La flor del pensamiento



Hay quienes piensan que las personas que somos amantes de las plantas, sufrimos algún trastorno social, algún tipo de patología sicológica que encuentra su refugio en la abstracción de los pensamientos, tema central de la entrada a la que intentamos darle forma. Y es que me parece que no están del todo equivocados aquellos que piensan que quienes tenemos determinado número de macetas y plantas, sufrimos de cierto grado de locura. Me incluyo sin chistar por dos razones: 
1.- Tengo un chingo de plantas; 
2.- Estoy bien pinche loco a la verga, como vulgarmente se dice por ahí. 

Y aunque en realidad mi locura no es más diferente a la locura de cualquier loco lector de este blog, la sola posibilidad de ser un desquiciado por tener más plantas que cojones, no me suena descabellada.
La razón para afirmar tal locura no es la típica escena de la señora con mandil (sustitúyase a la señora por mí, aun con todo y el mandil a cuadros), hablándole a las plantas, saludándolas mientas las riega o las poda.  Porque si bien es cierto yo saludo a las plantas, también es cierto que para cada una tengo un tipo de conversación distinta. Por ejemplo, a la rojita con verde y morado, siempre le estoy reclamando por la cantidad de agua que requiere y porque, apenas me ausento unos días,, japonesa tenía que ser, da muestras de marchitismo, valga la expresión, aprovechando que estamos insertándonos en el mundo de la botánica sin más conocimientos fehacientes sobre su naturaleza y sobre su comportamiento (si es que una planta se comporta) que la sola observación. Pero eso no tiene nada de “extraño” para ser catalogado como locura, lo extraño de todo, es que una conversación sostenida entre una de mis plantas y yo, queda pendiente para la próxima vez que nos topamos.
Así, por ejemplo, al geranio le digo: “Mira nomás cómo creces a lo pendejo, nomás porque floreas bien bonito, pero si no, serías como hiedra. Tus hermosas y sutiles flores se asemejan a las muchachas de tez humilde que detrás de su opacidad y su pobreza esconden el fulgor de la belleza”: Sirvientas de telenovela, para acabar pronto. Hace aquí su aparición la pobreza porque para nadie es un secreto que los pobres se reproducen más rápidamente y con más abundancia que quienes tienen un tipo de posición social o un nivel más alto de estudios que el común de los pobres. No es una ecuación que resulte siempre, es una mera observación y la opinión de un servidor. Deberíamos, además, definir pobreza y otras nimiedades para no dejar este tema tocado así como esposo caliente con la esposa a la que le empezó a doler la cabeza apenas lo hubo acariciado; prometemos ahondar en él con más ahínco y con ejemplos claros de lo que afirmamos. Por el momento, intento aterrizar, desde que empecé, mis historia con el “pensamiento”, la flor que aparece en la siguiente imagen:




Los pensamientos son flores que siempre me han parecido que tienen cara. Quizá por eso se llaman pensamientos: Te hacen pensar que tiene cara. El caso es que una tarde, mientras regaba mis plantas, maravillado, me daba cuenta de que una nueva flor de pensamiento había aparecido, era amarilla con toda su intensidad, y sentí el impulso de tocar uno de sus pétalos: Era la primera flor que crecía desde que sembré las semillas, hace ya muchos meses. Acto seguido, sentí la sutil suavidad del pétalo aterciopelado y un pensamiento me asaltó: La flor moriría por mi tacto, por mi acto. Retiré apresuradamente la mano, pensando que si eso sucedía, yo sería la causa del cruel final para una flor tan bella. 

-Perdóname-, le dije. Y pensé que quizá se llaman pensamientos porque, a cambio de morir, si las tocas, un pensamiento acude a tu mente como salido de la nada, como a mí se me ocurrió pensar que una leyenda contaba la historia de una flor que daba su vida a cambio de un pensamiento, prolongando durante mucho tiempo la muerte de cada una de sus flores por cada pensamiento lúcido que se quisiera tener. El único precio que había que pagar, además de la muerte de la flor, era concreto: El pensamiento podía no ser agradable, podría ser la respuesta a preguntas hechas hace mucho tiempo; podía, incluso, ser la verdad sobre determinado asunto y tener consecuencias catastróficas. Quien tocara la flor de pensamiento tendría un pensamiento fútil o de una lucidez apabullante. Y, en efecto, un rato más tarde, la flor estaba marchita y, aunque mi pensamiento había sido el de una leyenda contando cómo las flores se sacrificaban para que cualquiera pudiera obtener una idea, cuando vi la flor marchita, el único pensamiento que tuve fue: “Culero, por tu culpa se murió”. Tan nítido que casi juro que fue la flor quien lo susurró.

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