No debe extrañar que, si un producto se concibe para el consumo por parte del público infantil, el resultado esté plagado de los elementos que tanto fascinan a ese extraño y variopinto sector poblacional. Sin embargo, de un tiempo para acá pareciera que la intención además es profundamente doctrinal. Esto, por supuesto, no es novedad alguna. Ya desde la Antigüedad encontramos este tipo de creaciones edificantes, cuya intención no es la recreación sino el adoctrinamiento, esto es, la infusión de un conjunto de saberes establecidos y convencionales de gran interés para la sociedad. Sin embargo, algo que caracteriza a los tiempos anteriores es que no hacían gran distinción entre las edades del público. Las historias morales, contenidas en la mitología, en la fábula, en el cuento o en el teatro, por citar ejemplos sobresalientes, se dirigían también a un público adulto, mismo que estaba receptivo a aprender de ese conjunto de conocimientos que, por motivos diversos, no le eran accesibles de otra manera. Desde tiempos inmemoriales, el acceso a la ciencia ha sido un privilegio de pocos.

Sumergimos a nuestros infantes en la oscuridad de la estupidez y de la irrealidad excesiva, porque ahora nos anegan con un discurso melifluo que busca dizque proteger sus mentes infantiles pero en realidad las atrofia.
Pero el adoctrinamiento de antaño cubría hartos más sectores del espectro de los que cubre en la actualidad. Un mito podía enseñar sobre el origen de la humanidad y de las divinidades, pero al mismo tiempo, subrepticiamente, hablaba del papel de mujeres y varones dentro de una sociedad que comenzaba a establecer instituciones y que requería del concurso de todos para afianzar este proyecto social. Un cuento podía presentar elementos efectistas que impresionaran las mentes, pero invariablemente mostraba el ideal del comportamiento, el anhelo por el bien y el horrendo final de los malvados, algo que promovía el respeto legal por medio del miedo. Incluso en las elaboraciones alegóricas del teatro se invitaba a reflexionar sobre asuntos harto más cotidianos que los de los protagonistas; si Edipo se saca los ojos no es solamente por el peso de su crimen, es una invitación a temer a todo aquello que se atreva a desafiar el orden religioso establecido por las divinidades de antaño, asimismo busca comunicar al espectador la aversión que el hombre de bien ha de sentir ante un régimen gobernado por el individuo que, fiado en sus propias y exclusivas capacidades cae en el exceso desequilibrador del orden tradicional y, por tanto, desencadena la desgracia sobre él y su pueblo.
Se pensaría, sin embargo, que lo aquí mencionado exige ya una aproximación adulta y que los niños no pueden ver esta suerte de significados oscuros. Me atrevo a responder que son los niños de hoy los que no pueden ver estos significados; la razón es sencilla, ni siquiera los adultos de hoy pueden verlos. Es un caso de exposición, no de incapacidad determinada por la edad.

Para algunos Frozen es un hito en la tradición de Disney porque «enseña» que no puedes casarte con el primer chico guapo que ves… no obstante el antagonista de la película es el único hombre con el que la princesita valiente tiene, se asume, conversaciones que les permiten «conocerse», a diferencia del heroico picahielos que se enamora de ella de manera espontánea, igual que el resto de las historias melificadas por esta compañía. Por otra parte, Enchanted ya había plasmado esa idea de que príncipe y princesa no pueden juntarse a la buena de Dios sin, al menos, haber tenido una cita. Para mí, Frozen sigue siendo la historia de una mujer que padece el trastorno obsesivo-compulsivo y aprende a vivir con su enfermedad.
Conforme se desarrollan nuestras sociedades, la cultura adquiere formas diferentes. En otro tiempo los niños sabían, por ejemplo, cuando una semilla estaba aún viva y servía para sembrarse y cuando había ya «caducado». Esto posiblemente no lo aprendía de un preceptor privado, sino de su padre o su abuelo, que a la sazón serían agricultores de cierta tradición y habrían transmitido este conocimiento a sus descendientes desde bien pronto. Hoy quizá nos resulte ridículo pensar en ello, porque nuestro contexto es eminentemente urbano (es más que claro que hablo de los lectores de este espacio, no de la totalidad de la población mundial… lo apunto porque a veces parece necesario aclarar, nunca se sabe quién se mete a revisar las notas), no obstante en la época de las sociedades agrícolas esto formaba parte de un conjunto de referentes inmediatos y cotidianos. Luego no debe extrañarnos que nos encontremos con cuentos tradicionales en los que elementos como los famosos frijoles mágicos de Juanito juegan un papel importante; había adoctrinamiento y recreación, sin embargo la doctrina buscaba ayudar a sobrevivir: hay que saber qué tipo de grano es valioso y puede intercambiarse por una vaca, por ejemplo, otro aspecto es el del comercio, que también debía enseñarse a temprana edad.
No obstante, a medida que hemos abandonado estos esquemas de vida rural y agrícola, o la misma se ha visto transformada por la aparición de nuevas técnicas y tecnologías, estos referentes se han quedado apenas como nociones, o supersticiones en algunos casos, que ya no tienen la misma utilidad. Esto motivaría, en otro tiempo, que el asunto doctrinal se amoldase a las nuevas necesidades. Fábulas como las de Fernández de Lizardi, por ejemplo, no encontraban en la adusta e inflexible moralidad esopiana una enseñanza útil, por lo que su trabajo acentuaba la importancia del ingenio sobre la bondad y aún sobre el conocimiento impráctico. ¿Quién puede culparlo? Escribió en una época en que su tierra se estaba convirtiendo el mayor caos conocido por el hombre: una «nación» independiente. Sobre esta línea, su Periquillo no es otro que un pícaro al estilo del Guzmán. De nuevo a enseñar mientras se entretiene.

Este aberrante filme de estética perturbadora parece no haber despertado grandes críticas, quizá porque se apega lo suficiente a un libro que poca gente o nadie en Hollywood leyó y mejor no meterse en problemas, aunque esa me parece una actitud demasiado prudente para la gente de cine. Me parece una cinta insufrible, pero hay que aplaudirle que estuviera tan espantosamente realizada y aún así no la putearan tanto por el asunto infantil. Hecho bien, el cine para niños tendría que seguir un derrotero así, pero itero mi énfasis: HECHO BIEN.
En nuestros días, sin embargo, el conocimiento práctico, el bien moral o siquiera la invitación al ingenio se han ido diluyendo tremendamente en las obras que se presentan y que se dedican a los niños, como si los adultos fueran incapaces de aprender también de una creación artística. Pueblan las películas infantiles de hoy moralejas que invitan a cuidar el medio ambiente, enfrentar tus miedos, no desobedecer y en general ser «bueno» sin ofrecer una definición de la bondad ni presentar cómo es posible que a lo largo de la vida surjan situaciones que no pueden polarizarse tan fácil como: a es malo, be es bueno, elijo siempre be. Y tanto a Walker como a otros individuos (y ahora pienso entre éstos en un ejemplo no tan lejano, un güey apodado Josito), esto no parece incordiarles. Muy por el contrario lo que les incordia es que el mensaje no llegue lo suficientemente claro, aduciendo que es para niños.
Algo que sin duda era importante en la época en que el adoctrinamiento se transmitía por medio de la narración es que, además, de ofrecer los referentes inmediatos y nutrir con conocimiento cotidiano al público, se le entrenaba para reconocer esta suerte de situaciones en la vida. ¡Si los cuentos llegaban a ser planos, poco a poco (hablamos de cambios generacionales) se travestían (los cuentos, no las personas) para convertirse en un producto harto más complejo! Esto aguzaba el intelecto y la capacidad de apreciación estética de los individuos. Ahora, sin embargo, pareciera que exigirle alguna suerte de pensamiento profundo a los niños es un crimen. Hay que idiotizarlos a como dé lugar.
No tienen la culpa quienes critican las películas, antes bien están haciendo algo que mucha más gente no hace. Sin embargo, los considero parte del problema si defienden a capa y espada que los productos infantiles tienen que salir caramelizados y por completo atarantados para que lleguen al inocente de manera óptima. ¡Las cosas no pueden ser así! Las grandes narrativas de antaño no eran ni por asomo la mitad de dulces y, sin embargo, apasionaban y servían y educaban… El tema sexual, por ejemplo, no tenía por qué esconderse de manera tan enfermiza de la comprensión del infante. ¡Todos los putos mamíferos nacemos con genitales! ¡El sexo es una realidad que traemos en nosotros! ¿De verdad hay que esconderlo? Ni siquiera en el Medioevo, cuando la Iglesia que tantos idiotas aborrecen era el órgano central de Occidente, se cometían estos atropellos contra la realidad (al contrario: había que, desde pequeños, enseñarles la moralidad sexual para que luego no fueran putos o bestialistas). El caso que he tomado, es verdad, resulta extremo, porque nos hemos hecho a la idea de que la sexualidad es sobremanera delicada. Pero así también quieren hacer con la muerte, con el consumo de sustancias que obnubilan el entendimiento, con la elección de un sistema de creencias y… en fin… la lista es larga.
Ofrecer contenidos cada vez más idiotas no va a librar a los niños ni de la realidad ni de crecer. En un mundo donde los padres cada vez son menos competentes y dejan el cuidado de sus vástagos a otras instancias, urge encaminar hacia buenos contenidos a los más pequeños de la casa. ¡Que lean desde los siete al Marqués de Sade! ¡Que lean el Kamasutra! ¡Que lean la Biblia! ¡Que lean las Mil y una noches! Los contenidos idiotizados solamente van a dar como resultado lo que ya estamos viendo: personas incompetentes que idealizan una moralidad irreflexiva, crédulos como el que más e incapaces de razonar ante cualquier situación que se sale del guión a lo Friends.

No deberían existir impedimentos para que nuestras infancias nutran sus intelectos con contenidos de calidad.
Cuando nos enfrentamos al mundo, tengamos la edad que tengamos, nos damos cuenta de que no es como en esos filmes edulcorantes.
Pero en el mundo nadie hay que nos salve de la realidad.
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