Cuitas de Cocina Económica, No. 6

Hoy, antes de entrar a la cocina económica, miré al cielo y pedí a los dioses que mi experiencia fuera mejor que en otras ocasiones, pues iba yo muy hambriento y el hambre me pone de mal humor, igual que a Ryu. Las fuerzas que rigen el cosmos me escucharon, aunque solamente a medias, pues ese día la señora ofreció un guiso nuevo que, tristemente, resultó tan pobre como todo lo que la desdichada prepara.

Me senté junto a la ventana y me recitaron el menú: arroz y espagueti rojo las sopas; tortas de papa y caldo de pescado los guisados. Me animé por la pasta (nada espectacular) y el caldo, pues era la primera vez que lo preparaban y, siendo el día gris y frío, pensé que me vendría bien. Me sirvieron en un plato enorme, que no es lo mismo que decir "me sirvieron un plato enorme". De lo primero que me percaté fue que la señora se tomó el nombre del platillo muy literal, pues del pescado era solamente el caldo, acompañado de un montón de cebolla y zanahoria en rodajas. Nada más. Yo me imaginaba un buen trozo que podría desmenuzar y comerme con un bolillo, pero la infeliz seguramente preparó aquello con las cabezas y colas solamente, que seguro consiguió baratísimas en la pescadería si no es que se las regalaron. El sabor, lo reconozco, no era malo, pero la ración fue tan mísera como siempre. De postre me dieron gelatina de grosella, seguramente raspada del fondo del recipiente por el aspecto que tenía.


Así se me fue otro día comiendo mal y, para colmo, triste.

(Si te perdiste la entrada anterior puedes leerla aquí).

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