El amor es una lata

Fue el cautín el arma para descifrar el enigma de aquella descompostura. Su mujer se había sentido mal toda la mañana. Mover los ojos le exigía un esfuerzo espeluznante y su voz se había convertido en un hilo que se enredaba en los oídos de Fabián. Sus brazos crujían al mínimo esfuerzo, no había podido ni sostener su desayuno. Por primera vez en meses había dejado llena su lata de aceite. Todo aquello resultaba extraño porque desde que la compró, había funcionado a la perfección. Esa noche tendrían que ir a la cena de Navidad con los padres de Fabián, sería la primera vez que saldría con ella, la primera vez que se la presentaría a su familia. Para que nadie dijera nada, para que dejaran de molestar con eso de tenerlo todo. Decidió que iba a darle un tiempo, un ratito a ver si se recuperaba. Le dijo palabras bonitas al oído, le prometió todo lo que a una mujer le puede ser prometido; fue tierno, luego rudo, luego violento, luego obsceno. Nada funcionó. La hora de la cena se acercaba y cualquier cosa era mejor que pasar por la pena de decirles a sus padres la verdad. Así fue como impaciente y necesitado, Fabián decidió abrir a su mujer. Tomo el cautín y logró derretir la soldadura que mantenía su torso amarrado a unos tornillos. Por fin pudo verla por dentro. Un enorme hueco en su cuerpo de latón le provocó las lágrimas. No había nada allí, nada que pudiera ser arreglado, nada que pudiera estar mal: su mujer era vacío puro. El hombre, lastimado y triste, la metió en su caja, la apiló junto las otras y marcó de inmediato a la atención a clientes. Pidió un nuevo modelo, importado, a prueba de error. Entrega inmediata. Cuando su paquete llegó, Fabián estaba ya cambiado y listo para la fiesta; la sacó de la caja y la encendió. Todo estaba bien. Le puso un abrigo rojo que a todas les había quedado bien. Ella no era la excepción. La tomó de la mano y caminaron juntos por las calles de esa ciudad convulsionada. Ahora sí, no habría duda alguna de que Él podía tenerlo todo.

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