Hoy, lunes, tuve la genialidad de pedir me sirvieran sopa de fideos y milanesa de res con puré de papa. El sabor de los alimentos no fue malo, lo reconozco, pero en cuanto regresé al trabajo hube de correr al baño, presa de unos retortijones de esos que podrían destruir al mundo. Lo atribuyo a dos factores: en primer lugar, últimamente la señora ha optado por empanizar el pollo y la carne con una mezcla de pan y especias que ella misma prepara, la cual da un sabor más o menos intenso a la comida pero que, presiento, resulta agresiva al estómago; en segundo, de postre me sirvieron un flan que tuvieron congelado, pienso, desde el viernes pasado. Era fácil adivinarlo porque estaba tan frío que aún podía sentir trocitos de hielo resquebrajarse entre mis muelas.
Cuando llegué estaban viendo el final de la penúltima película de Harry Potter, específicamente esa escena donde Dobby muere que tanta risa nos arrancó a mis amigos y a mí cuando la vimos en el cine. Había poca gente; solamente estaban "los ingenieros" y "el contador", a quienes deseo la comida les haya caído mejor que a mí.
Termino compartiéndoles esta imagen de algo tan exquisito que bien podría comerme tres.
(Si te perdiste la entrada anterior puedes leerla aquí).
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