Cuitas de Cocina Económica, No. 5

Frecuentemente salgo de la cocina económica y miro al cielo preguntando si es tan grande mi karma como para tener que pagar con tan horripilantes comidas. Hoy fui a comer un poco más tarde de lo habitual porque tuve demasiado qué hacer durante la mañana. No sé si haya mencionado esto antes, pero suelo ir en bicicleta, y me he percatado de que la señora pone cara cuando ve que la dejo cerca de sus plantas, como si ésta fuera a drenar la vida de sus verdes retoños, pero no  me importa y lo hago de todos modos. 

Había poca gente; allí estaban "el contador" (un señor chaparrito y medio calvo que precisamente de eso trabaja en una fábrica cercana), "la secretaria" (una señora que, sospecho, trabaja en la misma fábrica y a quien me imagino contestando los teléfonos) y "las lesbianas" (dos chicas de aspecto sumamente varonil a quienes seguido veo por allí y que, de hecho, son novias). Hoy la señora no hizo sopa aguada y en su lugar ofreció espagueti rojo, así que decidí variarle un poco al sempiterno arroz. Error garrafal: estaba tan seco como si aquello no fuese sino la pasta cocida, coloreada con un crayón carmesí y espolvoreada con una hierba aromática de imitación. De guisados hubo bistec con papas en salsa verde y enchiladas rojas. De antemano sabía que éstas eran mala opción (suele freírlas hasta que la tortilla queda como piedra), así que pedí lo primero. A menudo pienso que ustedes deben creer que exagero cuando escribo estas entradas, así que aquí dejo la evidencia de lo que me sirvieron.


Que me perdone Cristo si me fusilo su inmortal interrogante: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Este remedo de guisado hube de acompañarlo con un agua de horchata dulcísima, de ésa que lo deja a uno con la boca más seca de lo que ya la tenía, y de postre me dieron este trocito de gelatina de uva.


Como pa' chillar un rato.

(Si te perdiste la entrada anterior puedes leerla aquí).

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