El presente post está bien cabrón. Debe leerse bajo riesgo propio.
Este fin de semana ha sido uno de los más extraños de que puedo hacer recuento en los últimos meses.
Quizá por lo anterior es que hoy quiero compartir esta entrada en el estilo fragmentario que impera por ahí, en lugar de echar mano de los párrafos que de ordinario caracterizan a mis entradas.
El viernes era un día en el que, lleno de esperanza, no esperaba nada. Poco o nada más se puede decir al respecto. No esperaba nada, salvo continuar con un proyecto literario que he cacareado en Twitter por un rato y nada más (así es, hay un Twitter que manejo yo, pero que está a nombre de este espacio que administro con cierta fortuna, los interesados en conocerle pueden acceder aquí).
Al caer la noche ya sentía la desolación, cada vez más común, de estas últimas fechas y, a manera de relato bíblico, amaneció el segundo día.
El sábado fue tremendamente asfixiante y desolador. No quería nada. No esperaba nada. No pretendía nada.
De súbito, con otros de los escritores de este espacio, fui a dar con mis huesos al Casino Club, burdel harto valioso de esta parte de las postrimerías del mundo y entonces todo fue luces y risas y cantos.
Después fuimos al Chocolate, donde la risa y el canto no cesaban.
Y aconteció la más afortunada desavenencia, o desavenida fortuna, que pudo acaecerme: una hembra dulce como madrigal gongorino me fue dada.
Como amada llena de gracia, atinaría a describirla apenas robando los versos al místico Nervo: «Todo en ella encantaba, todo en ella atraía». Y lo más hermoso, lo más perfecto, lo que la hacía una deidad envuelta en mortal velo: estaba borracha.
No era la ebriedad graciosa de dos o tres copas, no la eufórica perturbación del ánimo, no la tambaleante tranquilidad del estupor etílico. ¡No! ¡Estaba ahogada en elixir de Dionisos!
Muchos maricones y putófilos por igual andan por ahí promoviendo mamadas en contra de la inconsciencia. No es, Deo gratia, mi caso.
A mí me encanta una mujer hasta las chanclas. Besan mejor, abrazan mejor, te juran amor eterno y no te están cagando el palo. ¡Y lo mejor de todo es que en cuestión de minutos se ponen en coma y tú te quedas tan tranquilo, pisteando, con tu muñeca encaramada a ti! ¿Hay algo más romántico y hermoso?
Muchos piensan que el que una persona esté inconsciente solamente interesa porque así se puede abusar de ella. Y habrá a quien el abuso le excite, lo cual en lo particular no encuentro censurable para nada (váyanse a tomar por el culo si no están de acuerdo o pónganse a quejarse de la matanza de focas en cas’e su puta madre).
Una mujer borracha es siempre una mujer hermosa. Canta, se arroja, es musa y poetisa a un mismo tiempo, escucha y no responde o habla sin voz, y al final del día se queda en un plácido sueño angelical que la desvela, como escribiera sabiamente Alarcón, «siendo divinas, humanas».
Además que, previo a convertirse en muelles bultos de ronquidos y pedos, cuanto más su excitación etílica, mejor cogen. No se dejan coger: ¡te cogen!
¡Son todo ventajas!
Pero ésta, aquí viene la desventura, ya estaba más allá que acá y aunque por un rato jugueteamos y todo, por más que hice de cupido esquivó por casualidad todas mis flechas. Y aunque hablamos después y me contó su día y lo bonito que se lo ha pasado con su hija, no puedo dejar de enfatizar que a mí me enamoró en esa noche, no después.
Para relaciones tediosas donde hay que poner buena cara y hacer méritos está la vida. Para todo lo demás existe la noche lupanaria.
Si esto hubiese sido un encuentro de ocasión en la discoteca, confieso que agradeciera la charla posterior. Pero ya estoy curado de espanto y no ando buscado amores vocacionales, yo quiero pasión mercenaria, con mujeres que, como dice Cacho Castaña, «se van cuando amanece».
De amiguitas y de novias estoy hasta los cojones. Yo quiero una mujer que me dé lo que por otro lado no me saben dar, no me importa si se me olvida que trabaja o ella no se acuerda de trabajar, a mí dame lo que te estoy pagando y vete norabuena todo el día a Las Alitas con tu niña si te viene en gana, que si a mí me interesase aquello muy por otra parte te hubiera conocido y cortejado.
Al final mi domingo fue quedarme a reflexionar sobre mis errores y abjurar de las cosas que he hecho mal, la mayor de las cuales es sentar morras que quieren hacer el trabajo a su manera y, por asegurarse el craso pago del momento, te dicen que otro día con mucho gusto, sin reparar que las ofertas que se les hacen son de una vez en la vida y que la ocasión, como sus coñitos, es calva.
Publicar un comentario