Dada a conocer la noticia apenas en abril de este año, el mundo regiomontano, del que no puede excluirse, por supuesto, esa abstracción apenas bosquejable que es el Tecnológico de Monterrey, se estremeció cual azogado en época de bonanza al descubrir la que, de momento, parece la más audaz, más controvertida, más inefable pieza de Karlita: Sin título.
Pero, ¿qué hace tan especial a esta obra? ¿Qué pudo haber provocado el incontenible aplauso de unos y la implacable ira de otros en esta época cuando, sin lugar a dudas, el arte y las grandes narrativas están muertas? ¿Qué fue lo que hizo esta guapa y destitulada letrada para dividir así el microcosmos neoleonés?
Sin duda no hizo falta que se desnudara dentro de la catedral metropolitana con mensajes obscenos u oprobiosos pintados sobre su pecho y abdomen, tampoco fue necesario que, de nuevo, en pura naturaleza se introdujese ninguna suerte de símbolo fálico por ningún orificio de su cuerpo y menos aún tuvo que imitar con magistral fidelidad el trazo, el cincel o la disposición espacial de ningún gran artífice del pasado ni presente. La tan problemática labor artística de Karla se dio por el mero hecho de aplicar el más sencillo y rudimentario procedimiento de papiroflexia a un no menos sencillo y rudimentario papelillo: su título profesional expedido nada más y nada menos que por el conspicuo Tecnológico de Monterrey.
La obra, que como ya dijimos, se intitula Sin título —¡qué elegancia! ¡Qué finura! ¡Qué genialidad!— se expone en la Casa de la Cultura Víctor Sandoval de Aguascalientes, para quien lo quiera apreciar. Básicamente consta del ya mencionado papelillo doblado como avioncito, tradicional artesanía de las aulas académicas que llena de júbilo a estudiantes y profesores por igual cuando surca el vacío espacio aéreo del aula con singular desenfado hasta que la gravedad hace su oficio.
Llama la atención que quienes despotrican en contra de semejante ingenio artístico no dirigen ni por asomo un dedo acusador a la tecnocrática constitución del regiomontano instituto tecnológico y de estudios blablablá, ni piensan en la rica vena crítica que la artista ha tenido a bien volver a señalarnos —recuérdese que México es un país famoso por su amnesia volitiva— y que debiera encontrar en la frivolidad social y la desfachatez política el origen de tan cuerda irreverencia, sino por el contrario —¡al fin, vive Dios! ¡Sucede que la sociedad ahora sí quiere mirar alguno de sus fallos!— acusan a los padres de la artista por haber dado tal monstruo al suelo. Curioso, asimismo, resulta que en plena era de la demonización del docente y su profesión, por única ocasión resulte que siempre sí la culpa es de los padres de familia, ¡lo que hay que ver!

Karla González-Lutteroth y su obra. Fotografía sacada de quí.
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