No suelo escribir artículos de opinión en
virtud de que mis opiniones son muy impopulares, pero
esta mañana me ha nacido la inquietud y qué se le va a hacer. Les hablaré un
poco sobre migración, tema con el que estamos muy familiarizados en México y a
la vez no. Verán, México es un país que genera migrantes mas no los atrae
(cuando menos no en la misma proporción); si bien es cierto que toda Sudamérica
debe pasar por aquí para entrar a los Estados Unidos, también es cierto que
nadie se quiere quedar, y estoy seguro que, de tener la opción, la gran mayoría
preferiría regresar a su país de origen a quedarse a vivir y trabajar en la
tierra del águila y la serpiente. Y eso, créanlo o no, nos ha ahorrado muchos
de los problemas relacionados con los migrantes que hoy se viven en Estados
Unidos y Europa, sobre todo en lo que a empleo, seguridad y sincretismo
respecta. Pienso que debemos sentirnos afortunados por ello, aunque los motivos
que nos hacen poco atractivos para la migración masiva no sean los mejores: el
primero es el económico; el empleo es insuficiente tan solo para la población
nativa, la calidad de vida es sumamente distinta a la de países como Estados
Unidos, Inglaterra, Francia o Alemania, y nuestra economía en general es
equiparable a un rascacielos tan alto como estrecho, tambaleándose de un lado a
otro, incierto. Allá afuera nadie se muere por ganar en pesos. Otro punto en
nuestra contra (o a nuestro favor, según se le vea) es la percepción de la
inseguridad en México; el extranjero promedio cree que hay narcotraficantes y
secuestradores en cada esquina, ¿y quién querría vivir en un lugar así?
Ha
poco se hablaba de traer a un número de refugiados sirios a vivir a México;
creo que ellos mismos lo hubiesen pensado dos veces antes de aceptar, pero me
pregunto: ¿de haberse dado el caso dónde habrían vivido? En la sobrepoblada
Ciudad de México, sin duda, y tomando en cuenta lo propenso que es nuestro
gobierno a montar circos, seguramente les habrán acomodado en bonitos
departamentos de la Condesa, la Roma o Polanco (para horror de sus hebreos
vecinos), rodeados de seguridad y comodidades. Invito al lector a preguntarse
qué tan probable era este escenario y si acaso en Alemania los están recibiendo
así, sin embargo, tengo la certeza de que nueve de diez sirios preferirían
vivir en tierras teutonas que en suelo azteca. Y lo que es peor: todos esos
migrantes que hoy están alojados en las bellas y ordenadas ciudades germanas
seguramente están urgidos por tener hijos que garanticen su estadía en el
“primer mundo”. Pero no seamos tan duros; a muchos mexicanos les encantaría
hacer lo mismo.
¿Por
qué digo que es una fortuna que México no sea un paraíso migrante? Pareciera
incongruente tomando en cuenta lo mucho que nos indignan las declaraciones de
Donald Trump al respecto, ¿no? A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos
y la Unión Europea, nuestro estilo de vida no se ve afectado dramáticamente por
la presencia de gente que entra al país y nuestras ciudades de manera ilegal y
que posteriormente exige derechos y servicios como todos los ciudadanos. Parece
terrible de mi parte escribir eso, lo sé, pero es la realidad. Y en muchos
casos esa gente, que hace los trabajos que nadie más quiere hacer, como diría
Fox, conforma una mayoría y con ello adquiere voz e influencia. Influencia para
cambiar comunidades enteras, como en el sur de Texas donde el castellano se ha
convertido en la lengua de facto, o como en España, donde la población
musulmana ha doblegado a un país tradicionalmente católico. Imaginen que, de
pronto, por el motivo que se les ocurra, México se convirtiera en el principal destino
para la población del oriente medio y que, cuando nos diéramos cuenta,
estuviera prohibido vender tacos al pastor sobre la vía pública porque el
consumo de carne de cerdo va en contra de la Sharia y eso ofende a la población
musulmana; dirán que es descabellado, pero en España retiraron la carne de
cerdo (el jamón y las salchichas) de los almuerzos escolares justo por ese
motivo. Y lo veo tanto más factible tomando en consideración lo servil que
puede ser este país para con los extranjeros. Se me ocurren tantos más
escenarios que podríamos toparnos si acaso México comenzar a “islamizarse”
pero, por suerte, éstos se quedarán en mi imaginación solamente.
La
migración se ha convertido en uno de los mayores problemas del siglo XXI, y
aunque en México no la experimentamos como hacen otros países, suficientes
problemas tenemos en los estados del centro del país con toda la gente que
quiere salir de la Ciudad y el Estado de México y la que, a su vez, busca
entrar a como dé lugar a una de las franjas urbanas más grandes y
descontroladas del planeta… Por lo pronto, los saludo desde mi apacible
pueblito de “no pasa nada”, desapercibido del progreso, la migración y el ojo
de Dios.
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