Redondillas de ocasión

Yo que al burócrata vil,
al ejecutivo inmundo
y al vendedor nauseabundo
en más de ocasiones mil
vencí fiero y esforzado,
sin temer la burocracia,
esperando con audacia
el turno tan retrasado
o llenando sin chistar
a mano o máquina todas
las formas, terribles jodas
que se exigen por millar;
yo que armado de paciencia,
libro en mano o pluma lista,
sin que el ánimo desista
no importando la inclemencia,
estoico como el que más
hasta la más alta esfera
desde las salas de espera
llegué arrogante y audaz;
yo que al escritorio fui,
solicitudes llené,
largos tiempos esperé
y al final siempre vencí,
hoy me encuentro acongojado,
triste mortal, compungido,
melancólico, abatido,
deprimido y lacerado:
ha seis meses que inició
de la cédula a marchar
el trámite; a rellenar
la solicitud llamó
una ingrata voz humana,
que más de diablo parece;
ha ordenado que regrese
a hacer la fila inhumana
porque un error garrafal,
desgracia ruin y precoz,
el procedimiento atroz
detuvo para mi mal.
«Mas, ¿cómo es esto?», le he dicho,
«si revisé cauteloso
cada punto minucioso,
cada espacio, cada nicho,
cada línea por firmar,
cada cuadro y cada marca,
casi como a quien la Parca
hale venido a buscar».
«Pues el error», me dijeron,
«caso es llano, no fue suyo.
Verá: tal como el capullo
que antes de crecer hirieron
violentas punzantes armas
del oficio jardinero,
así su trámite quiero
se figure sin alarmas:
inmaculado y precioso,
correcto y bien preparado.
Ahora piense que truncado,
con todo y que es tan hermoso
mas le falta estar completo,
hanlo los descuidos nuestros,
que de aciagos y siniestros
el nombre tienen repleto.
Desta forma el jardinero,
la Parca y también el diablo
hemos sido, y más no hablo»,
fue su discurso postrero
¡y a la fila! ¡Hideputa!
Aunque todo haya hecho bien,
nada importó, hubo quien
sin empacho ni disputa
antojose de pecar
y presto una pendejada
al trámite mortajada
dio sin dar pena a lugar.

A la eficiente burocracia universitaria que me convocó para comparecer ante sus ilustrísimas filas de interminable longitud para que llenara de nueva cuenta una solicitud que tuvieron a bien echar a perder, sin ánimos, eso sí, pero con los mismos funestos resultados que si cualquiera otra mano mortal la hubiese ansí deturpado.


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