Prudencia

Colaboración especial. Texto del Prof. Enrique Taboada Pérez




De las experiencias vividas y que todo hombre debe vivir es ir a un putero (palabra incorrecta para llamar al prostíbulo más cercano). Jamás sabrás el costo de una caricia si no has amado demasiado o, en su caso, entrado a estos lugares de poca fe y mala monta.

Ya antes había entrado a un putero en la Capu, donde quedé decepcionado ante aquellos cuerpos jóvenes rebosantes de perfumes malos, al descubrir que por 150 pesos puedes penetrar mas no acariciar; se me hizo un robo y ultraje hacia la pasión, atentado en contra del cuerpo de una mujer, ya que éste se debe llenar de caricias.

Más tarde visité la famosa 14, en Puebla; como escritor se buscan historias. Estaba admirado de cómo aquellas casonas se convertían en refugio de prostitutas, de cuerpos, de soledades. No muy agraciados ni mucho menos de clase, estos lugares los frecuentan obreros que van de voyeristas, esperando encontrar a la indicada, la perfecta para que sus manos sucias y callosas puedan deslizarse.

Entré a un table dance, luces de neón, perfume barato, meseros lambiscones ansiosos de sacarle provecho a la situación, mujeres que llegaban, no podía faltar la música como complemento. Para mi cumpleaños éste era un obsequio de un buen amigo; comprada la botella me trajeron a la dama en cuestión, vestido rojo, güera de pelo y de cabello entre castaño claro, lo que más recuerdo de ella eran sus piernas. Soy exigente en eso; las mujeres que me gustan deben tener, ante todo, unas piernas que sostengan mis penas y que estén abiertas, al igual que su mente.

—Me llamo Kitti.

Fue lo que me dijo, entonces le cambié el nombre por Prudencia, era justo que si yo pagaba yo le pudiese cambiar el nombre. Hablamos de todo, su vida, mi vida, y me enseñó la cicatriz que más le dolía, la de una cesárea mientras me mostraba también su tanga blanca; pude hasta ese momento comprender por qué podríamos enamorarnos de aquellas mujeres parecidas al caballo de Troya, y la razón es simple: saben escucharnos y decirnos la palabra correcta, ya sea en una mamada, ya sea en una caricia.

Le prometí a Prudencia que escribiría algo inspirado en ella; llevo un poema, un cuento y este segundo ensayo dedicado a aquellas caricias que valen lo que cuestan y estoy seguro que, si me encuentro a Prudencia en la calle, seríamos muy buenos amigos… porque ella tiene novio.

2 de diciembre de 2015.

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