Recientemente llegó a mí un artículo de una mujer llamada K. T. Bradford, quien escribe para el sitio xoJane.com (una suerte de blog ultra-feminista), en el cual reta al público a dejar de leer a autores masculinos, blancos y heterosexuales durante un año y en su lugar enfocarse a leer a mujeres y miembros de la comunidad LGBT, preferentemente de color y con poca difusión. El argumento de la señora Bradford para tal desafío radica en su propia experiencia, pues afirma que, tras darse a la tarea de "leer, leer y leer" para mejorar su prosa, descubrió que le costaba trabajo hojear ciertas revistas y textos que encontraba desagradables e incluso ofensivos. En su opinión, tal situación se debía a que estaba leyendo a los autores equivocados, y nos dice que fue hasta que decidió leer solamente a escritores de ciertos grupos demográficos que comenzó a encontrar cuentos que le agradaran y que así obtuvo "un nuevo entendimiento" del tipo de ficción que disfrutaba y de la clase de escritores que la producen.
Si bien considero que esta propuesta podría ser una manera de descubrir y apoyar a plumas poco conocidas, lo que me parece absurdo es afirmar que la raza, género y orientación sexual definan lo que se escribe. Nadie escribe poemas, cuentos o novelas partiendo de este tipo de cosas; yo no comienzo un cuento pensando: "soy un mexicano caucásico heterosexual, ¿qué tipo de historias debo contar?". Nadie lo hace. Es una manera muy idiota de encasillar géneros y personas. ¿Los asiáticos están condenados a escribir manga y novelas como las de Banana Yoshimoto? ¿Los homosexuales deben escribir sin falta para homosexuales, los hombres para hombres y las mujeres para mujeres? ¿Solamente los blancos se aventuran a producir thrillers históricos? ¿Deben gustarme los hombres para escribir poesía como la de Allen Ginsberg? No lo creo: yo escribo lo que me gusta escribir, igual que todo mundo. Y pienso que decidir las lecturas basándose en estos criterios es una cosa igual de ridícula; yo no escojo mis libros por los tratos personales de quien los escribe, ni atribuyo el disfrutarlos o repudiarlos a estos factores. Hay que tener muy poco criterio para hacerlo.
Pero la señora Bradford no termina allí: en su opinión, el mercado está dominado por los autores masculinos, blancos y heterosexuales, como Neil Gaiman (a quien incluso tacha en la fotografía que acompaña su artículo), y la "industria" lucha activamente para que así se mantengan las cosas. Señala que las revistas literarias contribuyen a este complot al no tomar en cuenta a mujeres y personas de color y publicar números enteros sin participaciones de estos grupos. Supongo que yo, como un hombre blanco y heterosexual que lleva editando una revista de esta clase durante más de tres años, soy parte de la conspiración (sin estar enterado), aunque, francamente, cuando leo a alguien interesado en aparecer en Letras Raras solamente sé lo que me revela en su semblanza; en muchos casos no sé dónde vive, qué estudia o estudió, si es heterosexual o no, o incluso si es blanco, negro, amarillo, rojo, morado o azul. Lo que sí puedo decirles es que la gran mayoría de las colaboraciones que recibimos son de escritores masculinos; no tengo idea a qué se deba esto y la verdad no me causa ruido ni conflicto. De hecho, una de las personas que más veces ha participado en la revista (y a quien me encanta leer) es una mujer. Pero, eh, yo sé que eso no me redimiría ante Bradford, pues mi pecado es ser blanquito y que me gusten las mujeres. ¡Válgame! Cuánto daño hago al mundo literario solamente con eso...
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