Hola, soy Yeyito y esta es una historia pornográfica-light de mi corta vida laboral.
Desde aquellos no tan lejanos años en los que hacía becario me siguen las boludeces de los jefes.
Recuerdo que una maestra nunca se aprendió mi nombre, tuvo todo un semestre y siempre me llamaba por un nombre diferente, lo peor es que todavía volteaba y contestaba. Nunca la corregí porque se rumoraba que sufría de terribles episodios de bipolaridad. En aquel entonces no sabía ni me imaginaba qué era eso, pero no quería averiguarlo. Y la razón para no saber era que el semestre anterior había hecho becario con una maestra que me lanzó una grapadora. Y eso que ella se veía muy normal, vayan ustedes a saber qué hubiera sido de mí sacando a una bipolar de sus casillas.
En mi primer trabajo, qué recuerdos, me dieron un ascenso y un aumento a los tres meses. La razón no era mi excepcional desempeño, ni mi rápido aprendizaje, ni salir con el estulto de mi jefe, sino más bien que el estulto necesitaba a alguien que le hiciera “el trabajo sucio”. Trabajaba en un intento de editorial. El presupuesto ya había sido asignado (para publicaciones de los amigos imaginarios del director. Lo que se llegó a publicar eran recopilaciones, investigaciones y otras cosas que el director había escrito pero no podían ser impresas bajo su nombre, hay cada loco) así que no se aceptaban escritos de ningún tipo. Mi nuevo trabajo consistía en elucubrar las cartas de rechazo (tampoco había manual para entrega de originales). En una ocasión, un amigo del director (quién más) llegó y me entregó una caja de mudanza llena de recortes de periódico para que “le escribiéramos su novela”, porque ustedes saben “así se hacen las novelas”. No crean que estaba dispuesto a pagar por el ghost writing, no, “ése era nuestro trabajo”. Evidentemente escribí la carta de rechazo y para resarcir el daño (pobrecito) le dieron un espacio en la revista local.
En otro trabajo, ahora en una revista, resultó que de la nada me aumentaron un día a la jornada laboral. Resulta que cuando me entrevistaron, me dijeron que debía ir de lunes a viernes. Llegando el viernes se despidieron de mí con un “nos vemos mañana”. En fin, al principio defendía que debía ganar X cantidad, digo ahora debía trabajar un día más, pero me terminaron pagando 2/3 de eso. No me gustó, pero el hambre es mi debilidad (o sea si no como me siento mal). Un buen día, tirando papeles me encuentro con el recibo de la persona que anteriormente ocupaba mi puesto… ganaba X exactos. Mi estómago hirvió en su jugo, lo malo es que no podía comerlo y tenía hambre. Se preguntarán ¿y que no te dijeron nada tus compañeros? Pues no, solo éramos el director y su esposa (la administradora, obvio) la de ventas y yo. Sobra decirles que ninguno de ellos estaba en la oficina equipada para tres. No era una mala revista, “había muchos colaboradores”, “otros agentes”, “más personal de ventas” en algún lugar del mundo alterno de mi jefe, quien usaba como arma de venta el supuesto trato con una aerolínea (los pobres clientes creían que sus anuncios serían vistos por miles de personas desesperadas por gastar su dinero) todo era divino.
También trabajé en un periódico de poca monta. Pasaron meses y nunca me inscribieron en el IMSS, ni tuve ninguna otra prestación. Sí me pagaban (al menos ¿no?) firmaba en una hojita escrita con letra chueca “Yo Yeyiyo recibí de mi pelón y prepotente jefe la cantidad de X por mi trabajito en una oficina helada durante el invierno”. Recuerdo cuando fui a renunciar para irme a un buen lugar, “pero por qué te vas, si aquí lo tienes todo, si tú me apoyas, yo te apoyo” me decía el pelón. ¿Todo? No era broma, el lugar de las computadoras era un congelador, nadie tomaba agua del garrafón porque decían que los rellenaban con las pipas que alimentaban las máquinas, participé en dos paros laborales de un día porque nos pagaban con retraso, el micro no funcionaba, no había café, nunca tuve prestaciones. Ese pelón confundía todo con nada. A mí el hambre me hacía ver visiones.
Ya los dejo, soy un free lancer debo ir a mi trabajito de carretonero nocturno, ahí puedo lanzarme libremente a las sobras de la cena que son las más ricas.
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