A vuelta con el cansancio de los mexicanos. Puntos IX y X que desvelan la falacia

Llegamos al final de nuestra lista en la presente entrada con dos puntos fundamentales. ¡Veámoslos de una vez!

9. No fomentarían la corrupción y sí el apoyo comunitario entre pares

En México, ¡con qué vergüenza lo digo!, nos enorgullecemos de ser unos truhanes de la peor calaña, a quienes en protervia y abyección nadie en el mundo iguala y cuyo ingenio para hacer daño al vecino no tiene parangón a lo largo y ancho de la Tierra. Es así. Es una pena.

El mexicano promedio busca la manera, siempre que puede, de fastidiar la vida ajena, aunque esto no siempre redunde en mejorar la propia. El sentido de comunidad en este país está casi por completo en el olvido.

¿Cómo pretendemos avanzar si nuestra sociedad está escindida y podrida desde sus raíces? No solamente buscamos el mal para el otro, sino que además, cuando aparece una ley que puede fletarse, se fleta sin el menor reparo. La vida política del mexicano es equiparable a la manera en que cruza las calles: nunca lo hace por la esquina ni por medio del puente peatonal. ¡Ah, no! Todo lo que esté dispuesto para garantizar un buen desarrollo de la vida social, si se puede evadir, se evade aunque con esto se esté restando poder a las leyes y sea la misma sociedad la que resienta estas consecuencias.

Para el mexicano la vida es chingar o chingarse, lo cual se ha traducido entre otras cosas en las alarmantes situaciones que se han visto en las entradas anteriores. ¿Cómo puede decirse que se está harto de todo el sistema, cuando se fomenta a cada momento el mal hacia el vecino y el acto corrupto?

Una sociedad madura comienza por desterrar los pequeños actos de corrupción que surgen en la vida cotidiana. No es lo único, pero es el comienzo de una revolución de la conciencia. Hay que dejar de lado el trinquete y la transa y optar por la vía legal, la vía correcta, la que incida positivamente en la comunidad… sale caro, es verdad, pero es lo que tiene que ser.

10. Reconocerían la importancia de las diferentes posturas y fomentarían el diálogo, la cooperación y la cultura de la limpieza y el perdón

Si el punto anterior tiene regusto a moralina, hay que ver lo que nos falta para funcionar como una comunidad de comunidades, una nación unida y una sociedad justa. Para empezar, es necesario abandonar el egoísmo exacerbado. No se trata de auto anularnos, sino de velar por el bienestar del otro y asegurarlo.

Nos quejamos de que los políticos solamente piensan en ellos, que roban y roban sin hartazgo mientras el pueblo padece en la miseria. ¿Y qué hacemos nosotros por nosotros mismos? ¿Nos preocupamos por nuestras comunidades indígenas? ¿Velamos porque la colonia de al lado tenga los mismos servicios que nosotros? ¿Vemos porque todos los niños de la cuadra vayan a la escuela y reciban buena educación? Nos hemos casado con una hiperbólica individualización que nos está conduciendo a la debacle y, en ese sentido, estamos perdiendo los últimos dejos de sociedad que nos quedaban.

A esta impertinente y apática ceguera ante el otro, tomamos la postura de que solamente un partido o un candidato es el bueno, que solamente nuestra ideología debe imperar y los demás, por no compartirla, merecen la podredumbre y el olvido. Una democracia que no tiene diálogo maduro y libre no es democracia.

Solamente hasta que veamos en el otro la fuerza para que el conjunto, el total, pueda salir adelante, es que podremos superar y zanjar las tremendas problemáticas que mantienen a México sumido en un caos de violencia, crimen, corrupción y abusos. Hay que aprender a reconciliarnos entre nosotros y trabajar unidos, conocer nuestras leyes, elegir a nuestros representantes y ponerlos a trabajar. Hay también que aprender a perdonar a los individuos que se equivocaron y fueron ya rehabilitados,

Sin embargo, estas propuestas son impopulares porque no incitan al desmadre y al chairismo, sino a la conciencia y la responsabilidad, la reflexión y el cambio efectivo, que no efectista.

Estas reflexiones se dan cuando un pueblo está genuinamente harto de su situación insostenible, pero en México seguimos vestidos en pieles y con garrote. Aquí no estamos hartos…

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