Se acerca la época de elecciones, nada menos que 20 días (18 para el momento en que se publicará esta nota) para que en México se elijan diputados federales y en 13 estados haya también elección local.
¡Qué dicha! ¡Qué jolgorio! ¡Es fiesta nacional!
No obstante, como todos sabemos, porque la política es un tema que tarde o temprano llega a ser dominado a la perfección por todos los ciudadanos de este gran país, esto no supone los beneficios que en otras partes del mundo la supersticiosa admiración por todo lo que no está aquí, a la mano, nos ha dictado que supone allá, donde la gente camina con las manos y los peces vuelan libres entre nubes de algodón de azúcar. No, aquí lo que pasa es que los partidos que todo el mundo odia, porque también el odio a los políticos y todo lo que se les relacione, por remoto que sea, es un sentimiento adquirido que todos los mexicanos llegan a interiorizar completamente en algún punto en sus vidas, lo único que hacen es urdir violentas intrigas y demás pases de malnacidos para hacerse con el poder, ese abstracto grial que termina por poseer y corromper a cualquiera que bebe dél, salvo si el osado que apura el trago es el inconfundible ídolo que las masas aplauden y que ven como el futuro gran salvador de este país que, siendo ruina eterna desde su remota configuración en los albores del siglo XIX, no ha terminado de caerse a pedazos y sufre siempre por causa de esos líderes que quién sabe quién habrá elegido, pero cuyo único propósito es empinarse más a todos, sin más motivo que el gozo por empinar a un pueblo de por sí empinado. Pues eso, las campañas electorales no son sino meras telenovelas escritas con la singularidad de una comedia nueva, efectistas como su puta madre y todos aseguran que son falaces y manipuladoras.
A la par de los críticos del sistema y no pocos teóricos de la conspiración, la mentalidad del mexicano anda urdiendo sus propias nociones de la democracia en la que vive, buscando siempre la manera de inculparla a ella de los males que aquejan al país. El asunto es tremendamente jodido, cuando no desesperanzador y lamentable, después de todo, el discurso imperante no es otro que el de la víctima «cansada».
Pero cabe preguntarse: ¿cansada de qué?
México se distingue por muchas cosas, muchas de ellas son geniales, otras de ellas son, desgraciadamente, ominosas. Una de las que pertenecen a esta última categoría es precisamente ese dizque cansancio que pareciera común a la ciudadanía pero que no es otra cosa más que el reflejo de una sociedad ignorante, frívola y perezosa. A continuación me explico mejor.
Es verdad que muchas de las figuras políticas actuales no solamente se han visto inmiscuidas en escandalosos casos de corrupción y criminalidad, también es verdad que las estrategias administrativas en materia de seguridad y, en cierta medida, económica también han resultado defectivas y que se ha visto que el proyecto nacional de momento ni se encuentra delineado ni tiene miras de componerse en los próximos años. En síntesis, digamos, estamos arrostrando un caos que, hasta eso, no se ha desatado con la magnitud y violencia que en otros lugares del globo, algo por lo que los ciudadanos que tenemos alguna conciencia agradecemos harto más de lo que se supone que deberíamos quejarnos.
El problema es que abunda un aura como de repudio por ese «abuso ordinario» que supuestamente han cometido todos los políticos siempre. Y ahora en las redes y en las calles resuenan esas vocecillas que dictan que todo es fraude, todo es corrupción, que hay que rebelarse (tomada esta palabra desde lo más vacío de su significación) pero, sobre todo, que hay que poner punto final a esta insostenible situación.
Me parece loable que exista la intención de generar cambios y todavía proponer la noción de rebeldía. El problema es que, al menos desde hace doce años, ya contamos con la libertad suficiente como para aplicar las herramientas que permiten a los ciudadanos bien organizados generar las transformaciones y cambios necesarios para que su vida se vea afectada positivamente. Dicho de otro modo, eso que se quiere hacer se puede lograr por la vía legal, por la vía del propio sistema sin tener que recurrir a barbaridades y daños.
A la postre, acciones como la quema de la unidad y estación del Metrobús o de la puerta de Palacio Nacional aquellas turbulentas noches de noviembre del año pasado, si en su momento causaron algún escándalo y hasta cierto punto aterraron a algunos sectores poblacionales, bien pronto demostraron ser obras vacías que al día de hoy ni se mientan ni recuerdan como los «hechos históricos» que en el momento en que ocurrieron se dijo que serían después. Las marchas y los plantones tampoco sirven ya como mecanismos de presión. Pareciera que se nos ha olvidado que, como ciudadanos de un país democrático, tenemos todas las representaciones necesarias en las cámaras de poder para pedir que se haga lo que más nos conviene.
Dicho de otro modo, en la práctica estamos cansados de toparnos siempre con lo mismo al momento de hablar de política, pero no nos damos cuenta que eso significa estar cansados de no hacer absolutamente nada.
Está claro que quienes están dispuestos a convertir sus peticiones en exigencias y éstas, a su vez, en reclamos y violencia no son la mayoría de las personas. Desafortunadamente, buen número de gente lo que quiere es provocar caos para beneficiarse de los daños colaterales que le ocurren a la sociedad misma.
¿Quién no recuerda los incendios y saqueos provocados por supuestos izquierdistas que buscaban castigar a las cadenas comerciales que apoyaron al PRI durante su campaña presidencial para 2012? ¿Quién recuerda esto como un hecho revolucionario, liberador y genuinamente ciudadano? ¿Quién como una lamentable muestra de lo que es ser mexicano?
Si los mexicanos estuvieran cansados de su situación no estarían haciendo esto sistemáticamente, porque las generaciones que habitan ahora el país y que dominan su panorama democrático ya están muy lejos de las generaciones violentas y guerreras de 1910, por ejemplo, cuando era harto más común tener que defenderse a punta de madrazos de todo y de todos. Ahora vivimos expuestos a la violencia pero difícilmente por ella o para ella. Quienes tendrían la capacidad de armar una rebelión de carácter bélico ya lo hacen, pero no desde la vindicación ciudadana sino desde la operatividad del crimen.
A los narcotraficantes les conviene el caos pero no demasiado, de otra manera ya hace mucho que se habrían hecho con el poder por la fuerza de sus numerosas y bastante pesadas armas. No lo hacen porque incluso a ellos el sistema les conviene. Casi todos recibimos una tajada, gruesa o delgada pero tajada al fin, del craso beneficio que supone vivir en México. Sin embargo, lo triste y verídico es que existen muchos otros que no tienen nada, no les queda nada y perder algo no es una opción porque aún eso no lo tienen. A estos individuos es a quienes se dirigen especialmente los demagógicos prestigios de los políticos que andan en la campaña en turno. Lo poco que les llega es lo mucho que tendrán en un buen rato, así que mejor lo desquitan y aseguran.
A esos grupos vulnerables que les creería el cansancio nunca se les escucha levantar la voz. Me atrevo a pensar que ni siquiera tienen una. Mientras tanto los que comemos diario nos enfrascamos en sandeces mentándole la madre a todos los partidos, a todos los ex alcaldes, a todos los futuros diputados, a todos lo que siguen votando por el mismo partido rancio y putrefacto. ¿Estamos bien de la cabeza? ¿Nos hemos dado cuenta que el cambio está en nuestras manos?
La democracia no funciona porque exige una ciudadanía madura y participativa. Notoriamente, en México eso está todavía muy lejos; lo peor del asunto es que pareciera que en vez de acercarnos, año con año nos alejamos todavía más. Urge rescatar la capacidad de organizarnos como sociedad civil, abandonar los antiguos moldes que benefician a la mayoría y preocuparnos por satisfacer lo básico de la totalidad de los ciudadanos. Los tiempos que corren ya no son los de la tiranía de la masa, sino los de la vindicación del otro. En este sentido, poco importan los colores y las personas que se postulan, importa que nosotros sepamos quiénes son, qué proponen y, más importante que lo anterior, de qué manera su acción nos representa, afecta e incumbe, de modo que cuando el resultado sea negativo tengamos sepamos modificarla para nuestro beneficio. Todo el tiempo nos cacarean que los servidores públicos por eso son servidores, pero, ¿cuándo nos hemos fijado por qué vía podemos ponerlos efectivamente a nuestro servicio? El sufragio es apenas el primer peldaño de la larga y tediosa escalera democrática y, ni modo, a nosotros nos ha gustado, en la vendimia de las ideas, que la democracia es la buena entre todas las demás opciones de gobierno que existen. Nos corresponde monitorear el trabajo de diputados, alcaldes, senadores, gobernadores, etcétera. También nos corresponde cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos. Ahora queremos que todo sean derechos y ventajas y nada responsabilidades y compromisos. Así la cosa se volverá insostenible, ya nos hemos dado cuenta.
Si no les interesa la política, actitud harto respetable, mejor no hablen della. Nada más van a quedar mal.
Si les interesa, no solamente hablen della. Van a quedar peor.
Actívense un poquito y organicen a sus vecinos, concienticen, hagan servicio comunitario e informen a los más desinformados. ¿Servirá de algo? A muy largo plazo sí. Para este junio no se ilusionen…
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La falacia del cansancio de los mexicanos. Apuntes desordenados sobre elecciones venideras
Por Tuzo Pillo Hora 07:27 0
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