Ventanas

Colaboración especial. Texto del Prof. Enrique Taboada Pérez




Si algo me obsesiona cada vez que salgo son las ventanas, odio las ventanas que no miran a ningún lado, las estériles incapaces de darnos una buena historia y pasan a ser un adorno más de una casa.

Odio las ventanas grandes, les entra de todo pero son para mí como si miraran y miraran un mundo tan común como el mío. Hay ventanas pequeñas, amo esas porque la necesidad de abrirlas es inevitable; la luz cicatriza los estigmas del que está adentro.

¿Tienen una ventana? Recuerden que implican tener un vidrio, pero eso no implica que lo que veas en el vidrio sea lo mismo que lo que sucede atrás del vidrio.

En el lugar donde vivo y paso el mayor tiempo, es un suburbio, tengo una sola ventana en mi cuarto, que da a la pared del vecino. Es una ventana estéril y me tengo que inventar lo que podría haber detrás de esa pared, y detrás de la otra pared y así sucesivamente, hasta encontrar en mi ventana algo que no me invite a tirarme de los 2 pisos, como el Jazz y el cigarro de cada noche.

Afuera de mi cuarto, a escasos 7 pasos, en el baño, hay un espejo, que es otra ventana, y a un lado de estos, hay una ventana que da a la ventana de los vecinos. Es inevitable ver lo que hacen en su recámara, porque tienes que pasar por esa ventana; ellos son los que me han hecho un voyerista de primera, más cuando el vecino toca su sax y tengo que sentarme debajo de la ventana para apreciar aquellas tonadas, detesto cuando no toca bien a causa de alguna pelea matrimonial o de un mal día de trabajo o porque se le dio la gana, lo cierto es que son peligrosas las ventanas para quienes escuchan jazz y fuman cigarrillos.

10 de diciembre de 2015.

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