"Éstas son las aventuras de E.J. Valdés en la cocina económica..."
Esta tarde en la cocina económica estaban viendo una película en la que estelarizaban Silvia Pinal y Tin-Tan cuando eran muy jóvenes. Me hubiese gustado ponerle más atención pero últimamente tienen el volumen de la televisión muy bajo por aquello de que la señora que atiende de por sí no escucha y, para acabarla de amolar, justo al lado hay una mueblería en la que se les ha hecho costumbre sacar un par de enormes bocinas que suenan los éxitos de la barriada a todo volumen.
Hoy, además de la sempiterna sopa aguada y el arroz, el menú consistió en carne de cerdo en salsa verde (sospeché que era la carne que sobró del día anterior, así que este guiso quedó descartado) y tortas de papa con ensalada verde, las cuales, lo reconozco, no son malas pero sí bastante grasosas (la señora ni siquiera las pone a escurrir en una servilleta antes de servirlas) y puesto que de reciente me he propuesto la lucha contra la barriga y los cachetes éstas tampoco eran buena opción. Terminé por ordenar arroz, sabedor de que la sopa de ese lugar es más insípida que la vida misma, y pedí me preparasen una pechuga asada con ensalada. El pollo, para variar, era poco (situación curiosa tomando en cuenta que este platillo lo cobran más caro que el menú corrido) y la ensalada no era sino lechuga picada con seis rodajas de pepino (sí, las conté). Era un plato tan pobre que cuando lo colocaron frente a mí pude escucharle suspirar con tristeza. En esta ocasión me abstuve de comer tortilla y fue tal mi infortunio que ni siquiera pude rellenar los huecos en mi estómago con agua, pues hoy prepararon de jamaica y no es natural, sino tan artificial como la gelatina morada que sirvieron de postre. Aún hambriento, pagué y caminé al mini súper de la esquina para comprar una botella de agua que diese consuelo a mis entrañas las horas siguientes. De regreso al trabajo cavilaba sobre lo difícil que resulta resistirse a las seductoras miradas de los deliciosos aunque insalubres productos que nos acechan en las tiendas; ¡quién tuviera la fortuna de poder entregarse libremente a sus azucarados placeres!
Les dejo una papa triste para acompañar esta lectura.
(Si se perdieron la cuita de ayer, aquí la encuentran).
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