Dificultades alrededor de los temas predilectos

Quizá con la claridad del agua puede mirarse un hecho que es a la vez atroz y verídico, sin que haya una reconocible razón detrás de su existencia, y es que cuando uno se siente inclinado hacia alguna suerte de literatura o, por mejor decir, corriente literaria, no siempre empata la pasión y el gusto que se le desarrolla con la capacidad para producirla. Es lamentable y es generalizado, aunque por supuesto existen en el mundo quienes tienen el talento suficiente para hacer lo que les venga en gana y lograr que resulte excelente y digno de todo aplauso. Desafortunadamente, hay que iterarlo para ser pesimistas y rellenar espacio, el talento no le es dado a muchos ni la disciplina para lograr algo bien hecho es común a los mortales…
     Con lo anterior en mente es que me he decidido a traer esta humilde entrada a vuestras mercedes, con la esperanza de conocer a la vez opiniones y experiencias, si de comentar fuereis servidos. Me vino a la mente cuando promocionaba un espacio en Literótica (véase aquí), en el que a la fecha se ofrecen al público juicio dos historias: «El duque de Rhül» y «La rata», esta última dividida en cuatro capítulos aunque bien pudo haber quedado toda ella en una sola exhibición. La biografía del autor, que nada nos dice sobre su persona y harto revela de su carácter, apenas deja entrever que se apasiona sobre todo por los temas de la dominación y la humillación, así como por la consabida y escasamente referida en la literatura seria hipnosis erótica, que en este ámbito dan también en llamar «control mental».
     Por experiencia sé que el autor es, asimismo, un ávido lector no solo de literatura erótica sino también de literatura en general, hecho que se evidencia en su estilo cuidado y su intento de convertir en una pieza artística algo que, en sus orígenes contemporáneos, no busca sino satisfacer el ansia de perversión durante la exploración del sexo y la propia vivencia de la genitalidad. Debo, además, arriesgándome a ser privado de la amistad de este escritor si se entera de lo que vengo a vaciar aquí, confesarme para todas vuestras mercedes y es que, a pesar de que encuentro estos dos experimentos bastante faltos de sabor, he calificado con cinco estrellas el trabajo. ¿Por qué? Más que todo porque haya alguna calificación positiva, porque con sinceridad no están ni por asomo como el autor los hubiera proyectado. Aunque él está consciente del fracaso de estos experimentos, me pregunto si enfrentarse a una primera incapacidad de producir lo que quería le ha causado algún desánimo. A mí ya me lo habría causado, pero luego de algunas lágrimas de mocoso mimado creo que estaría dispuesto a arremeter de nuevo.
     ¿Por qué será que en ocasiones no logramos lo que teníamos en mente? Aquí también debo hacer un paréntesis, grosero si ustedes quieren, pero necesario: no se puede andar por el mundo atribuyéndole a Dios la mediocridad de uno mismo. La red (y, por lo que he visto, G+ también) está a reventar de frases que pretenden estimular la confianza en la Providencia pero lo que en realidad hacen es propagar la mediocridad. El hecho de que las cosas te salgan mal o den un resultado que no era el esperado no es únicamente la voluntad divina, porque esa misma voluntad ha engendrado en el ser humano un albedrío propio e independiente, lo que significa que ha dotado de una gama de virtudes y características a su creatura más esmerada para que ésta haga de sí con entera libertad. Luego, si las cosas no salen como esperabas no señales como primer culpable a Dios y date cuenta que en su infinita inteligencia Él construyó un universo que obedece a causas y consecuencias harto más ramplonas que la simple gana de frustrarte un plan «por tu bien». El más religioso se da cuenta de que Dios le da libertad para actuar y elegir y cuando algo no sale, muchas veces es porque el proceso para que saliera tuvo sus deficiencias, dicho de otro modo: no salió porque no se hizo como era debido. Luego de este no tan breve pero acaso sí harto enconado paréntesis, reformulo mi pregunta: ¿por qué será que aquello que más nos apasiona en ocasiones es lo que más nos cuesta recrear o producir? Uno diría que, por lógica, dado el gusto y contento que se tiene alrededor de esos tópicos o cosas, su creación o elaboración debiera fluir casi con natural sencillez, pero nos encontramos con que no necesariamente es esto cierto. ¿Qué pasa? ¿Es falta de talento? ¿Es falta de práctica? ¿Es mera aleatoriedad? ¿Es, en efecto, una suprema voluntad que a falta de mejores planes se entretiene frustrando para bien del frustrado el esfuerzo por producir algo a su entera satisfacción?
     Para algunos de mis conocidos, la cosa tiene un cariz ontológico y se centra sobre todo en la potencialidad del ser. En esta era donde, además de la infame mediocridad, se busca meter hasta por el ojo del culo la idea de que todo lo que hagas, si es con mucho esfuerzo y dolores casi de parto, a huevo, el más huevísimo de los huevos, te saldrá con cuetones y música de mariachi. La idea no está nada mal, pero, ¿y si el potencial es el que rige y lo anterior es excusa y pretexto para vendernos mil o diez mil cursillos de autoestima y superación para seguir jodidos pero, eso sí, contentos? Da miedo pensarlo y es muy válido temblar, pero por otra parte también dice el dicho que siempre hay un roto para un descosido, a lo mejor no descuellas entre quienes querías pero alguien te valora por el mero gozo que recibe de tu obra, aunque esté coja y purulenta. A saberlo, de veras que a saberlo. El universo funciona de maneras demasiado escabrosas como para que se pueda dilucidar algo en este breve espacio. Vivimos a la deriva.
     No queda mucho por decir al respecto. Esto aquí, tal vez, fue mero desahogo disfrazado de razonamiento superficial. Entre tanto, este amigo ha prometido una nueva historia de más de un capítulo, para engrosar la ficha que he compartido más arriba. A ver cómo le cuelga… y el nuevo intento también.
Anahí valiendo verga en exclusiva para Pillaje Cibernético, Inc.

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