conseguir pareja. Esto no es una regla, la fortuna de tener belleza puede posicionarte en un lugar donde no sea necesario sufrir por falta de pareja, pero entiéndase el ejemplo: Las personas guapas son más exigentes y por tanto, menos posibilidades tienen de aparearse, pensando que este es el último fin de tener una pareja: Coger. Por eso el 28 de octubre yo me sentí morir y, casi que es seguro, me morí, porque desde entonces no he vuelto a sentir tal plenitud y no he vuelto a coger igual. Por eso el número 300, como todo lo que existe, me remite a cosas tristes pero también a cosas buenas: Ese día dejé de tener noticias de la persona por la que yo más amor he sentido y, a contrapartida, me recuerda que la fortuna de haber amado por sí sola es suficiente para que la vida tenga un tipo de sentido. Porque, si comprimiéramos la vida en un resumen de apenas algunos momentos, casi estoy seguro de que veríamos reflejados aquellos en los que fluíamos como montañas con los ríos del amor desbordándose por nuestras barrancas, sin importar si era a tu madre, a tus hijos o a tu amante a quien amabas, siempre con el amor presente. Eso y cuando estás gozando del efecto de las drogas, porque creo que la vida se cuenta por los momentos de plenitud, y mientras no me vuelva a enamorar, me fumo porros para mitigar su ausencia.
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